Brasil

Con la frente marchita

Lastimosamente, con piedras, Argentina se instala en la final de Brasil 2014 después de vencer en tandas de penaltis a una Holanda tan grosera con la pelota como la albiceleste. Tangazo de nimiedad el de hoy en San Pablo. El veredicto de los once pasos fue el único ingrediente dramático de esta novela sin personajes.

La cara B del disco. Lastimosamente, con piedras, Argentina se instala en la final de Brasil 2014 después de vencer en tandas de penaltis a una Holanda tan grosera con la pelota como la albiceleste. Tangazo de nimiedad el de hoy en San Pablo. En este round de sombras la que ha triunfado es justamente la sombra, el lado oscuro, de tan triste, que obliga a uno de los combatientes a salir airoso de la contienda a pesar de sus apatías. Holandeses y argentinos se parecieron tanto que confundieron sus camisetas en ambos tiempos. Se prestaron el terreno y luego la pelota para no hacer nada con esas herramientas. Austera manera de resolver una antesala a Río.

Argentina se engalana con chácharas. Cumpliendo con la regla más tacaña, no anoto pero no me anotan, llega a su tercera final ante Alemania, que ayer abrió una nueva discusión sobre el Ser del juego. El tedio se ha apoderado del banquillo de Sabella, siempre sufriente, para quien el calvario es una forma de misticismo. Pobre facha la de un partido con dos oportunidades claras de gol, una por cuadro, en 120 minutos.

El veredicto de los once pasos fue el único ingrediente dramático de esta novela sin personajes. Messi, desgraciadamente para el deporte, se mimetizó de la opacidad de los muchachos de la cuadra. La orden barrial, campera, de su cuerpo técnico es implacable. "No demos más de lo que se nos pide", parece decir el míster. No son tiempos para Gardel. Argentina avienta su propia y grande historia y se ufana con un mal compás de cumbia. Errante sombra que ni busca ni nombra.

Pocas veces una semifinal fue tan sosa. El miedo hizo del encuentro una plasta de asbesto. Un Mundial festivo, alegre, pícaro, fue traicionado por dos blasones que hicieron del sarcasmo un duelo de solemnidades. La cancha se acortó a 50 metros, 25 por lado. Sobrecargado de medio campo, el tablero fue un debate de peones que no tenían idea de alfiles ni de caballos. Holanda se guió por salidas predecibles y su delantero centro fue un quinto defensa enemigo. Se despide de un torneo al que dio la bienvenida poniendo fecha de caducidad al estilo español. Lo demás fue silencio.

El destino marca un signo de interrogación. ¿Puede la peor antiargentina vencer el domingo a la nueva y poderosa Alemania? ¿El juego resistirá la permanencia de la avaricia o estará dispuesto a brindarse una nueva oportunidad con la armonía?

Dos pregones discuten el final de un Mundial que comienza a ser postal de la memoria. Los alemanes han pensado la revolución. Habrá que ver si pueden llevarla a cabo con la boina picaresca de El Che.

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