Financial Times

Tinder y el problema de ‘Club de Toby’ en Silicon Valley

La aplicación de citas y encuentros sexuales Tinder causa polémica nuevamente, pero ahora por una demanda por acoso sexual de su exejecutiva Whintney Wolfe en contra de uno de sus cofundadores. El caso ha cobrado relevancia por las constantes opiniones de que Silicon Valley está dominado por hombres.

Tinder, la aplicación de medios sociales, se jacta de poder generar atención, porque, si bien se presenta como un dispositivo de "citas", también facilita los encuentros puramente sexuales, lo que suma a su popularidad y su atractivo comercial.

Pero ahora ha creado un tipo diferente de controversia. Esta semana, Whitney Wolfe, ex vicepresidenta de marketing, presentó una demanda por acoso sexual contra Justin Mateen, un compañero cofundador de Tinder. La demanda alega que el Sr. Mateen la etiquetó públicamente de "puta", y de "cazafortunas", y la despojó de su título de cofundadora alegando que, al ser "una niña", ella "hace que la empresa parezca un chiste".

Los ejecutivos de InterActiveCorp, la empresa matriz de Tinder, han rechazado las acusaciones de la Sra. Wolfe pero el Sr. Mateen ha sido suspendido de su cargo. El incidente ha creado una tormenta cibernética, y es otro cuento morboso más acerca del sexismo que impera en Silicon Valley, sumándose además a los abundantes debates blogosféricos acerca de la cultura machista e inmadura de muchas empresas "start-up".

Esta controversia bien puede parecer tan antigua como las citas mismas. Después de todo, acusaciones de sexismo han golpeado a otras empresas y sectores comerciales, sobre todo en Wall Street. Esta semana, por ejemplo, se presentó una demanda contra Goldman Sachs alegando una discriminación sistemática contra las mujeres, cosa que niega el banco.

Pero lo que hace que el relato de Tinder sea especialmente llamativo es el hecho de que estos cargos de sexismo van en contra de la imagen cultivada por Silicon Valley de ser un bastión de la democracia liberal y del pensamiento vanguardista. Más chocante todavía, es que estos cargos de sexismo son sólo la punta de un iceberg mucho más grande de prejuicios sexuales en el mundo de la informática, un patrón que cada vez es peor, y no ha mejorado, en los últimos años.

Los números son impactantes. A mediados de la década de 1980, las mujeres representaban entre el 30 y el 40 por ciento de todos los estudiantes universitarios en los cursos de ciencias informáticas en el Reino Unido y Estados Unidos. Una proporción similar de mujeres trabajaban en esta industria naciente, también. Pero, a medida que el sector ha crecido, la proporción femenina ha caído: hoy apenas una décima parte de todos los estudiantes estadounidenses que estudian computación son mujeres, y, como Susan Wojcicki, directora ejecutiva de YouTube, se lamentaba recientemente en un blog: "Menos del 1 por ciento de las niñas en la escuela secundaria expresan interés en especializarse en ciencias informáticas".

Del mismo modo, sólo una de cada 10 empresas "start-up" en Silicon Valley está encabezada por mujeres, y éstas a menudo encuentran dificultades para recaudar fondos. A pesar de que una cuarta parte de los empleados en la industria de tecnologías de la información son mujeres, según las estadísticas del gobierno, pocas tienen trabajos de alto nivel. Las encuestas realizadas por Google, Facebook y Yahoo sugieren que apenas una quinta parte de sus directivos son mujeres. Google comenta, con un eufemismo magistral: "Todavía no hemos alcanzado el nivel deseado en cuanto a diversidad se refiere".

Algunos ejecutivos culpan a la genética; las mujeres, se susurra, están menos equipadas para tratar asuntos cuantitativos complejos, o adoptar la cultura agresiva y amante de los riesgos que exhiben las empresas "start-up". Pero la biología por sí sola no es una gran justificación. Las mujeres están bien representadas en otros campos cuantitativos; reciben alrededor de un 40 por ciento de los doctorados y licenciaturas en estadística, por ejemplo, y ocupan muchos puestos de alto nivel en empleos relacionados con la estadística. Hay también muchas profesionales femeninas en informática en países como China o Malasia. En Alibaba, la empresa de comercio electrónico de China, cerca de un tercio de los socios son mujeres.

De modo que el problema parece estar relacionado con la cultura, y no con la biología: las niñas están absorbiendo el mensaje en el sistema educativo que las ciencias informáticas son una actividad masculina. Ha emergido una cultura de empresas nuevas de Silicon Valley que asume que los empresarios nuevos tienen que ser hombres jóvenes, "geeks" vestidos con suéter y capucha. "La industria de la tecnología se alaba a sí misma de ser una verdadera meritocracia – una sociedad de idealistas- donde a todos y a cada uno se les da una oportunidad", escribió recientemente Divya Manian, científica de la informática. "Sin embargo, la discriminación está a nuestro alrededor."

La buena noticia es que algunas grandes empresas de tecnología, y otros líderes de la industria, están tratando de cambiar las cosas. La Sra. Wojcicki se asoció recientemente con Google e instituciones como las Girl Scouts, el MIT Media Lab y Khan Academy, la web educativa sin fines de lucro, para crear una iniciativa llamada "Made with Code" (Hecho con código), que anima a las niñas a aprender a escribir software. Iniciativas como "Girls Who Code" y "Hackbright" hacen lo mismo.

Establecimientos como Harvey Mudd College de California han creado cursos para atraer a las muchachas a las ciencias informáticas. Google y Facebook están tratando activamente de contratar y promover a más mujeres en todos los niveles. Y este mes un grupo de científicas de la computación, entre ellas la Sra. Manian, puso en marcha un blog para compartir historias de horror sobre el sexismo en la industria y para luchar por el cambio.

La mala noticia es que nadie espera que estas iniciativas corrijan rápidamente el desequilibrio de los géneros, porque, aunque la industria de la tecnología se arrodille ante el concepto de la reinvención, los patrones culturales tienen la mala costumbre de arraigarse, sobre todo cuando involucran dinero y arrogancia. La única gran noticia es que gracias a historias como la demanda contra Tinder, cada vez se extiende más en línea el sentimiento de indignación. Y, en última instancia, esta protesta cibernética puede llegar a ser el factor que active el tipo de "disrupción" que la cultura de Silicon Valley tanto necesita.



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