Templo del morbo

Cristiano Ronaldo, uno más de la cofradía

A los futbolistas, a los grandes futbolistas, solemos verlos como seres de otro planeta, que vienen de lugares llenos de magia a regalar sonrisas a la Tierra.

Pero no.


Un día, Lionel Messi falla un penalti en la final de la Copa América y termina llorando como un bebé. Otro día, Cristiano Ronaldo se lastima y deja el campo con lágrimas, desesperado.

Las lágrimas nos recuerdan que son humanos, y eso engrandece más su legado.

Porque también hemos llorado por un penalti fallado por nosotros en la cancha del barrio, o por el lateral derecho de nuestro equipo en una final.

Porque también hemos sufrido cuando salimos cargados por dos compañeros en la cancha de tierra, o mordernos las uñas porque el 9 del club sale en camilla en el juego en que se juega el campeonato.

En sus lágrimas recordamos que este juego también es cruel.

En sus lágrimas nos vemos reflejados. El hincha también es de carne y hueso. Y llora.

En 'El secreto de tus ojos' ( Campanella, 2009) hay una frase que refleja esta pasión. Alguien puede cambiar de todo, "de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión". Y la pasión es el equipo de futbol.

En una de las escenas de la película aparece uno de los actores principales rezando a alguna deidad que no se olvide de iluminar al 10 para que la clave al ángulo. Luego, al caer un gol, la grada explota en júbilo.

En los cuartos de final de la Euro, una de las imágenes que quedan para la historia fue la de ver a Cristiano Ronaldo rezando en la tanda de penaltis para que desde el cielo se ayude a Quaresma a que la meta al arco, y no la mande justo a las nubes.

Cristiano se convirtió en el hincha que sabe que no puede tirar el penal, y sólo le queda apelar a la ayuda divina, o a la pierna derecha del extremo, según las creencias para ese momento.

Y en la final, Ronaldo lesionado daba vueltas en el área técnica arengando a sus jugadores y pidiendo al árbitro que dejara de jorobar y terminara el partido.

Otra vez era el hincha que se aferra a las uñas cuando se juega el tiempo de descuento, y pide piedad al juez central terminando ya el partido.

Verlo así es ver que no es aquel fanfarrón que se quita la playera hasta con goles donde empuja la pelota; es verlo como uno más de nosotros.

Uno más de esta cofradía irracional que explota en júbilo cuando caen un gol o se termina el partido con un triunfo.

Como lo fue ver a Messi hundido en la banca tras perder la final. Como el hincha se hunde en la grada o el sillón tras ver caer a su equipo en la final en la tanda de penales.

A las derrotas y los triunfos pertenecen los genios, y los hinchas de carne y hueso.

La puerta grande: Este que escribe fue Messi, hundido en el sillón, curiosamente cuando Ronaldo marcó el penal que le dio la Champions al Madrid

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