Monterrey

El desafío de un retiro digno: segunda parte

OPINIÓN. Resulta urgente desarrollar nuevas opciones. Por ejemplo, explorar oportunidades de un retiro más gradual de la fuerza laboral.

México inició una importante reforma a su sistema de pensiones en los 90 al reconocer que el sistema vigente era insolvente. Dicha reforma consistió en un cambio de un sistema de reparto—donde las pensiones de la población jubilada fueron financiadas mayoritariamente con los impuestos pagados por los trabajadores y patrones activos—hacia un sistema de contribuciones definidas obligatorias en cuentas individuales.

Las ventajas del nuevo sistema son, entre otras, su transparencia, la portabilidad de beneficios (la cuenta es del trabajador, no importa si cambia de empleo), la administración privada que elimine la posibilidad de que el gobierno utilice las reservas acumuladas para financiar proyectos de baja rentabilidad y el hecho que el sistema es, por definición, no deficitario.

Por otro lado, este nuevo sistema transfiere gran parte de los riesgos de inversión hacia los mismos trabajadores quienes, por lo general, no poseen el conocimiento necesario para evaluar la calidad del servicio brindado por las distintas Administradoras de Fondos para el Retiro (Afore). Actualmente la preocupación se centra en la escasa acumulación de recursos en las cuentas individuales por las bajas tasas y densidades de contribución, el bajo nivel de aportaciones voluntarios, bajas tasas de rendimiento neto, etc., y la consecuente insuficiencia de la tasa de reemplazo—es decir, el porcentaje que representa la pensión sobre el ingreso percibido por el trabajador antes de jubilarse. Una proporción sustancial de la generación Afore obtendrá apenas la Pensión Mínima Garantizada (PMG) y muchos otros ni siquiera alcanzarán esto por no haber cotizado un mínimo de 1250 semanas.
Cabe destacar que la problemática del NO ahorro (voluntario) no se debe exclusivamente a la falta de una cultura de previsión sino también por la incapacidad de muchas familias de generar, durante la vida laboral, un excedente sobre el consumo por los bajos sueldos observados. Asimismo, el sistema se basa fuertemente en el supuesto de que los trabajadores tendrán una larga y estable historia laboral lo cual implica una elevada densidad de contribución (i.e., años cotizados entre total de años trabajados). Según datos del INEGI la densidad de cotización histórica de los trabajadores mexicanos es de 44.8 por ciento, contradiciendo este supuesto.

Otro problema es la falta de opciones post-retiro para la generación Afore. Simplificando, se puede escoger entre una renta vitalicia o, alternativamente, retiros programados. Esta última opción es un poco más flexible, pero implica una situación de auto-aseguro: El riesgo de que se agoten los fondos antes de fallecer recae sobre el afiliado. Al otro extremo se encuentra la renta vitalicia, o sea, en su forma más sencilla, un pago regular por el resto de la vida del afiliado, la cual resuelve dicho problema.

Sin embargo, el mercado para las rentas vitalicias es subdesarrollado.
Algunas de las razones son: con el sistema anterior no hubo necesidad, por lo tanto, la demanda recién comienza a desarrollarse; faltan tablas de mortalidad confiables para los diferentes segmentos de la población para poner un precio adecuado al producto; faltan instrumentos de inversión de mayor vencimiento (por ejemplo, bonos a largo plazo) para emparejar activos y pasivos y reducir el riesgo de re-inversión por parte de las compañías de seguro. Lo anterior hace que los productos existentes sean caros y carezcan de flexibilidad. La desconfianza respecto a las compañías de seguro y la correspondiente resistencia de entregarles una gran proporción de los ahorros, tampoco ayuda.

Por lo anterior, resulta urgente desarrollar nuevas opciones. Por ejemplo, explorar oportunidades de un retiro más gradual de la fuerza laboral; capturar el valor de una casa propia a través de hipotecas inversas; ofertar "seguros" de longevidad—el costo de una pensión garantizada, por ejemplo mediante una renta vitalicia diferida, a la edad de 75 o 80 años es muy bajo si se compra a los 60 años; esquemas de riesgo compartido entre las instituciones y los pensionados, por ejemplo, a cambio de un rendimiento mínimo garantizado en tiempos difíciles se sacrifica parte de los rendimientos elevados en los buenos tiempo. Esto no implica inventar la rueda sino adaptar productos ya existentes en otros países a la realidad mexicana.

* El autor es profesor del Departamento Académico de Contabilidad y Finanzas del Tecnológico de Monterrey. Su correo es hsimons@itesm.mx

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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