Monterrey

Cuidado con el descrédito

OPINIÓN. Decir que una persona es incendiaria es descrédito cuando esa persona estuvo a un chasquido de tomar el Palacio de Gobierno y eligió el plantón a una revuelta, prefirió la ruta legal e institucional que la anarquía.

El descrédito disminuye o anula la reputación de una persona, esto no está necesariamente ligado a la realidad y tampoco carece de verdad.

Por ejemplo, quienes saben de futbol pueden sostener un debate serio sobre el resultado del partido: si Tigres lo ganó o Rayados lo perdió, si el arbitraje influyó o si los directores técnicos se lucieron con la estrategia.

Antes y después del resultado estas personas conocedoras -no necesariamente expertas- pueden identificar los mensajes de quienes le van ciegamente a su equipo o de quienes, teniendo su favorito, reconocen las condiciones favorables o no.

El descrédito es útil entre quienes van ciegamente por un equipo, pero resulta inútil cuando se habla entre gente que sabe del tema. De nada vale decir que un jugador estuvo en uno u otro equipo, lo que vale es que hizo bien su trabajo cuando le tocó patear el balón. Tampoco pierde mérito el que le repela al árbitro, aunque a veces lo hayan amonestado, o aquel que se excede en una conferencia de prensa y se recupera.

Se confía más en el jugador que a pesar de las zancadillas, sigue corriendo el balón para completar la jugada, y la completa.
No se le pide a un defensa que tire un penal, ni un mediocampista que pare los goles. Cuando se sabe del tema, cada puesto tiene su métrica.

¿Por qué el descrédito podría ser útil a política?
Sólo para el caso de estar entre desconocedores o fanáticos.
Decir que un persona es perversa porque ha jugado bien sus cartas, a pesar de las zancadillas, y le resulta la jugada, suena más a descrédito que a competencia política.

Esa persona "perversa" termina por cumplir lo que se plantea como estrategia, solución y triunfo.

Como ciudadana, más que descrédito, me interesaría conocer cual ese escenario que ofrece como estratégico y, qué solución prevé para mi municipio, mi estado o mi país.

Decir que una persona es corrupta porque ha estado en la administración pública cobijada bajo un color partidista es descrédito si no se advierte que entró al puesto a resolver problemas, a recuperar la estabilidad y a crear condiciones para prevenir tropiezos.

Ciudadanamente me parece más útil saber qué identifica como problema y qué se propone hacer para generar esa estabilidad y esas condiciones de continuidad.

Decir que una persona es incendiaria es descrédito cuando esa persona estuvo a un chasquido de tomar el Palacio de Gobierno y eligió el plantón a una revuelta, prefirió la ruta legal e institucional que la anarquía.

Y sobre las posiciones en la cancha: no se le puede pedir a un candidato a alcalde propuestas para mejorar el transporte público, ni a un gobernador que tape los baches.

Lo que sí es que hay que exigirle al Poder Legislativo es que haga bien las leyes para que se comprendan, se usen y se pueda castigar rápidamente al menos a los delincuentes más descarados.

Cuidado con la desacreditación, los adjetivos negativos como perverso, corrupto o incendiario sólo abonan al desconocimiento y a la desinformación.

Hay que indagar más allá, pasar al bando de quienes conocen, llegar al espacio público en donde valgan las propuestas y el descrédito resulte inútil.

La autora es Consejera Electoral en el estado de Nuevo León y promotora del cambio cultura a través de la Educación Cívica y la Participación Ciudadana.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

También lee: