Monterrey

Cuidado: el líder contagia, ¡emociones!

Es un tema ampliamente divulgado tanto en el mundo académico como en la vida diaria y cuenta con una gran variedad de aplicaciones en el ámbito profesional y también en el familiar.

¿Te das cuenta cómo tus respuestas emocionales tienen efecto en tus colaboradores, en tus compañeros, clientes, proveedores, hijos y hasta en tus jefes? ¿Te das cuenta cómo tus respuestas emocionales también tienen efecto sobre ti? Antes de pensar en manejar tus respuestas emocionales, primero puedes preguntarte si estás consciente de cómo son tus respuestas emocionales y cómo impactan a quienes te rodean y a ti mismo.Para aquellos que han adquirido en el "supermercado del conocimiento" la creencia que solo lo nuevo "vale", hablar hoy de inteligencia emocional pudiera parecer redundante, considerando que el término fue acuñado en 1990, ¡el siglo pasado!, por John Mayer, Peter Salovey y Dave Caruso. Ojalá no sea tu caso. Es un tema ampliamente divulgado tanto en el mundo académico como en la vida diaria y cuenta con una gran variedad de aplicaciones en el ámbito profesional y también en el familiar. Sin embargo, al haber tenido el privilegio de observar múltiples equipos de trabajo, clientes, ejecutivos, alumnos y a mí mismo, es fácil concluir que, en general, el desarrollo de las habilidades emocionales "viene demorado" al compararlo con lo prevalente del concepto y su difusión.

Tus respuestas emocionales son contagiosas, pero no siempre el efecto sobre los demás es una simple repetición o réplica de lo que tú muestras. En ocasiones, las respuestas de los demás parecieran desproporcionadas, fuera de lugar, dramáticas o inesperadas. Ante esto puedes descalificar a los demás etiquetándolos como "de piel delgada", "inmaduros", "no aguantan nada" o simplemente renunciar a hacerte cargo del efecto de tu respuesta al declarar "no se por qué reaccionó así". Esta forma de ver no favorece el desarrollo de tu madurez emocional. Para desarrollarla es crítico observar con serenidad, ir más allá de lo convencional, preguntarte qué hay detrás de tus respuestas emocionales y qué pudiera haber detrás de las respuestas de los demás.

Para tener la posibilidad de observar más allá de lo convencional puedes intentar, si así lo decides, practicar una simple fórmula. Inicia por identificar el estímulo externo a ti que estás percibiendo. Descríbelo con detalle y reconoce hacia donde te lleva, ¿qué estás a punto de responder? En muchas ocasiones las respuestas o reacciones que das son autonómicas, libres de reflexión, no las piensas. Ahora pregúntate: ¿de dónde viene mi respuesta? Imagina un personaje que te habla al oído, que te da respuestas a preguntas como: ¿qué expectativa tuya se está frustrando?, ¿qué historia te estás contando?, ¿de qué te estás protegiendo?, ¿qué quieres obtener?, o ¿cómo te estás victimizando?, Al reflexionar tendrás mayor claridad del origen de tu respuesta. Ahora ¡detente!. Despide al personaje y busca otras posibilidades. Abre tu mente a nuevas formas de explicar el estímulo y tu respuesta. Reconoce que hay muchas que si sabes y muchas más que no. Al razonar de esta forma podrás mitigar en buena medida la sensación emocional que sientes, el impulso, cualquiera que éste fuera, y así pensar estratégicamente qué respuesta es la que quieres dar, ¿cuál es la más útil? ¿qué efecto deseable y no deseable pudiera tener?, y ¿con cuál te comprometes y decides? Esta misma fórmula la puedes utilizar para explorar mejor las respuestas de los demás y anticiparlas. Si bien nunca podemos saber a ciencia cierta qué está pasando en el otro, sí podemos reconocer que hay explicaciones que te ayudan a entender mejor sus respuestas y, hasta cierto punto, predecirlas y reconocer las cosas que no sabes que pudieran también explicarlas. La aplicación efectiva de esta fórmula se beneficia con la repetición y la constancia, hasta el punto en que se vuelve parte de tu forma de ser, un estado que comúnmente llamamos madurez emocional.

Tus respuestas emocionales son contagiosas y son respuestas que decides tú y ¡nadie más! Crear ambientes de trabajo maduros, comprometidos y colaborativos es responsabilidad del líder. La madurez emocional es útil para lograr este propósito, y no implica laxitud. Por el contrario, motiva el compromiso auténtico, el rigor y la excelencia.

El autor es decano Asociado para Educacion Ejecutiva, EGADE Business School, Tecnológico de Monterrey

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