Monterrey

El Director General… ¡Está Preso!

OPINIÓN. Mucho hablamos de que los fundadores o las generacionesal mando no quieren dejar su puesto. No quieren cambiar. No quieren ceder poder. No quieren compartir su patrimonio. Sin embargo, poco decimos sobre aquellos Directores Generales de la familia que quieren irse, retirarse, y a quienes,… no se les deja.

Y es que, ciertamente, existen ocasiones en que los propios interesados se sienten cansados y desean dedicarse en un esquema más moderado (intensidad de trabajo) a nuevas empresas, o incluso, a
realizar hobbies que les hacen ilusión.

A algunos otros, "les cae el veinte" de que los cambios tecnológicos y de mercado los han superado y prefieren salir por la puerta grande antes que tomar alguna decisión que afecte el bolsillo de la familia.
Están también los que pretenden evitar los conflictos familiares
que se suscitan por el roce diario en los negocios y los cuales desgastan tremendamente.

Y finalmente, los que ansían probarse en otros ámbitos profesionales. Cualquiera que sea la razón, hay que respetarla.

Es así, como con humildad y de forma apropiada—con orden,
diplomacia y suficiente tiempo—, el Director General anuncia su necesidad (personal o profesional) de salir de la operación del negocio,
solicita ser sustituido y en un afán por demostrar su buena voluntad se compromete a continuar dirigiendo el barco "hasta que encuentren un sustituto".

El tiempo pasa y no sucede ¡Nada! Y es que, aunque la petición está más que verbalizada, los consejeros y/o accionistas hacen caso omiso.

No existe sentido de urgencia. Y, aunque en teoría se habla sobre
el tema en las reuniones de Consejo, al final no se define claramente la estrategia empresarial futura, no se proponen candidatos que cumplan
el perfil, no se obtienen compromisos reales por parte de los tomadores de decisiones, no se trabaja en hacer que las cosas sucedan y mucho menos se analiza y valora qué necesita el negocio familiar en ese
momento del tiempo (giros estratégicos).

En conclusión: Se le da largas. ¿Las razones? Muchas… Desde comodidad de los consejeros y accionistas, hasta miedo—y porque no decirlo también, pereza—por parte de los directivos de primera
línea: Llevan años en zona de confort y no desean asumir nuevas responsabilidades.

Resultado: El Director ¡está preso! Y, tarde o temprano, se cansa de estar encadenado a su puesto y renuncia de forma arrebatada. O, en su defecto, se acomoda y hace cada vez menos. Ambas opciones afectan
la operación del negocio y causan conflicto familiar—estrategia
perder-perder para la empresa y la familia.

Indudablemente, cuando no le damos la importancia adecuada al proceso de sucesión, se desaprovecha gente y tiempo valioso, se estanca el negocio—no se desarrollan nuevos proyectos—, y se pierde
la confianza en el órgano de gobierno de la empresa familiar (Consejo de Administración).

Y es que, dicen que hablando se entiende la gente, pero están
muy equivocados. La gente no se entiende hablando… Se entiende escuchando y actuando.

Así que, por favor: ¡Liberen al Director General!, porque a
la fuerza, ni los zapatos.

*La autora es Socia de Trevinyo-Rodriguez & Aso- ciados, Fundadora del Centro de Empresas Familiares del TEC de Monterrey y Miembro del Consejo de Empresas Familiares en el sector Minero, Petrolero y de Retail.​

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

También lee: