COPA MUNDIAL
Expulsada por sus culpas, tuvo que expiarlas en el exilio del campo, el campo.
Pasó, alejada, nueve años, entre el arrepentimiento y la penitencia. Brasil quedaba en otro mundo, ya otro mundo. Uruguay creó el silencio, que es más ruidoso que el Big Bang. Río aún no se repara del daño de ese año: 1950. Ghiggia bebió esa noche de junio el sorbo de la sorpresa, ese rapto de la Historia. Nadie hablaba, apestada, de Alemania; menos de Martin Heidegger, de Carl Schmitt y del búnker de Berlín. La rendición incondicional no servía de nada, nada. La camiseta blanca o verde, por Irlanda, tenía malos y frescos recuerdos. Y el Plan Marshall, un salvavidas del mercado, que no entiende de huesos ni de nervios. El Puente Aéreo era un ave de chocolates para huérfanos hambrientos.
El condenado (da) recurre a la plegaria para el perdón de sus pecados. Cuando sucede es un milagro. Aceptada para el elenco del teatro de Berna, cabaret de piernas, Alemania volvió a las andadas. Sepp Herberger, el pastor del once, llevó a los corderos a la casa del lobo. Había fauces de venganza. La Hungría de Puskas y de la órbita soviética tuvo sus razones: 8-3 en la primera ronda. La Maquinaria de obreros sin ideología, Sistema, andaba entre ruinas personales y extranjeras. Antes de aquel junio del 54, otra vez el cielo, Adi Dassler fabricó los tacos y la escapatoria: si llueve, ganamos, exclamó; fue un mantra. La exiliada, la expiada Alemania jugó su primera final del Mundial; era la mitad de una, federal y blanca. La otra, roja y democrática, quedaba más lejos que Moscú y Nikita.
La pelota no sé , dijo Maradona en el área de la desgracia.
Y el futbol es salvación y reconciliación. La otra mejilla. Hungría ganaba 2-0 al amanecer de aquella final de junio, que no es primavera y, menos, verano. Llovió. La Maquinaria hizo su trabajo. Berna no daba cabida al regreso, a la vuelta. Alemania ganó 3-2 y comenzaron la risa y el llanto por la pelota, por el gol: el Milagro. Alemania estaba de vuelta en el campo, lejos de aquellos campos. Campeona entre gritos de huérfanos, lisiados y desamparados.
PD: Hoy, cuando todo es memoria y olvido, Alemania busca la lúdica conquista rusa... se ha ido, para siempre, Stalingrado.