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FINANCIAL TIMES: El nuevo ‘chamán’ monetario de la Fed


 

 
Por Gillian Tett
 

¿Qué habilidades necesita en realidad el próximo director de la Reserva Federal de EU? Hace una década, la respuesta parecía clara: perspicacia política, excelente conocimiento de la economía y la habilidad de analizar toneladas de estadísticas para poder entregar eficaces respuestas de política monetaria. Pero si el profesor de antropología Douglas Holmes está en lo cierto, el jefe de la Fed necesita algo más también: las habilidades lingüísticas y culturales de un predicador y psiquiatra.
 
 

¿La razón? Durante la década pasada, el profesor Holmes ha llevado a cabo investigaciones dentro de los bancos centrales para comprender su dinámica cultural y social. En particular, ha analizado cómo los banqueros centrales por todo el mundo han tratado de controlar la inflación a través de actos y (sobre todo) declaraciones ceremoniales. Esta investigación llega en el momento preciso, cuando los inversionistas digieren la última acta de la Fed –y los economistas, los responsables por la política y los periodistas se reúnen para el congreso anual del banco central en Jackson Hole.
 
 
En un artículo en el Cornell Law Review, una de las conclusiones del profesor Holmes es que muchos utilizamos una medida incorrecta para juzgar los bancos centrales. La cuestión realmente es cómo pensamos que funciona (o no) la economía. En discusiones populares, se presume a menudo que el sistema financiero es como una máquina. En consecuencia, los banqueros centrales son vistos como ingenieros económicos: juzgan lo que está pasando en la economía leyendo cuadrantes, y lo controlan tirando de palancas que afectan el precio o el suministro del dinero.
 
 
Sin embargo, esto claramente no refleja la realidad. En la década pasada, particularmente desde que comenzó la crisis, los banqueros centrales se han visto cada vez más obligados a reconocer que las economías también son forjadas por cambios de humor. Por eso los banqueros centrales ahora tratan de leer esto usando fuentes cualitativas. El profesor Holmes describe, por ejemplo, como los banqueros centrales de Inglaterra, Canadá y Nueva Zelandia recolectan "inteligencia" (es decir, anécdotas) del "campo".
 
 

Él escribe: "Al igual que sus colegas en el Banco de Inglaterra, el Gobernador Bollard (ex-director del Banco Real de Nueva Zelandia) estaba en el 'campo' todos los meses viajando… a las empresas comerciales… el gobernador y su equipo comunican la política bancaria durante estas visitas pero también solicitan historias –datos anecdóticos".
 
 

Es más, en vez de operar los controles, los banqueros centrales también tratan de controlar los resultados económicos usando palabras, no sólo para influir en las expectativas de precios y la tasa de interés, sino para forjar el humor. Es por eso que los aparentemente secos textos ceremoniales que se divulgan cada mes ya no sólo describen la política; también la están creando. Las palabras son las armas.
 
 

Janet Yellen, la vicepresidenta de la Fed, ha articulado este cambio con particular claridad. A principios de año, Yellen, quien es una principal candidata a la próxima dirección del banco central, observó que el 12 de agosto de 2003, el momento en que la Fed comenzó a publicar declaraciones periódicas, marcó una línea divisoria.
 
 

"Ese día el Comité (Federal de Mercado Abierto) comenzó a usar la comunicación –simples palabras– como su herramienta primaria de política monetaria", dijo ella. "Hasta entonces, era probablemente común pensar que la comunicación sobre la política futura era algo que suplementaba la fijación de la tasa de fondos federales… (Pero ahora) la comunicación (es) una herramienta independiente y eficaz para influenciar la economía… la explicación es la política."
 
 

La asimilación por parte del Banco de Inglaterra de una esquema de metas de inflación, suplementado por orientación hacia adelante, hace eco de este patrón. Igualmente en Suecia, Canadá y Nueva Zelandia. En el Banco Central Europeo, Mario Draghi ha sido un maestro en la entrega de resultados económicos a través de las palabras, tanto como los hechos. En efecto, lo más notable es que Draghi ha logrado replantear el discurso público sobre el euro no tanto por lo que ha dicho sino por lo que implícitamente nos ha persuadido que debemos asumir.
 
 

Por supuesto, los hechizos lingüísticos no siempre funcionan. Los experimentos verbales con la orientación hacia adelante de Mark Carney, el nuevo gobernador del Banco de Inglaterra, por ejemplo, han dado resultados mixtos. Pero el punto clave es éste: lo que apuntala el sistema financiero estos días no es tanto un punto de referencia tangible (como el estándar de oro) sino una cuestión intangible de 'confianza pública'.
 
 
"Se trata de crear un régimen monetario –un régimen impulsado por una serie de experimentos comunicativos… en los cuales todos somos participantes, sepámoslo o no", arguye el profesor Holmes. Esto, dice, se define ahora "por el concepto de la 'moneda publica', una frase dicha de paso por Mervyn King, (ex) gobernador del Banco de Inglaterra". Los banqueros centrales operan ahora en un campo donde los lingüistas, psicólogos –y hasta los antropólogos– saben tanto como los economistas.
 
 

Esto les podría sonar irritantemente abstracto a los inversionistas pero tiene por lo menos dos consecuencias prácticas. Primero, sugiere que tenemos que dedicar más tiempo a reflexionar sobre el contrato social y los mensajes culturales implícitos en las declaraciones del banco central.
 
 

Segundo, cuando el Presidente Barack Obama escoja el próximo director de la Fed –sea Yellen, Lawrence Summers, ex Secretario del Tesoro, o cualquier otro– ya no es suficiente escoger el equivalente económico de un ingeniero mecánico; no "sólo" un académico o administrador brillante. El próximo director de la Fed también necesita ser un maestro de la narración y del análisis cultural, que pueda leer el sentimiento social, formar normas, (re)crear confianza y persuadirnos a todos a que pensemos en una manera que convenga a las metas económicas de la Fed, sin que nos demos cuenta.
 
 
Alguien, en otras palabras, que pueda lanzar hechizos tanto con sus hojas de cálculos como sus palabras. En breve, lo que se necesita es nada menos que un chamán monetario.
 
 
 
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