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Este campeón ajedrecista y desertor soviético es maestro en Wall Street

Durante más de dos décadas, Lev Alburt ha enseñado estrategia, paciencia y pronosticación a expertos en finanzas.

En la calle Este 83 hay un contendiente para ser el departamento menos lujoso del Upper East Side de Manhattan. Pero durante los últimos 25 años, los capitanes de la industria se han dirigido a su tercer piso para aprender los secretos de ataque y defensa de Lev Alburt, tricampeón de ajedrez de Estados Unidos y uno de los desertores soviéticos más famosos de la década de los setenta. Durante mucho tiempo Alburt ha ofrecido lecciones privadas a neoyorquinos de todos los ámbitos sociales.

Wall Street tiene una bien andada historia con los juegos: fuera de horarios de oficina y en los descansos, juegos de azar y riesgo, como backgammon y bridge, ofrecen apuestas de alto nivel, y el ajedrez, con su relación con la teoría de juegos, ocupa un lugar primordial.

En 2015, en la conferencia Sohn, cientos de profesionistas en finanzas como Bill Ackman, pagaron 5 mil dólares para ver a Magnus Carlsen, el gran maestro noruego, jugar simultáneamente contra tres personas, con los ojos vendados. George Soros es un conocido y agresivo ajedrecista, al igual que el fundador de Saba Capital, Boaz Weinstein, un prodigio del ajedrez.

"Iba a darme una vuelta por ahí, pasaba una hora en el tablero de ajedrez con Alburt. Éramos amistosos, quizás hablábamos un poco de la vida", dijo el tiburón Carl Icahn, quien tomó lecciones de Alburt durante años en un intento por superar a su hijo, Brett.

"Voy con Lev aproximadamente cada dos semanas", dice Eliot Spitzer, exgobernador de Nueva York y actual director de Spitzer Enterprises. "Es maravilloso, frustrante, intimidante y desmoralizante". Las lecciones de Alburt se intercalan invariablemente con discusiones políticas y una ligera dosis de fatalismo… "lo que esperas de un gran maestro de Rusia", dice.

Spitzer llegó a Alburt por otro pupilo, Doug Hirsch, quien dirige Seneca Capital Investments LP, una oficina de fondo de cobertura. Otros estudiantes de Alburt, en el pasado y presente, incluyen a Ted Field, el productor de cine multimillonario y heredero de la fortuna Marshall Field & Co., y Stephen Friedman, expresidente de Goldman Sachs y actual presidente de Stone Point Capital. Al preguntarle sobre sus lecciones con Alburt, Friedman dice: "No puedo agregar nada más que no sea que no era buen ajedrecista entonces y no he mejorado nada".

En una reciente tarde de fin de semana, Alburt abre la puerta en camisa floreada. Me lleva al interior del departamento de una recámara, me ofrece vino, vodka o agua, en ese orden. Se acomoda entre recuerdos de logros pasados: en la pared, una pintura de un ajedrecista sin cara y un retrato dentro del retrato de Alburt, del artista postsurrealista Mark Kostabi. Hay montones de premios, fotos de él con varios famosos (como Estée Lauder y Garry Kasparov), una pequeña bandera estadounidense y alteros de libros de ajedrez, 17 de ellos escritos por él.


La trayectoria de Alburt, quien nació en Orenburg, Rusia, vivió en Ucrania y cotorrea con el exgobernador de Nueva York parece, hasta cierto punto, como una novela de John le Carré llena de deserciones de intriga y misterio de la Alemania Occidental. Pero también es una historia de ajedrez y finanzas.

Comenzó a jugar cuando tenía cinco años. Para el final de su adolescencia ya era considerado maestro y comenzó a ganar torneos.
"Luego, cuando estaba en la carrera, de repente me volví un jugador mucho más fuerte", dice Alburt, quien todavía habla con un fuerte acento ruso. En su narración cuenta cómo brincó de estar en el puesto mil 800 de la Unión Soviética "a como el 30" en un año.

En el clímax de la Guerra Fría, cuando el énfasis en el llamado poder blando estaba en su esplendor y atletas, músicos y académicos que enaltecían el prestigio nacional eran considerados bienes oficiales, Alburt era uno de los hombres mejor pagados de la Unión Soviética.

En ese tiempo se familiarizó con la jerarquía soviética, pero no se unió al Komsomol, el grupo juvenil del Partido Comunista, y alimentó un secreto y profundo odio hacia su sistema.

Alburt constantemente se expuso a la cultura occidental por los varios torneos de ajedrez a los que asistía, pero su deserción en 1979 no fue por la calidad de vida estadounidense. "Irme no era para buscar una mejor vida", cuenta. "Sabía que estaría mucho mejor económicamente si me quedaba en la Unión Soviética".

Su decisión fue una reacción a lo que llama "las mentiras que me rodeaban". Se censuraban libros, se limitaba la movilidad, vidas enteras eran predeterminadas. En una anécdota que cuenta con frecuencia, Alburt dice que decidió desertar, perdió la calma y luego, después de leer una edición de Pravda en el avión y asquearse con la hipocresía soviética, su determinación regresó. En un viaje a un torneo en Colonia, Alemania Occidental, tomó un taxi a la estación de policías y pidió asilo.

Como otros desertores de alto nivel, cuando llegó al occidente Alburt tenía varios países para escoger, pero optó por Estados Unidos. "Quería venir aquí por razones políticas", dijo. "Quería luchar contra el régimen soviético".

Pronto se mudó a Nueva York porque se convirtió en un comentarista político de cierta fama, con frecuencia no alineado con lo que describe como el "lado conservador, antisoviético". Hizo amistad con el congresista republicano de Nueva York, Jack Kemp, y el comentarista de derecha, Charles Krauthammer, dio conferencias en universidades para denunciar a los soviéticos e incluso apareció en el programa de televisión cristiano de Pat Robertson, The 700 Club, en donde Alburt, judío, oró con Robertson por la liberación de sus colegas ajedrecistas rusos.

Mientras tanto, estaba en medio de una carrera de ajedrez exitosa y lucrativa. "Jugaba ajedrez en gran parte para ganarme la vida", dice. Compitió para el equipo olímpico de ajedrez de Estados Unidos en Malta en 1980, y ganó el muy prestigioso y solo por invitación U.S. Chess Championship en 1984, 1985 y 1990. A lo largo de su carrera, Alburt dio clases de ajedrez y cobraba "al menos mil dólares" por presentarse, cuenta.

Luego de caer el muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética, aumentó su fama como comentarista y redujo su juego de ajedrez competitivo para finalmente dejarlo del todo en 1992. Para reemplazar su decreciente ingreso de los torneos comenzó lentamente a dar clases y cobraba la elevada cifra, para ese momento, de 100 dólares la hora.

Sus primeros estudiantes fueron algunos médicos, abogados, empresarios y un hombre que, dice Alburt, era un pescador
("uno de mis alumnos que duró más"). Su clientela aumentó hasta incluir algunos pesos pesados. Conoció a Field en 1989 y un año más tarde éste estaba tan cautivado por el juego que se volvió patrocinador del World Chess Championship entre Kasparov y Anatoly Karpov.

Alburt comenzó a enseñar a Friedman en 1990. Recuerda que el financiero solía jugar contra principiantes, pero prefería enfrentarse a una computadora. En contraste con la deliberativa reputación del ajedrez, Alburt dice que el juego ayuda a los empresarios a improvisar. "Los buenos ajedrecistas son buenos para tomar decisiones rápidas, con frecuencia correctas", dice. "Los empresarios básicamente hacen lo mismo que los grandes maestros del ajedrez: tienes que tomar decisiones rápidas en circunstancias inciertas".

Otro atributo del ajedrez que ayuda a los altos mandos, cuenta, es el énfasis en la lógica
y "hacer a la gente responsable de sus decisiones". O, en palabras de Icahn, "Si es un buen ajedrecista, tiene una buena mente matemática". Así que si es un buen jugador, no es un idiota". Hirsch coincide: "Hay una gran satisfacción al visualizar cómo va a resultar algo y estar bien", dice. Los errores, agrega, "son todos míos".

Alburt prefiere que el juego se separe de factores externos, como premios monetarios. "Algunos (de mis pupilos) solo quieren comprender mejor el ajedrez. No tanto cómo hacer una gran entrada o cómo tener mejores cierres, sino ver combinaciones hermosas", dice. "Otros quieren tener mejores ratings en línea o aspiran a jugar torneos". Muchos de sus clientes del mundo financiero, cuenta, "tienen esta visión de que es buena idea distraerse de su trabajo".

Spitzer, por otro lado, no puede comprender por qué Alburt es tan popular en círculos financieros. "Me sorprende que a tanta gente en Wall Street le guste el ajedrez", bromea. "Tiene reglas".

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