Monterrey

El rostro triste de la inclusión

OPINIÓN. Son las oportunidades de generación de conciencia las que nos permitirán descubrir cómo excluimos y contrastar con la posibilidad de capturar la riqueza que ofrece la diversidad.

¿Alguna vez te has preguntado para qué ser incluyente? Créeme, ahora es buen momento. La diversidad dentro de las organizaciones ya no es una elección o una estrategia de talento. La diversidad está aquí y ahora, en tu país, en tu organización, en tu casa; es real y ofrece grandes retos y oportunidades a ti y a las organizaciones. Las empresas se preguntan ¿cómo gestar la cultura de inclusión?, cuidando evitar las acciones cosméticas, que lejos de favorecer conductas auténticamente incluyentes, solo exaltan la exclusión.

Cuando pensamos en exclusión podemos refugiarnos en formas notables y bien documentadas. Sin embargo, la exclusión puede también tener manifestaciones sutiles, pero no por ello menos relevantes. Pueden ser sujetos de exclusión los que piensan diferente, los que dicen lo que piensan, los que no son del círculo, los que saben más o saben menos, en una palabra, los que no encajan en lo "establecido", por la cultura o el líder.

Conquistar el reto de la inclusión no implica solamente reconocer sus múltiples manifestaciones, también considera reaprender conductas ampliamente sedimentadas. Muy bien pudiéramos argumentar que el tránsito de una cultura excluyente a una incluyente requiere de un cambio real en las creencias nuestras y de nuestros colaboradores. Esto no se logra por decreto.

Cambiar creencias es una decisión personal. Por lo tanto, vale la pena preguntarnos, ¿debe la organización cruzarse de brazos y esperar que las nuevas generaciones se comporten de forma incluyente? Apostar a este cambio pareciera producto de una visión de largo plazo, pero pudiera contener algunos riesgos.

Valdría la pena preguntarse si las nuevas generaciones son verdaderamente incluyentes y si lo serán a medida que sumen años y ocupen posiciones de liderazgo jerárquico en las organizaciones. Muy bien pudieran ser incluyentes de algunas formas y no de otras. ¿Son las nuevas generaciones incluyentes de las generaciones previas? La cada vez más común desvalorización de la experiencia y la sabiduría, típicamente asociada a la trayectoria y tiempo, son en sí una forma de exclusión. De igual forma, cuando las generaciones previas cosifican a las nuevas generaciones, aplicando etiquetas estigmatizadoras cargadas de emociones que surgen de ver sus creencias retadas, ¿no es esto también exclusión?

La alternativa de cruzarse de brazos y esperar el cambio generacional sería ofrecer oportunidades a los colaboradores para la generación de conciencia. Esto es muy relevante ya que es común que nos comportemos de forma excluyente sin darnos cuenta. Operamos en forma automática y no nos detenemos a reflexionar en la intencionalidad y consecuencias de nuestro leguaje y acciones. Están tan reforzadas por la cultura que ya no las vemos, tan arraigadas en nuestras creencias que parecieran monolitos inmóviles. Pero no es suficiente voltear a nuestros comportamientos autonómicos, también es necesario observar aquellas conductas que parten de nuestra soberbia, de una auto-flagelante convicción que somos dueños de la verdad, que nuestra palabra es la única que vale y que las cosas son solamente como nosotros las vemos.

Esta arrogancia monopolizante aplasta las iniciativas y a las personas con las que colaboramos. Son las oportunidades de generación de conciencia las que nos permitirán descubrir cómo excluimos y contrastar con la posibilidad de capturar la riqueza que ofrece la diversidad. Una vez conscientes podremos aspirar a un cambio profundo de convicciones que nos permitan aceptar al otro en toda su completa "otredad", en todo lo que es y no es, y a nosotros mismos en lo que somos y no somos. Y si todavía no somos capaces de ver las enormes convergencias que tenemos con el otro, veamos mucho más de cerca hasta que descubramos que somos más semejantes que ajenos.

Esta es la paradoja de la inclusión, nos perdemos en nuestras diferencias que siempre son mucho menores que nuestras semejanzas.

Al ser incluyentes enriquecemos los procesos, generamos colaboración, motivación y compromiso. El rostro triste de la inclusión radica en la terrible necesidad de implantar iniciativas para la creación de conciencia, que simplemente buscan recordarnos lo que tenemos tatuado en tinta indeleble en nuestra naturaleza, en este mundo somos para el otro y somos con el otro.

El autor es Coach y Profesor del Departamento de Administración, Emprendimiento y Mercadotecnia de la EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey. Su correo es jgnarro@itesm.mx

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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