Monterrey

¿Ahora qué sigue?

OPINION. Desde 1994 México tiene un régimen cambiario de libre flotación (o flotación sucia por las intervenciones de la Comisión de Cambios) que funciona como “amortiguador” para la economía ante los eventos externos que causan miedo entre los inversionistas.

En lo que va del 2016 el peso se ha depreciado 7 por ciento, alcanzando un máximo histórico de 18.80 pesos por dólar, en cotizaciones interbancarias a la venta. Por su parte, el precio del petróleo ha caído 30 por ciento (en el nivel más bajo) en donde la mezcla mexicana de exportación cotizó durante un día debajo de 20 dólares por barril, su menor nivel desde 2002. Los que nacimos antes de 1994 relacionamos estos datos con la idea de crisis. Sin embargo, ahora México es distinto en varios sentidos.

Para empezar, las crisis se daban en nuestro país debido al régimen cambiario, que no era de libre flotación y obligaba al Banco de México a inyectar dólares para mantener la paridad en los niveles "deseados". Lo anterior provocaba el agotamiento de las reservas internacionales y subidas en la tasa de interés (por el mayor riesgo), a la par de un déficit en cuenta corriente financiado vía la cuenta de capital con inversión extranjera de cartera. Además México vivía con sobreendeudamiento al que se hacía frente emitiendo más pesos. Las crisis eran entonces consecuencia de un elevado nivel de endeudamiento y sobrevaluaciones de la moneda que terminaban colapsando a la balanza de pagos. El gobierno finalmente tenía que devaluar el peso para detener las fugas de capitales y pedir ayuda al FMI para hacer frente a sus obligaciones. Las caídas en el precio del petróleo también fueron determinantes de las crisis debido a que las finanzas públicas dependían de los ingresos petroleros en aproximadamente 70 por ciento en su punto más alto.

Desde 1994 México tiene un régimen cambiario de libre flotación (o flotación sucia por las intervenciones de la Comisión de Cambios) que funciona como "amortiguador" para la economía ante los eventos externos que causan miedo entre los inversionistas. La cuenta corriente sigue siendo deficitaria y financiada vía inversión extranjera de cartera, que representa un arma de doble filo. No obstante, la estabilidad económica (aunque con bajo crecimiento), política (con sus asegunes) y social, comparada contra otras economías hace muy poco probable una fuga de capitales. En un artículo reciente del FMI destaca que las entradas de capitales en los países emergentes dependen muy poco de su situación, pero las salidas están determinadas por el nivel de deuda pública.

Así, las depreciaciones actuales del peso no pronostican una crisis.

Tampoco las caídas en el precio del petróleo, las cuales afectan a los ingresos del gobierno que probablemente tendrá que recortar su gasto público, pero en un pequeño porcentaje (se estima en menos de 1 por ciento). Si los datos no mienten la deuda pública externa representa una pequeña parte PIB y además las emisiones se han hecho a mayor plazo, lo cual genera menos presión, financieramente hablando.

Lo que sí es un hecho es que China se seguirá desacelerando y es probable que esto propicie crisis en Brasil y en los países asiáticos que dependen del comercio con China. Asimismo, el precio del petróleo se espera baje hasta 20 dpb cuando Irán entre al mercado exportador y esto podría llevar a una crisis a los países petroleros como Rusia y Venezuela, entre otros. Por lo anterior el tipo de cambio tiene una alta probabilidad de seguir al alza, amortiguando los choques externos en nuestra economía.

* La autora es Economista en Jefe de Grupo Financiero BASE y profesora de economía en el Tec de Monterrey.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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