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¿Buscas culpar a alguien por el escándalo de Uber? Mírate en el espejo

Todos hemos creado este monstruo, con un CEO que fue alabado por estar dispuesto a desafiar lo común, a traspasar los límites y creer en sí mismo sin importar lo que digan los críticos, dice Shira Ovide sobre la crisis que vive la tecnológica.

Por favor, deténganse un minuto mientras leen las últimas noticias sobre las crisis de Uber que se multiplican vertiginosamente.

Uber no es la manzana podrida, dirigida por un presidente ejecutivo cuyo comportamiento es el único que bordea lo inescrupuloso. Hay muchas culpas que repartir. Todos hemos creado este monstruo.

El público, la prensa, la gente que trabaja, invierte y se preocupa por la tecnología. Todos hemos creado este monstruo.

Los que trabajamos en la prensa creamos este monstruo alabando a los CEO por estar dispuestos a desafiar las convenciones, traspasar los límites, confiar en su instinto y creer en sí mismos sin importar lo que dijeran los escépticos.

Ponemos a personas como esas en las portadas de las revistas. Y después esas mismas cualidades llevan a los CEO a las portadas de las revistas cuando el desafío a las convenciones y el traspaso de los límites deja de ser un valor para ser algo negativo.

Esto no sólo es válido para Travis Kalanick, el polémico cofundador y CEO de Uber que tomará una licencia. Steve Jobs más de una vez encarnó la cualidad de "molestar a otros", como Uber definió a uno de sus valores básicos.

No sé dónde está el límite entre las compañías que rompen todas las reglas y crecen hasta convertirse en miembros exitosos y sanos de la sociedad y las compañías que rompen con todas las normas y simplemente rompen todo y a todos a su paso. Ni siquiera sé cuál de las dos resultará ser Uber. Pero todos creamos este monstruo.

El monstruo también se crea cuando las personas responsables de la existencia de una compañía les entregan en bandeja de plata un poder sin precedentes a las personas que fundan compañías tecnológicas.

Los inversores de Uber acordaron permitir que Kalanick tuviera un poder casi ilimitado bajo la forma de acciones que le dan más poder que a cualquier otra persona de la compañía y su directorio. Este tipo de condiciones de inversión que favorecen a los fundadores se ha vuelto común. ¿Es de extrañar que el poder absoluto corrompa absolutamente?

No importa cuántos escándalos de alto perfil se desaten en Uber, Theranos o Zenefits, no apuesten a que cambie este poder de los fundadores. Ello se debe a que el poder ilimitado de algunos fundadores de compañías tecnológicas no es una falla moral. Es un acto económico racional.

En Silicon Valley y otros semilleros tecnológicos circula tanto dinero porque la mayoría de las personas que tienen algo de dinero para invertir quieren apostar al potencial de crecimiento del próximo Google.

La cantidad de dinero que va detrás de las riquezas tecnológicas es mucho mayor que la cantidad de compañías jóvenes verdaderamente prometedoras. Obviamente, el dinero hará todo lo que haga falta para poder tener la oportunidad de financiar a la élite de las startups.

Es una posición extraña para que las personas con abultadas billeteras atiendan las necesidades de los hombres y mujeres –pero en general hombres- hambrientos de poder que lanzan compañías tecnológicas.

Pero esa es la realidad y es fácil comprender desde el punto de vista de las personas que poseen la billetera. Las ganancias potenciales si Uber llega a ser una de las compañías más grandes del mundo porque asumió muchos riesgos pesan mucho más que el peligro de que Uber caiga abruptamente porque asumió demasiados riesgos. Todos tenemos la culpa.

Y todos hemos creado este monstruo porque todos los que trabajan en compañías tecnológicas también tienen intereses creados en que la fiesta siga. Es como la burbuja inmobiliaria de los 2000. Nadie quiere ser el primero que diga que esto se ve mal.

No culpo a ningún trabajador tecnológico por guardar silencio sobre los problemas de su compañía. Es por eso que la reorganización de Uber es tan notable; la puso en marcha un solo empleado de Uber que tuvo la suficiente valentía como para destapar una cultura empresarial podrida.

Hasta las personas que tienen suficiente poder como para hablar abiertamente en las compañías tecnológicas o en su base de inversores rara vez se atreven a algo más que susurrar en privado comentarios sobre mal comportamiento o datos financieros amañados en las jóvenes empresas tecnológicas. Casi nunca lo dicen en voz alta. Ellos también crearon este monstruo.

Y, en caso de que al leer esto piensen que ustedes no tienen la culpa de nada, les digo que sí la tienen.

Los que formamos el público también recompensamos el mal comportamiento. Puede que nos estremezca oír hablar de que las personas que arman los iPhone trabajan en condiciones penosas.

Puede que hagamos chistes sobre cómo Facebook aspira todos los datos que tiene sobre nosotros, incluso hasta el punto de revelar qué otras personas se atienden con nuestro terapeuta. Puede que leamos con horror historias sobre que Amazon registra a los empleados de los depósitos cuando van rumbo a su trabajo o es una empresa tan dura que la gente habitualmente llora en la oficina.

Pero, en general, no dejamos de comprar iPhones ni de usar Facebook ni de hacer compras en Amazon. Ni tampoco, al parecer, la gente vota con la billetera sobre Uber.

Bloomberg News informó que el crecimiento sideral de los ingresos de Uber continúa en lo que va de este año.

Puede que Uber supere la última de sus muchas crisis sin que le queden cicatrices. O puede que no. Pero recordemos que lo que ocurrió en Uber no es un accidente. Nosotros permitimos que ocurriera.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de Bloomberg LP y sus dueños. Ni de El Financiero

*La autora es columnista de Bloomberg Gadfy cubriendo Tecnología. Previamente fue reportera del Wall Street Journal

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