Brasil

El Tri del "sí se puede"

Desde hace tiempo, la selección mexicana ha dado muestras de buen futbol. Holanda es vencible para estos jóvenes que compiten en la cima del mundo.

México ha sido dos veces el mejor del mundo en categorías inferiores, es el actual campeón olímpico y la mayoría de los integrantes de su Selección tienen experiencia extranjera. No hay razón para creer que no pueda vencer mañana a Holanda en los activos de final de la Copa del Mundo de Brasil 2014.

En sentido estricto, desde el 2005, cuando se hizo de su primer título, en este país debió cambiar la mentalidad de sus plantillas: aquellos jóvenes, ante Brasil, dejaron en claro que México podía asumir la responsabilidad de mejor del planeta.

El proceso generacional tomó forma, otra vez, hace dos años, también ante Brasil, el hermano grande de Latinoamérica. Londres fue otro golpazo anímico para una sociedad que 20 años antes padecía aún las secuelas del Caso Cachirules.

Los mexicanos nacidos a final de los 60 y principios de los 70 tenían argumentos de sobra para desconfiar y despreciar a su representativo nacional. En 1973 fue despiadadamente eliminado por Trinidad y Tobago del Mundial alemán; en el 78, inmaduro y torpe, terminó en el último lugar del certamen argentino; no se clasificó a España 82; en el 86 quedó espantado por la tanda de penales y la trampa le echó del mundial italiano del 90. Una macabra secuencia de infortunios y desesperanzas que dio sustento al complejo de Ratones Verdes, ese que acuñó Manuel Seyde.

La primera nota de aliento la dio el equipo de Miguel Mejía Barón que logró llegar a la final de la Copa América del 93. Claro, en mucho por la vuelta de tuerca que dio a la sique nacional César Luis Menotti, cuya influencia se nota hasta este previo ante Holanda. Menotti hizo ver a los mexicanos que su futbol debía estar entre los mejores del continente: transformó la mentalidad roedora en una felina. Leones en la cancha, eso quiso. Y también en los contratos. Antes del viaje a Ecuador, el cuadro de Mejía Barón hizo un paro sindical para dejar firmados los contratos de varios jugadores. Algo pareció cambiar en la relación trabajador-patrón en el sistema de producción. Ese motín fue clave para entender lo que sucede con el conjunto de Miguel Herrera.

Es cierto que México no ha logrado rebasar la barrera del cuarto partido en la fase final del Mundial. Pero, salvo aquella desastrosa tarde de Corea, ante Estados Unidos, y la de Sudáfrica, ante Argentina, ha plantado cara a Alemania y Argentina, pasando por un paseada a Italia en Oita (2002).

Herrera ha dado músculo a un equipo que ni se levantaba ni andaba, después de una eliminatoria terrible. Lo ha hecho ver con todas sus letras: México no es menos que ninguno de sus rivales, holandeses, argentinos o brasileños. Y lleva razón. Lo lógico sería que la Selección nacional jugara habitualmente en cuartos o en semifinales.

Los éxitos deportivos en el atletismo, en el tiro con arco y en los clavados; los cinematográficos en Hollywood y en Cannes; los reconocimientos en la arquitectura, en la poesía, en la literatura y muchas áreas de la ciencia, avalan a un país que hace rato se dicta con el sí y no con el "no se puede". Los muchachos de Herrera pertenecen a una época en la que México es presencia continua en la élite internacional.

Holanda es vencible para estos jóvenes que compiten en la cima del mundo. Los de antes miraban a los astros internacionales por la televisión o en Paninis; los de ahora se dan el lujo del regate y la zancadilla.

No será, pues, asombrosa una victoria mexicana sobre el equipo de Van Gaal. El de mañana es el Juego de la Historia para el futbol nacional. El día San Pedro y San Pablo puede marcar el porvenir, ¿ por qué no?.

Ganar o perder un juego depende de muchas circunstancias. Lo que es un hecho es que mañana la postura será otra: los equipos jugarán entre iguales.

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