Culturas

El oficio pierde a Wolfe

Con su partida este martes, a los 88 años, el nuevo periodismo queda como el gran legado del escritor revolucionario que trastocó los límites narrativos entre crónica y literatura.

Para Tom Wolfe no existía mayor mal que la hipocresía. Su ideal era un mundo libre de fariseos. Un mundo en el que se llamara a las cosas por su nombre. Wolfe era un dandi en el más estricto sentido de la palabra: provocador, altivo y soberbiamente culto. "Un oportunista literario", como se describió a sí mismo muchas veces. Y uno de los padres, también, de lo que se conoció como el Nuevo Periodismo: ese género en el que se desdibujaron las fronteras entre ficción y realidad.

Wolfe falleció el lunes pasado a los 88 años en Manhattan, el mismo lugar en el que Sherman McCoy —su poco ético personaje de La hoguera de las vanidades— se autonombró el amo del universo tras hacerse rico a costa del dinero de otros en Wall Street.

Y es que Wolfe también fue amo a su manera. Dominó las artes de la crónica y la no ficción como pocos. Fue el narrador —en la literatura y en el periodismo— de los grandes acontecimientos de la cultura norteamericana del siglo XX: la carrera espacial, el LCD, el rock and roll, la liberación, Wall Street, la era Ronald Reagan, la corrupción inmobiliaria de Atlanta, los casinos de Las Vegas, la doble moral de las universidades…

"Tom Wolfe llevó el microscopio de la ficción al periodismo. Tomó elementos de la literatura para aplicarlos al reportaje, a la crónica y a la nota informativa. Era un hombre enamorado de las novelas realistas. No por nada se le conocía como el Balzac de Park Avenue, porque lo que le interesaba era justamente eso: usar el ojo de Balzac para retratar la sociedad de su tiempo", considera el escritor y poeta, Mauricio Montiel Figueiras.

Los títulos de dos de sus obras más emblemáticas, Todo un hombre (1998) y Lo que hay que tener (1988), son una aproximación a lo que en verdad había detrás de esa elegante vestimenta que recordaba más a un hacendado de Luisiana de finales del siglo XIX que a un periodista. Wolfe, siempre y ante todo, se asumió como todo un reportero. Y de los calados a la vieja escuela: sin grabadora, con apenas poco más herramientas que el papel y la pluma. Sabía bien —así lo escribió en su libro El nuevo periodismo (1976)— lo que un periodista debía tener: agallas.

"(Wolfe) llevó a su máximo nivel el Nuevo Periodismo que años atrás habían iniciado Truman Capote y Norman Mailer. Era un hombre de grandes ambiciones narrativas. Aunque siempre se consideró un periodista, nunca estuvo muy convencido del poder del periodismo frente a la literatura. No sólo ejerció el periodismo literario: también teorizó sobre él", asegura el escritor y experto en letras inglesas de la UNAM, Hernán Lara Zavala.

“Siempre se consideró un periodista, pero nunca estuvo muy convencido del poder del periodismo”

Hernán Lara Zavala
Escritor

PERFIL

Tom Wolfe, el innovador.

Nacido en 1930 en Richmond, Virginia, inició como redactor en el periódico Springfield Union de Massachusetts a mediados de los 60. Uno de los creadores del nuevo periodismo, posó su mirada aguda y cáustica tanto en acontecimientos relevantes como en la vida cotidiana de la sociedad estadounidense.

La polémica fue inherente a la vida del nacido en Virginia. Porque Wolfe fue un rebelde, pero jamás un enemigo del sistema. Muchos lo llamaron el insider profesional. Recibió críticas de todos los bandos. Cuando publicó Todo un hombre, sus colegas Norman Mailer, John Updike y John Irving lo destrozaron en público. "Wolfe no es capaz de escribir bien una jodida palabra", dijo el primero. "No es literatura siquiera en sus aspiraciones más modernas", replicó el segundo. "Nunca será uno de los nuestros", concluyó el tercero.

Wolfe respondió a las críticas con un ácido texto titulado Mis tres chiflados, el cual fue recuperado en su libro Hooking Up: El periodismo canalla (2001): "la nueva dirección que tomará la literatura en el siglo XXI hará que muchos artistas prestigiosos, como nuestros tres viejos novelistas, parezcan decaídos e irrelevantes. Debe irritarlos un poco que todos, incluso ellos, estén hablando de mí, y nadie está hablando de ellos. Sus obras lucen hoy separadas de la realidad e incapaces de tomarle el pulso al auge decadente del Gran Imperio Americano".

"Sus rencillas con colegas son famosas, como la que tuvo con Norman Mailer, quien hacía chistecitos sobre la forma en la que vestía Wolf, impecablemente de traje blanco. Eran pleitos sobre su trabajo y, poco a poco, se volvieron conflictos personales. James Ellroy decía que algunos de los libros de Wolf solamente eran una demostración de una hombría mal entendida; es curioso que lo haya dicho, porque el mismo Ellroy tenía un ego y una hombría exacerbada", observa el escritor Iván Farías.

Wolf se regocijaba al decir que le encantaba narrar el pecado y la depravación. Sus libros —dice Farías— son ventanas que miran hacia la vida de los outsiders de la vida norteamericana. En lugar de retratar a la América ideal, volteó sus ojos hacia la cloaca y optó por narrar las vidas de la gente enloquecida, la misma que se negaba a vivir en el american way of life.

“Tomó elementos de la literatura para aplicarlos al reportaje, a la crónica y a la nota informativa”

Mauricio Montiel
Escritor

"Estados Unidos estaba sumido en convulsiones sociales como el levantamiento de la comunidad afroamericana, el naciente feminismo, la propagación de las drogas, los jipis y el rock, y Wolfe consideraba que la literatura estaba encerrada en un discurso esnob y falsamente vanguardista que la hacía ajena a todos estos cambios culturales", considera el escritor Antonio Ortuño.

El periodista argentino Rodrigo Fresán definió a Wolfe como el hombre que siempre supo estar en el lugar y en el momento correcto: la premisa básica de todo reportero, aunque su obra ya haya rebasado, desde hace mucho, la inmediatez del periodismo.

En su artículo Tom Wolfe a examen, publicado en la revista Letras Libres en 2005, Fresán hace un recuento de las aportaciones del escritor al Nuevo Periodismo: "a principios de los sesenta, Wolfe apuntaló lo que enseguida fue conocido como new journalism: el equivalente al cine de autor en lo que hace al periodismo. El cronista era, de pronto, la estrella. Y Wolfe —junto a Truman Capote y Hunter S. Thompson y Joan Didion y Norman Mailer— revolucionó el contenido de las revistas y reformuló las leyes de cómo contar la realidad: astronautas, jipis, esnobs, corredores de autos, ángeles y demonios de la Me Decade. De paso —y por el mismo precio— anunció la muerte de la novela". El oficio perdió a Wolfe.

También lee: