Monterrey

El Macho que le teme a la Bruja...

Macho es él y es ella. Él, que se vulnera ante una mujer emancipada porque le aterra perder el badajo si en algún momento esa bruja puede, públicamente, hacer lo que a él corresponde...

Bruja: es la mujer que asume su belleza, su poder y su independencia; mujer que administra su tiempo y sus destrezas. Mujer que sabe estar sola y encuentra compañía en más de una pareja.

Se suelta carcajadas con el amigo.

Se ríe a rienda suelta con el cómplice y colega, y lanza, hechicera, esa sonrisa que sólo al amante acierta.

Mujer que se asume a sí misma persona, antes de ser madre, esposa, hija, hermana o sirvienta.

Mujer que se libera porque sabe que quieren cuidarla de la forma más agreste. Sabe y se burla de esta procuración de candados que a su género cuelgan: si es cirujana, porque su maternidad limita; si estudia maestría, porque marido no encuentra; si es solterona, la iglesia la espera; si es elocuente, tantas palabras la afean; si es exitosa, la soledad acecha.

Y si aún así disfruta su profesión, su crecimiento y festeja ¡Ah, cuidado con el tequila! Que la emborracha sólo por ser Ella. El amargo sabor de la bebida que no corresponde a su delicadeza.

La bruja se burla y brinda, baila, juega, se viste de rojo y los enfrenta. Porque más amargo que el tequila es el golpe que la sociedad le asesta.

Esta descarada libertad tiene consecuencias. Las brujas son quemadas, lapidadas, mutiladas en cuerpo, alma, psique. El machismo las rodea.

No puedo acostumbrarme a la normalidad vigente de esta injusticia ni perdonarme tantos años de ceguera.

Me enoja tener que educar en la prevención del acoso, sacar de su libertad infantil a la niña puberta. Alertarla, advertirle que se está convirtiendo en presa de caza para cualquiera: para los machos que la acorralan, para las machistas que juzgan su imprudencia, cuando denuncia al lobo en la cama de la abuela.

Me duelen las mujeres atadas a cadenas de oro, adolescentes perenes que sufren y no pueden escapar de la prisión de su género. Se creen locas cuando la vida les espeta el fastidio de la casa, porque las camas tendidas, la mesa puesta, la ropa planchada deberían ser nutrición suficiente para ser feliz; para estar dispuesta y candente a cualquier hora de la madrugada.

Me rebelan las várices, las manos callosas, las risas apagadas de la servidumbre que se arraiga en el alma.

Me enfurece quien cuestiona la protesta y más, quien se opone a la propuesta; pero también me duele su ceguera, los monstruos que habitan al macho que nunca llegará a ser, porque no existe. No se encuentra, nadie le dijo un día que antes que hombre, se es humano; antes que ser varón, se es persona; que antes que dominar se vale sentir, se vale llorar, se vale amar, críar, nutrir, disfrutar, reír, descansar, pedir ayuda.

Macho es él y es ella. Él, que se vulnera ante una mujer emancipada porque le aterra perder el badajo si en algún momento esa bruja puede, públicamente, hacer lo que a él corresponde, si la bruja, ante un auditorio, sabe, cuestiona, debate y lo espeta.

Macho también son aquellas mujeres que defienden el orden, la irracional prisión en que habita su hombre. Aquellas que aniquilan a su bruja, que en esa fantasía conciente de proteger su delicadeza.

Macho que teme a la bruja, esta mujer que asume su belleza, su poder y su independencia.

La autora es Consejera Electoral en el estado de NuevoLeón y promotora del cambio cultural a través de la Educación Cívica y la Participación Ciudadana. loalsara@yhoo.com

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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