Templo del morbo

Nuestra arrogante y deliciosa juventud

Es el verano del 2046. Estoy recordando que hace 30 años -parece que fue ayer- lleno de juventud me fui a un concierto en Acapulco donde bailé tanto y nunca supe qué estaba bailando.

No conocía a quienes daban ese concierto de música que en ese entonces los ignorantes en una suerte de pragmatismo le llamábamos "electrónica" en general.

Es más, nunca había asistido a un evento de esos. Y mira, qué tan bien lo pasé que a 30 años lo recuerdo tan fresco.

Habíamos ahí varios miles de jóvenes. Jóvenes, ¡jóvenes! En esa edad donde eres arrogantemente joven.

Donde te vas al trabajo con dos horas de sueño, y aunque jodido, parece que no pasó nada. Donde te emborrachas hasta las 8 de la mañana y todavía tienes pila para seguir riendo de cualquier cosa.

Esa edad en la que brincas y bailas por horas y no te duele un carajo.

Esa edad donde te ves bien pintándote la piel con colores tan vivos como tú.

Esa edad en la que cargas a tu chica en los hombros en la parte cumbre de la canción.

Esa edad en la que te besas con tanta pasión en medio de la nada. Esa edad.

Y ahí estábamos esos miles viviendo la vida.

En particular ahí estábamos los seis que compartimos aquel fin de semana, haciendo nuestra cara más chistosa en las fotos, haciendo estupideces en los videos, destapando las cervezas con las muelas, quitándonos la playera sin reparo, sintiendo en la música la bendita libertad.

Riéndonos de nosotros. De ser nosotros. De estar ahí.

Ahora que me acuerdo, conocí a una chica de Morelia. Bailando sin sentido chocaron nuestros brazos, pretexto que usé para decirle que si ya habían chocado nuestros brazos, chocáramos las cervezas.

Ahí comenzó una plática sin dejar de bailar. Su carta de presentación fue decir que "casi no salía" por lo que ese día iba decidida a disfrutar "al 100". La mía, con cierto aroma de cinismo, fue decirle que yo sí salía muy seguido, y que por supuesto podía considerarme en ese equipo de los que disfruta "al 100".

En la plática nos tirábamos de vez en vez algún coqueteo con esa arrogancia de juventud y una desfachatez que mantuvimos hasta que nos despedimos.

Hoy me pregunto ¿qué habrá sido de ella? ¿Qué será de los miles que ahí estábamos? ¿Cuántos siguen sonriendo al recordar esa época, ese fin de semana, ese día?

¿Cuántos se amargaron por empezar a pensar más en pagar las cuentas que en vivir? ¿Cuántos aún disfrutan todos los días de su vida?

¿Quiénes de esos miles aún destapa las cervezas con la muelas?

¿Habrá quien aún cargue a su pareja? ¿Será que todavía hay los que se besan como si no hubiera mañana?

¿Seguirán existiendo los que se toman fotos chistosas para recordar los momentos?  ¿Harán estupideces cuando graban videos?

¿Bailar y brincar sin sentido aún le parecerá divertido a algunos?
¿Es normal aún coquetearse con desfachatez?

Ojalá que sean muchos los que lo hacen.

Ojalá pueda hoy considerarme en ese equipo.

Ojalá que sí, porque de que extraño esa etapa de mi vida, la extraño, pero quiero pensar que aún me quedan pinceladas de esa arrogante juventud.

La puerta grande: Besarse cínica, arrogante, desfachatada y deliciosamente.

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