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Alemania

Hoy, cuando todo es memoria y olvido, Alemania busca la lúdica conquista rusa, escribe Mauricio Mejía.

COPA MUNDIAL

RUSIA 2018

Expulsada por sus culpas, tuvo que expiarlas en el exilio del campo, el campo.

Pasó, alejada, nueve años, entre el arrepentimiento y la penitencia. Brasil quedaba en otro mundo, ya otro mundo. Uruguay creó el silencio, que es más ruidoso que el Big Bang. Río aún no se repara del daño de ese año: 1950. Ghiggia bebió esa noche de junio el sorbo de la sorpresa, ese rapto de la Historia. Nadie hablaba, apestada, de Alemania; menos de Martin Heidegger, de Carl Schmitt y del búnker de Berlín. La rendición incondicional no servía de nada, nada. La camiseta blanca o verde, por Irlanda, tenía malos y frescos recuerdos. Y el Plan Marshall, un salvavidas del mercado, que no entiende de huesos ni de nervios. El Puente Aéreo era un ave de chocolates para huérfanos hambrientos.

El condenado (da) recurre a la plegaria para el perdón de sus pecados. Cuando sucede es un milagro. Aceptada para el elenco del teatro de Berna, cabaret de piernas, Alemania volvió a las andadas. Sepp Herberger, el pastor del once, llevó a los corderos a la casa del lobo. Había fauces de venganza. La Hungría de Puskas y de la órbita soviética tuvo sus razones: 8-3 en la primera ronda. La Maquinaria de obreros sin ideología, Sistema, andaba entre ruinas personales y extranjeras. Antes de aquel junio del 54, otra vez el cielo, Adi Dassler fabricó los tacos y la escapatoria: si llueve, ganamos, exclamó; fue un mantra. La exiliada, la expiada Alemania jugó su primera final del Mundial; era la mitad de una, federal y blanca. La otra, roja y democrática, quedaba más lejos que Moscú y Nikita.

La pelota no sé , dijo Maradona en el área de la desgracia.

Y el futbol es salvación y reconciliación. La otra mejilla. Hungría ganaba 2-0 al amanecer de aquella final de junio, que no es primavera y, menos, verano. Llovió. La Maquinaria hizo su trabajo. Berna no daba cabida al regreso, a la vuelta. Alemania ganó 3-2 y comenzaron la risa y el llanto por la pelota, por el gol: el Milagro. Alemania estaba de vuelta en el campo, lejos de aquellos campos. Campeona entre gritos de huérfanos, lisiados y desamparados.

PD: Hoy, cuando todo es memoria y olvido, Alemania busca la lúdica conquista rusa... se ha ido, para siempre, Stalingrado.

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