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El Buen Fin, de la euforia a la mesura en minutos

La emoción de los consumidores que durante un año esperaron el llamado fin de semana más barato duró sólo 20 minutos para dar paso a las preguntas, a las negociaciones, al afán de regateo de algunos, a las voces decepcionadas.

"Faltan 20 minutos para que comience El Buen Fin", dice una voz lejana que parece no tener dueño, aunque es el sonido local de la tienda Walmart Universidad, al sur de la ciudad de México. Son las 23:40 horas y la tienda permanece abierta, este jueves no la cerrarán, por lo que no habrá estampida humana en punto de la medianoche, hora pactada para que comience el llamado fin de semana más barato del año.

En plena entrada de la tienda hay una enorme montaña de productos cubiertos con plásticos negros formando un bulto que es rodeado por bandas rojas, mismas que al romperse marcarán el inicio del gran acontecimiento, al que han asistido unas 500 personas, desde niños saltarines, hasta entusiastas ancianos, siendo estos últimos los más emocionados, al menos en apariencia.

El tiempo transcurre y la curiosidad es evidente entre los asistentes, que ya vienen armados con sus carritos metálicos. Los más desesperados rasgan el plástico para deleitar el morbo con un falso disimulo, mientras que los tímidos apenas ponen el ojo en una hendidura abierta por un meñique juguetón. "Es una 4K", dice una señora a su entusiasmado cónyuge.

La cuenta regresiva está a unos minutos de comenzar, los empleados de la tienda se acercan al enorme bulto negro, lo rodean, amagan con abrirlo, y cuando los asistentes suspiran e intentan acercarse, un hombre de chaleco azul suelta una sonrisa juguetona y grita "nomás vine a ponerle 'yurecs'". Falsa alarma, todos regresan a sus posiciones.

El sonido local trata de animar al público, dice que cuando falten 10 segundos, todos deben unir sus voces en una cuenta regresiva, pero pocos hacen caso; por el contrario, se acercan con la finalidad de beber de ese caudal que está a punto de ser descubierto. La cuenta regresiva empieza, del 5 al cero hay silencio. Luego viene la hecatombe.

El bulto se abre, y el principal objetivo son las pantallas, que comienzan a flotar por encima de la multitud hasta llegar a sus destino: los emocionados clientes. Algunos abrazan sus cajas con recelo, otros reparten el peso entre dos, incluso hay una familia que gustosa reparte el esfuerzo de cargar 55 pulgadotas tridimensionales entre sus cuatro integrantes.

En medio de la fiebre de televisores, algunos osados salen desde lo más profundo de la multitud cargando con las dos manos un soporte para televisión, reproductores de DVD, de Bluray, y hasta micrófonos inalámbricos.

A unos metros, algunos carritos se llenaban con cafeteras, planchas y algunas batidoras. Un par de colchones causaban aparente angustia ante lo complicado que resulta arrastrarlos hasta las cajas.

Más allá del recién revelado monte de los secretos hay algunos empleados que batallan para quitar una cubierta negra a chamarras, ropa interior y hasta calzado, sin duda lo más desestimado de la noche, sin contar un centro de lavado que ni siquiera fue abierto completamente. 

Transcurrido los minutos, la emoción del momento se fue enfriando de forma paulatina, lo que dio paso a las preguntas, a las negociaciones, al afán de regateo de algunos, a una voz decepcionada que decía en voz baja, casi como un suspiro: "no era 4K".

Habían pasado alrededor de 20 minutos desde el esperado destape, cuando la conciencia de la noche cayó sobre los asistentes; el jolgorio ya suena a murmullo y disminuye el sonido característico que marca el ritmo en las cajas, el metrónomo del consumo, mientras que sus operadores no parecen tan preocupados como al inicio de la noche, cuando la turba se mostraba deseosa de comprar y no de tomar fotografías.

Al final, los pequeños salen con un globo promocional, quizá sus padres no salieron con la deseada pantalla 4K, pero al menos tuvieron algo parecido a un agradable paseo dominical por el supermercado.

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