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¿Parques públicos o jardines de riqueza privada?


John Gapper

Sentarse en Sunken Overlook, el anfiteatro en el High Line, el jardín público que corre a lo largo de un antiguo ferrocarril elevado en el lado oeste de Manhattan, es como estar en un museo del siglo XX. La obra en la exhibición a través del cristal es la Décima Avenida (Personas conduciendo automóviles).

Éste es un emprendimiento brillante y exitoso para renovar una línea de ferrocarril abandonada en vez de demolerla, lo cual había sido solicitado firmemente por los propietarios locales a finales de 1980. El High Line, inspirado originalmente por la Promenade Plantée en el este de París, cuenta con su propia oleada de imitaciones extranjeras.

La última versión es el Garden Bridge, una pasarela sobre el Támesis, desde Temple hasta el South Bank, diseñada por Thomas Heatherwick, creador del pebetero de los Juegos Olímpicos de 2012. George Osborne, el ministro de Hacienda, anunció recientemente que el gobierno aportará 30 millones de libras para el proyecto, que en total será de 150 millones.

Los jardines en antiguas zonas de transporte como el ferrocarril y los muelles (Garden Bridge es una variación sobre el mismo) se están convirtiendo, como los rascacielos, en un símbolo de las ciudades cosmopolitas. Son instalaciones comunitarias, pero la forma en que se planifican y financian difiere marcadamente de los parques del siglo XIX, como el Central Park de Nueva York o el Victoria Park en el este de Londres.

Los proyectos son divinas creaciones de los profesionales que se han trasladado a las ciudades postindustriales, para restaurar viviendas y aumentar los precios. Son jardines de recreo para los oficinistas y turistas, en lugar de ser sitios para "las clases más desafortunadas y fuera de la ley", a quienes Frederick Law Olmsted, el planificador visionario de paisajes, trató de civilizar con Central Park y Prospect Park en Brooklyn.

Como uno de los 4.4 millones de individuos que caminaron por el High Line el año pasado, soy un fan. Su espíritu y originalidad hacen que sea más atractivo que algunos servicios públicos con menos recursos. Del mismo modo, Lord Davies, ex presidente de Standard Chartered y presidente del fondo para el Garden Bridge, dice que el puente "será un lugar de belleza, una adición notable al horizonte londinense y tiene el potencial de ser una parte icónica de Londres".

Sin embargo, no son parques públicos en el sentido clásico. Reflejan el hecho de que las zonas urbanas están transformándose de ser lugares en los que los trabajadores industriales se hacinaban, a menudo en condiciones desagradables, hacia lo que Richard Florida, el teórico urbano, llama "la clase creativa". En lugar de los ferrocarriles de carga, muelles y almacenes, quieren lofts y jardines.
 

Robert Hammond, director ejecutivo de los Amigos del High Line, y uno de los dos residentes que iniciaron la campaña para crearlo en 1999, considera que es vital para este tipo de proyectos tener una visión "de abajo hacia arriba" y no ser parte de un plan cívico. "Es más interesante cuando la gente toma algo particular de su barrio permitiendo que el diseño fluya desde ese espacio," sostiene.

Es más factible que un grupo de locales, y no uno de burócratas, logre algo distintivo. El High Line está en un mundo completamente diferente que las camas de flores burguesas de la Promenade Plantée; y la visión de Heatherwick de un puente boscoso que abarque el Támesis es tan innovadora, a su manera, como la creencia de Olmsted de que un parque urbano debe ser "un simple espacio, amplio y abierto de césped limpio".

Igualmente, el grupo proseguirá sus propios intereses, y a menudo tiene el dinero para hacerlo. La mayor parte de los 153 millones de dólares que costaron los dos primeros tramos del High Line fueron financiados por la ciudad de Nueva York, pero los donantes privados ayudaron. Barry Diller y Diane von Fürstenberg, la pareja magnate en medios de comunicación y la moda, contribuyeron con 6 millones de dólares, por lo que una sección lleva sus nombres. Los Amigos ahora cubren la mayor parte de los gastos de 4 millones de dólares anuales anuales para el funcionamiento del jardín.

Como resultado, ellos tienen la última palabra. El High Line es patrullado para prevenir el desorden o la vagancia y, dada su forma inusual, no hay espacio para los campos de deportes y áreas de juego que tienen la mayoría de los parques de niños de la ciudad de Nueva York. El Meatpacking District y Chelsea estaban cambiando pero el High Line los ha convertido en lugares incluso más deseables para vivir.

El hecho de que los parques son buenos para los residentes locales no es un fenómeno nuevo. Olmsted evaluó los precios de los apartamentos alrededor del Central Park entre 1856 y 1873 para justificar los 13 millones de dólares que la ciudad había gastado en la construcción de éste. Calculó que el aumento de 209 millones de dólares en valor de las propiedades atribuibles al parque aumentó los impuestos por 4 millones de dólares más del costo de la deuda de financiamiento.

Eso, sin embargo, coloca una responsabilidad sobre las ciudades para asegurar que la construcción de parques y de puentes privados equivalga a más que un plan de creación de riqueza para un segmento de la población, el equivalente colectivo de rehabilitación de viviendas. Al igual que con otras asociaciones público-privadas, el público tiene que beneficiarse.

La popularidad del High Line le permite pasar esa prueba. Igualmente, Lord Davies insiste que el Garden Bridge será un atractivo para "todos". Él quiere recaudar la mayor parte de los restantes 120 millones de libras a través de un llamamiento público, en lugar de donaciones corporativas, y descarta la venta de derechos de nombre para el puente en su conjunto.

En cierto modo, se trata de una vuelta al pasado. Olmsted se inspiró en Birkenhead Park, que en 1847 se convirtió en el primer parque de financiación pública en Gran Bretaña. Los parques y jardines privados del pasado una vez más están dando forma al paisaje de la ciudad.
 


 



 

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