Financial Times

FINANCIAL TIMES: ¿Es sabio leer los términos y condiciones?

 

 

Por John Kay

 

La semana pasada compré una televisión inteligente. Para poder aprovechar todas sus capacidades, tuve que aceptar un acuerdo de usuario y dos protocolos suplementarios. Hay que oprimir varios botones para leer los términos de esos acuerdos y, al igual que casi todos los que poseen uno de esos equipos, no me molesté en hacerlo.

También la semana pasada, junto con la mitad del mundo, acepté sin leer las nuevas condiciones asociadas con el último sistema operativo de Apple, el iOS7. Hacer otra cosa hubiera dañado mi vista y mi paciencia. Sin embargo, durante una conferencia la semana pasada me reprendieron algunos defensores del consumidor por mi actitud tan casual. Así que les voy a explicar por qué lo hice y por qué lo volveré a hacer.

Samsung y Apple, claramente, están en el negocio a largo plazo y su éxito depende de mantener su reputación con sus clientes. Es poco probable que estos acuerdos contengan algo que dañe seriamente mis intereses, y si así fuera, tengo la confianza de que las fuerzas combinadas de jueces, legisladores, reguladores y la prensa me protegerían.

En la rara ocasión en que me he preocupado en leer acuerdos similares, me he encontrado que están llenos de ambigüedades y condiciones que no se pueden aplicar en la práctica y probablemente por ley tampoco. Los abogados que redactan estos documentos son más bien escritorzuelos con poca imaginación y no los brillantes de la profesión. Y las especificaciones contractuales complejas no definen la obligación de las partes tanto como identifican el punto en el que se iniciaría el argumento legal. Habría que preguntarles a aquellos que pensaban que sabían a lo que se atenían con Lehman Brothers.

Pero no me voy a meter en un argumento legal con Samsung o Apple. El costo de apenas discutir los litigios supera por mucho el precio de un televisor o de un iPhone; y la idea del derecho moderno es que en un pleito contra una compañía que tiene 150 mil millones de dólares en el banco sólo se puede perder. En la medida en que el acuerdo de usuario tiene relevancia, esa relevancia se aplica a las batallas que estas grandes compañías tienen entre sí y con sus diversos reguladores.

Así que no hubo nada “irracional” acerca de mi decisión de no molestarme en leer estos acuerdos, que no me hubieran producido ningún placer y me hubieran hecho perder mi tiempo; no sólo en el sentido más peculiar –racionalidad como consistencia– en que la palabra racionalidad se utiliza por los economistas modernos. No me duele no haber leído el acuerdo iOS7, y cuando Apple promueva el acuerdo iOS8 tampoco lo leeré. Estoy confiado en que una computadora omnisciente programada con un conocimiento pleno de mis preferencias y con toda la información relevante, incluyendo el contenido de los acuerdos, me aconsejaría no molestarme en leerlos.

Así que voy a continuar ignorando a los entrometidos que no tienen nada que hacer y se quejan de que los consumidores deberían emplear más tiempo revisando la letra pequeña en la parte trasera de las etiquetas de la lavandería. O los que regañan a los ahorradores por dejarse llevar al baile por sus consejeros financieros porque su nivel de analfabetismo financiero es alto. Estos campeones de los consumidores son probablemente el tipo de gente que pierden su tren porque siguen estudiando las condiciones nacionales de transporte.

Si hubiera un problema, no es la actitud indolente de los consumidores sino el uso de modelos inapropiados en la formulación de políticas públicas. Estos modelos muchas veces adoptan un punto de vista legal y económico del comportamiento humano en que los acuerdos son negociados entre partes informadas y son ejecutados a través de la adherencia a las provisiones contractuales y si es necesario a través de las cortes. La realidad es que los términos de intercambio en una economía de mercado se ven definidos por expectativas sociales y ejecutados por la necesidad mutua de las partes de seguir haciendo negocios. De vez en cuando, las cosas resultan mal. Esto sucede cuando las formas contractuales y los requerimientos de las partes chocan entre sí, como las transacciones comerciales oportunistas en los servicios financieros o en proyectos únicos de gran escala de contratación pública o del sector de la construcción.

Mi decisión de no leer los términos de estos acuerdos no fue el resultado de mi estupidez o ignorancia, sino de mi sabiduría. La estupidez y la ignorancia se encuentran en las mentes de las personas que, cuando ven un mundo que no corresponde al modelo que utilizan, culpan al mundo en vez de culpar a su modelo.


 
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