Culturas

Gorrión frágil en París

Debido a su suicidio en 1931, la historia de Antonieta Rivas Mercado fue olvidada, pero esta mujer dejó huella en la cultura de México.

Diez años antes de que Albert Camus concluyera -en El mito de Sísifo- que el único problema filosófico verdaderamente serio era el suicidio, una mexicana no sólo ya lo había considerado: también lo había llevado a cabo.

Su nombre: Antonieta Rivas Mercado. Su pecado: haberse quitado la vida en la Catedral de Notre-Dame, en París. Un escándalo ignominioso para la alta sociedad mexicana a la que pertenecía su familia, sobradamente católica, que en 1931 se desplazaba entre la inestabilidad, la bancarrota y la mojigatería.

Y es que los Rivas Mercado no eran cualquier familia. Había sido una de las más prominentes del régimen de Porfirio Díaz. Descendientes del hombre que había diseñado el Ángel de la Independencia, Antonio Rivas Mercado, eran respetuosos de las buenas costumbres. Por eso el suicidio de la joven Antonieta no sólo resultaba inconcebible, sino profano. El hecho no era menor: se había dado un balazo en el corazón frente a un Jesucristo crucificado, con una Virgen de Guadalupe en el regazo, y había dejado solo a un hijo de 11 años en una casa de huéspedes en Burdeos. Y todo, en buena parte, por el rechazo de un hombre: José Vasconcelos, en quien se había gastado su fortuna para apoyar su campaña presidencial.

Los periódicos del país no tardaron en publicar la nota roja. La familia no tuvo otro camino que enterrar la tragedia. Olvidarla. Pero sobre todo esconderla. Y, con ello, mucho tiempo México ignoró lo que aquella mujer había hecho por la cultura nacional, de la cual fue mecenas, cómplice, partícipe y creadora.

Pero ningún secreto tiene vida eterna. El verdadero legado y la vida íntima de Antonieta Rivas Mercado —una de las primeras mujeres libertarias de América Latina— salieron a la luz hasta que en 1995 Katheryn S. Blair —la nuera que Antonieta jamás pudo conocer— publicó A la sombra del Ángel (Planeta), cuya nueva edición de 667 páginas ya está en librerías.

¿Qué lleva a una mujer de 31 años, con un amplio intelecto y con un hijo, al suicidio? Responde la autora: "Se suicidó porque ya no tenía nada que dar. Ni a su hijo ni a su pareja ni a su familia. No tenía dinero, estaba endeudada, estaba enferma y exiliada en otro país, tenía problemas legales por la custodia de su hijo (a quien prácticamente había secuestrado para quitárselo a su esposo, Albert Blair), no había nadie que le diera un abrazo y creía que, si se quitaba la vida, Vasconcelos se sentiría libre. Fueron muchas las razones de su vacío, aunque alguna vez Lupe Rivera, la hija de Diego Rivera, me dijo que el verdadero culpable había sido 'el desgraciado Vasconcelos'".

La fragilidad emocional de Antonieta contrastó con su lucidez intelectual. Haber estudiado en París extendió sus horizontes. Pese a la inequidad de género que prevalecía en su época, se desenvolvió en el ámbito cultural como pocas mujeres. No sólo fue mecenas y promotora de pintores como Diego Rivera —uno de sus íntimos amigos— y Manuel Rodríguez Lozano —de quien se enamoró y luego se decepcionó al enterarse de su homosexualidad—: también formó parte y apoyó económicamente al grupo Contemporáneos, integrado, entre otros, por Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Gilberto Owen, Jorge Cuesta y Jaime Torres Bodet.

Modernizó, además, la escena teatral y musical de México. Inspirada por las obras que había visto en París y Nueva York, y aún en contra de mucha gente que la veía como rara avis por sus ideas transgresoras, patrocinó el Teatro de Ulises, al que perteneció Salvador Novo. Allí se representaron obras de Lord Dunsany, Claude Roger-Marx, Eugene O'Neill, Charles Vildrac y Jean Cocteau.

"Ella contribuyó notablemente a la fundación del México contemporáneo. Fue gran amiga y colaboradora de Carlos Chávez, con quien fundó en 1928 la Orquesta Sinfónica de México, el antecedente de lo que hoy es la Orquesta Sinfónica Nacional. También trajo de Europa y de Estados Unidos muchas ideas modernistas al país, desde las primeras traducciones de Nietzsche hasta la regla de que todos los músicos de la Orquesta se vistieran igual para dar una imagen uniforme y refinada, como ya se acostumbraba en Europa", comenta Blair.

"A menudo se le encasilla como mecenas cultural, pero fue mucho más que eso. Luchó también por el voto de la mujer y señaló en muchas ocasiones las contradicciones del sistema político mexicano", añade.

Ávida lectora de Rimbaud, Baudelaire, Verlain y Proust, Antonieta era una mujer agobiada por el absurdo de la existencia y el peso del tiempo. Inquietudes poco comunes en las mujeres de su época. "Siempre buscó la trascendencia y el drama. Alguna vez su hijo, que es mi esposo, me dijo: '¿tú crees que mi mamá iba a meter su cabeza en un horno o se iba a ahogar en el Sena? ¡No! Ella siempre buscó algo diferente".

En 1929 decidió trabajar para la campaña presidencial de José Vasconcelos, en gran parte motivada por la lucha para que se legalizara el voto femenino en México. En poco tiempo se enamoró de él, quien ya tenía una esposa y una hija. Trabajó día y noche para la campaña y, según la autora, se gastó prácticamente toda su fortuna en las giras, los mítines y los libros que repartió por todo el país el ex rector de la Universidad Nacional. Uno de los resultados de su trabajo fue un ensayo político que, hasta la fecha, es referencia obligada para politólogos e historiadores: La campaña de Vasconcelos.

Pero Vasconcelos perdió las elecciones ante Pascual Ortiz Rubio, el candidato oficial de Calles. Muchos vasconcelistas fueron asesinados, encerrados o perseguidos. Sin dinero, con su hijo prácticamente tomado por la fuerza y como persona non grata del nuevo gobierno, Antonieta huyó a Burdeos, donde conoció la pobreza. El 9 de febrero de 1931 escribió una carta a su amigo Rodríguez Lozano: "...fue preciso que me fuera y quemara mis naves. Ya no podía seguir viviendo en el engaño. Tuve que hundirme, solitaria, en lo desconocido, como ladrón que ha robado una joya cuyo precio ignora y corre el riesgo de abrir los dedos y hallar un vil guijarro en vez de una esmeralda inalterable".

Dos días después se mató en Notre-Dame con la pistola de José Vasconcelos. Sus restos nunca fueron reclamados. Fue a dar a una fosa común de París. El primer homenaje que le rindió la Orquesta Sinfónica Nacional sucedió 75 años después, en 2006, en Bellas Artes.

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