Letras Libres

La radicalidad democrática de las bibliotecas

Deberían ser el lugar de todos, pero en México las personas no acuden a ellas; los servicios, el personal, los acervos y actividades de estas casas abiertas hacen muy poco por atraer al público.

Texto publicado en convenio con Letras Libres

El año pasado, durante las jornadas por el Día Mundial del Refugiado celebradas en la biblioteca pública de Kista, Suecia, Patrick Weil, presidente de la ONG Bibliotecas Sin Fronteras, dijo que las bibliotecas deben ser el servicio público más importante de un país. Al no pedir títulos ni certificaciones se abren a cualquiera que tenga inquietudes. Quizá sean el único lugar donde verdaderamente cabemos todos. Muchos sistemas bibliotecarios, sin embargo, están muy lejos de ese ideal. Las bibliotecas públicas mexicanas precisan una intervención urgente. Limitar su misión, por ejemplo, a la promoción de la lectura es disminuir su fuerza. A menos que te aferres a la etimología, el día de hoy las bibliotecas públicas tienen más que ver con las personas que con los libros. Eso no quiere decir que en sus instalaciones sobren los materiales de lectura, sino que ha cambiado el enfoque de los llamados templos del saber.

En muchas ocasiones, las bibliotecas públicas funcionan incluso como refugios para las personas que no tienen hogar, pero sí la necesidad de pasar un rato en un sitio que les ofrezca un poco de lo que perdieron. Rubén, por ejemplo, frecuenta la Biblioteca Vasconcelos para leer filosofía, psicología y literatura. Sus intervenciones en los conversatorios son puntuales y llenas de referencias que sorprenden a la audiencia –nuestros prejuicios respecto a las personas en situación de calle son inagotables–. Guillermo, en cambio, entra a los talleres a escuchar en silencio. Porque mira hacia la nada causa la impresión de no estar presente del todo, pero vaya que recoge cada una de las palabras dichas y, de ser necesario, terciará comentando que el orador habla muy bonito o que le ha interesado lo que se comparte. Por otro lado, Ernesto celebra que una vez jubilado tenga, ahora sí, la oportunidad de estudiar. Frecuenta varios espacios culturales, pero la biblioteca pública, dice, es un lugar que lo hace sentir seguro, cómodo y feliz. En los años que ha visitado la biblioteca ha hecho unas cuantas amistades con las que coincide en las actividades programadas. Finalmente, Amaya se hizo usuaria a los dos meses de nacida. Con sus balbuceos interviene tras escuchar una voz. Comienza a participar en la conversación que es la vida porque se enteró, desde muy pequeña, que una voz responde a otra, mientras tanto su madre le escribe poemas.

Las bibliotecas atienden a públicos sumamente diversos, y son ellos quienes determinan su funcionamiento. Si no reciben muchas visitas, como ocurre en numerosas partes del país, quedan suspendidas en el fracaso. Esto ocasiona que la labor de la biblioteca trascienda la satisfacción de las necesidades de un lector y que, más bien, se trate de garantizar el derecho de acceso a la información, la educación y la cultura. A pesar de ello, todavía imaginamos a la bibliotecaria como una mujer de lentes, con el cabello recogido y vestida con recato, que reclama silencio a la menor provocación. Hace tiempo que el silencio dejó de ser el recurso primordial de las bibliotecas, que se han transformado en espacios de conversación. Ahora son un punto de encuentro y los propios usuarios se moderan para garantizar la convivencia.

Sin embargo, por amplio y diverso que sea el público, las bibliotecas aún tienen problemas para incluir a las personas con discapacidad. Esta carencia, compartida a nivel mundial, también se padece en México, donde aún se diseñan la oferta de servicios y el espacio arquitectónico pensando en usuarios sin limitaciones. Por lo pronto, ya se desarrollan proyectos dirigidos a este grupo de personas, como las salas braille, el aprendizaje de la lengua de señas mexicana y la capacitación de personal para atenderlos. Sin embargo, ponerlos en el centro nos permitiría tener bibliotecas aún más plurales y hospitalarias.

La radicalidad democrática de esta institución también exige superar el estigma escolar que pesa sobre ella. Lejos de ser una experiencia gozosa, la escuela a menudo recuerda una época difícil en la vida de las personas que nunca pudieron adaptarse a sus exigencias por cuestiones económicas, educativas o de autoestima. Aunque apoya y promueve los aprendizajes escolarizados, la biblioteca pública es un espacio educativo completo, no complementario. Tiene su propia identidad y misión. Determina sus propias prioridades educativas. Por una parte, la biblioteca pública reconoce que nadie empieza de cero. En mayor o menor medida, se sabe algo y eso es suficiente para seguir conociendo. El aprendizaje se entiende entonces en un sentido amplio: más allá de los conocimientos, las habilidades estándar y de completar un currículo, su propósito es encender el deseo de saber, mover al pensamiento y organizar la sorpresa. Por otro lado, buena parte de su potencial creativo radica en la posibilidad de articular comunidades de aprendizaje intergeneracionales, algo imposible en los espacios educativos escolarizados.

Finalmente, una inquietud común es el estado de las bibliotecas, de su equipamiento y de sus acervos y servicios (la Red Nacional de Bibliotecas Públicas integra 7,427 espacios bibliotecarios). Algunos de esos espacios no han recibido mantenimiento en los últimos 15 años. Es un dato relevante. Si bien la digitalización y la automatización de los servicios pueden ser benéficos, la prioridad es capacitar y actualizar al personal y rehabilitar el equipo. Esto sí conseguirá mejorar los servicios bibliotecarios. Sería inútil mejorar la conectividad o instalar módulos de autopréstamo si la biblioteca no está activada por una comunidad de usuarios, si nadie la visita; en cambio, un personal creativo, bien capacitado y atento a la inclusión puede hacer mucho por recuperar las bibliotecas abandonadas.

En la actualidad, la imagen de la biblioteca nos devuelve las omisiones de nuestra sociedad. Las personas no acuden a ellas porque no tienen habilidades suficientes para aprender por cuenta propia, y porque no se sienten sujetos de estos sitios. Los servicios, el personal, el acervo, las actividades –por falta de presupuesto y de planeación– hacen muy poco por darle la bienvenida a las comunidades que rodean a cada biblioteca del país. Aunque José Vasconcelos promovió un triángulo virtuoso –integrado por escuelas, bibliotecas y las bellas artes– su anhelo de una ciudadanía lectora no ha prosperado, a pesar de tantos recintos culturales nombrados en su honor.

Alejandra Quiroz Hernández es coordinadora del área de servicios educativos de la Biblioteca Vasconcelos.

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