Brasil

Enorme México

El sabor dulce de la victoria deben disfrutarlo Herrera y Márquez, artífices de una edificación emocional de una Selección que pasó muy malos ratos. El triunfo de esta tarde confirma que con el corazón al sol, el deporte es una promesa que se cumple.

En el partido más difícil de la primera ronda, la Selección mexicana ha sacado a lucir su mejor futbol. Ha sido ampliamente superior ante un rival al que desbarató con solvencia, con postura y con brillantez.

Hay dos factores claves en este histórico día para el futbol nacional: Miguel Herrera y Rafael Márquez. El primero logró levantar de la depresión a una escuadra vilipendiada y sosa. Cuando todo era pesimismo, el míster de la motivación (como lo había hecho con América) logró dar espíritu a sus jugadores, ofendidos por un pase de rebote a la fase final de la Copa del Mundo.

Ya clasificado, a fuerza del azar, Herrera fue jugando al vestuario con ímpetu y sobrada animosidad. Inteligente, se hizo del liderazgo del más grande futbolista mexicano de todos los tiempos: Rafael Márquez, emblema del pundonor y líder del navío desde hace cuatro mundiales. La dupla Herrera-Márquez es, en gran medida, responsable de esta maravillosa página de un país urgido de pretextos para la felicidad.

El partido de hoy ha sido intenso, gran combate de ideas. Croacia se mantuvo en guardia hasta que el asedio mexicano del segundo tiempo le hizo temblar por dos razones: su rompimiento del medio campo y el avance del tiempo. El quiebre de cintura en la estructura croata se dio justamente cuando el reloj rebasaba la hora de juego.

Aunque el medio campo balcánico superó en posesión al mexicano durante todo el primer tiempo, las jugadas elaboradas no terminaron frente al arco de Ochoa. Al volver del descanso, el resultado parecía una aventura, una fábula. Jugando ambas escuadras más a cuidar al error que a generar acierto, la pelota encontraba caminos accidentados de un lado a otro. Fue entonces que México sacó, paulatinamente, su mejor versión en muchos, muchos años.

De las cenizas emotivas, Márquez (en la cancha por regalo del árbitro) comenzó a impulsar a sus compañeros de viaje a la Isla de la Fantasía. De pronto el equipo de Herrera era dueño de su destino y de su estilo. Bellos fueron esos quince minutos en los que consiguió tres goles inolvidables. El capitán puso el ejemplo y sus argonautas se dejaron llevar por el festín. Fue una postal que recordó al México de la Copa América del 93, al de Oita contra Italia en el 2002 o al de Lepizig ante Argentina en el 2006. Había encanto, el leve aroma de un sueño al que se aspira todas las noches y del que es difícil despertar.

México ha sido enorme esta tarde en Recife. Y el gran valor de este resultado, que detiene el tiempo, es que da cara a las desesperanzas del final del año pasado. El sabor dulce de la victoria deben disfrutarlo Herrera y Márquez, artífices de una edificación emocional de una Selección que pasó muy malos ratos. El triunfo de esta tarde confirma que con el corazón al sol, el deporte es una promesa que se cumple.

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