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Todo 'comenzó' en una fría noche en los Alpes en los 90

México llega a la renegociación del TLCAN con un equipo mejor preparado que el de Canadá o Estados Unidos.

El expresidente Carlos Salinas de Gortari ha contado la anécdota en varias ocasiones.

Eran los últimos días de enero de 1990. El nuevo gobierno de México estaba en el camino de instrumentar un ambicioso programa de reformas estructurales y había concluido con gran éxito la renegociación de su deuda externa. Salinas acudió a la reunión del Foro Económico Mundial, realizada, como de costumbre, en el pueblo alpino de Davos, en Suiza, con la expectativa de que México se convirtiera en el gran atractivo del evento por el alcance de su programa de gobierno.

Pero, sucedió que apenas semanas atrás se había caído el Muro de Berlín y la expecativa mundial estaba puesta en la transformación de los países excomunistas o comunistas, de Europa del Este.

Así que el entonces presidente observó que México era mucho menos interesante para los inversionistas de lo que él imaginaba.

Tras ese chasco y luego de reflexionarlo, en una fría noche de Davos, Salinas le pidió a Jaime Serra, su secretario de Comercio, que buscara a sus homólogos de Estados Unidos que también asistían a la reunión, para pedirles que iniciaran conversaciones para la firma de un Tratado bilateral de libre comercio.

La idea ya flotaba en el ambiente, pues apenas el 9 de septiembre de 1988, poco más de dos años antes de los hechos referidos en Davos, el Senado norteamericano había ratificado el Tratado de Libre Comercio entre Canadá y Estados Unidos, promovido principalmente por los canadienses.

Sin embargo, la posición del gobierno mexicano había sido rechazar los acuerdos bilaterales para apostar a las negociaciones multilaterales, como la Ronda Uruguay del GATT, que se realizaba entonces. Davos fue un giro de 180 grados en la visión del gobierno mexicano.

Al arrancar las conversaciones informales, rápidamente se pasó a la búsqueda de que, en lugar de firmar un tratado comercial bilateral, México se integrara a un bloque comercial en Norteamérica, usando como base el tratado ya suscrito entre Estados Unidos y Canadá. En abril de 1990, en diversos medios de Estados Unidos, empezó a trascender la información de que México buscaba sumarse a un esquema comercial en Norteamérica.

Tras muchas conversaciones y después de transitar los procesos formales, el 1 de junio de 1991 inició formalmente la negociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica en Toronto, casi un año y medio después de que empezara a concebirse.

El proceso sustantivo de la renegociación concluyó al comenzar 1992.

Sin embargo, la redacción legal requirió algunos meses más y fue hasta agosto de ese año cuando Carlos Salinas, George Bush y Brian Mulroney atestiguaron la llamada inicialización del Tratado, al haberse concluido. El ambicioso acuerdo comercial que Salinas imaginó aquella noche fría de Davos, sin embargo, corrió el riesgo de despeñarse en noviembre de ese mismo año.

El candidato demócrata, Bill Clinton, ganó las elecciones presidenciales y derrotó a Bush.

Una de las banderas de la campaña de Clinton había sido la crítica al Tratado de Libre Comercio que Bush negociaba, por lo que existía la posibilidad de que el nuevo gobierno no presentara a ratificación del Congreso el texto que ya se había redactado.

Sin embargo, tras los primeros meses de gobierno, en el primer

trimestre de 1993, el gobierno mexicano convenció a Clinton de

las ventajas del nuevo acuerdo.

El presidente Clinton sabía que no iba a lograr la ratificación del documento sin incluir temas laborales, ambientales y fronterizos. El recurso que se diseñó mantuvo el texto negociado y firmado sin reabrirse, y en contraste, agregaría tres Acuerdos Paralelos al documento original: en materia laboral, ambiental y fronterizo.

Tras varios meses de negociación se agregaron los tres acuerdos y se obtuvo la ratificación final del TLCAN por el Senado de Estados Unidos, el 19 de noviembre de 1993. Así que, desde su concepción hasta su ratificación, pasaron tres años y diez meses. Tuvieron que pasar poco más de 23 años y medio para que este acuerdo volviera a ponerse en la mesa.

Al hablar hoy con los negociadores mexicanos y con los principales representantes del sector privado, hay coincidencia en que el Tratado requería ajustes. Han cambiado muchas cosas en el mundo y en México como para no modificarlo y actualizarlo en varias de su partes.

Pero tuvo que ser Trump quien empujara a ponerlo nuevamente sobre la mesa.

El equipo mexicano se ha preparado para este proceso como para ningún otro. El sector privado no esperó a ser convocado por el gobierno, sino que por su cuenta empezó a organizarse y a actuar.

El equipo operativo de los empresarios es encabezado por Moisés Kalach, quien también encabezó al sector privado en la negociación del TPP.

Y, algo muy interesante es que, además, se aprovechó la experiencia de negociaciones anteriores.

El sector privado contrató la asesoría técnica de la firma IQOM, la empresa que preside Herminio Blanco, en este proceso. La consultora ha hecho un trabajo fino de inteligencia comercial, en el que ha detallado, por ejemplo, la relación comercial de cada estado de la Unión Americana con México. Ha listado el porcentaje de las exportaciones de cada estado con nuestro país. Ha identificado a las principales empresas exportadoras a México.

Igualmente ha señalado en dónde está la inversión mexicana en cada estado y condado. En el Congreso, ha estudiado la procedencia de cada uno de los integrantes de los dos Comités claves: el de Finanzas, y el de Medios y Procedimientos. Ha establecido sus dependencias con

sectores empresariales y conjuntos de electores.

Y, todo este esfuerzo, está siendo compartido con los negociadores del gobierno mexicano.

No tengo ninguna duda de que el equipo que llegará mejor equipado a la mesa de negociaciones, tanto por el conocimiento y experiencia de sus negociadores como por el respaldo que tiene, será el de México.

Ni lejanamente, Estados Unidos y Canadá se han preparado con la misma dedicación. Estados Unidos no lo ha hecho porque, con una cierta actitud displicente, está esperando las propuestas mexicanas y canadienses para evaluarlas. Las suyas, algunas simplistas y limitadas, ya están siendo analizadas con detalle por sus contrapartes.

En Canadá, adoptarán una actitud defensiva. Por ejemplo, el ahora célebre capítulo XIX del Tratado en realidad, estuvo originalmente en el acuerdo comercial entre Estados Unidos y Canadá. Se heredó al TLCAN y no se concedió en ningún otro Tratado posterior.

Para Canadá es un símbolo de que no son únicamente un socio más para Estados Unidos. Por eso le dan tanta relevancia y México ya los respaldó.

En contra de la opinión de Trump, Estados Unidos se ha beneficiado enormemente del TLCAN, y creo que la suma de los beneficiados en Estados Unidos va a crear una fuerza tan grande, que, por ellos, la negociación que empieza, va a concluir en un Acuerdo que va a abrir una nueva etapa de esta relación.

Esta nota fue publicada originalmente el 16 de agosto de 2017

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