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Jóvenes mexicanos, tan lejos de Kakfa


 
 
Mauricio Mejía
 

Es normal que un país con bajos índices de lectura crea que Kafka es un escritor. Dice George Lukács que en el judío checo la fuerza sugestiva del detalle auténtico es tan grande que aun en las descripciones más inverosímiles, las más irreales aparecen reales en él.
 
Cuando México alcance, dentro de 65 años (si es que, claro, todo sale de maravilla), los niveles de lectura de los países de la OCDE, es decir, cuando los jóvenes que participaron en la prueba PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes) tengan entre 80 y 81 años, el mundo celebrará 195 años del nacimiento de Kafka. Es posible que, en caso de que las políticas educativas se mantengan con el rezago actual, los jóvenes del 2078 tengan dudas de si de veras Kafka es un escritor checo o el extremo derecho del Spartak de Praga.
 
Gregorio Samsa, atrás de una puerta de madera apenas después de la mutación, siente de pronto una curiosidad: "¿Cómo habrán de desvanecerse paulatinamente las cosas de hoy?". La pregunta kafkiana si La Metamorfosis no se hubiera producido sería ahora: ¿Cómo se desvanecerán las cosas que paulatinamente ya no existen hoy?
 

En el fondo los jóvenes encuestados, de 15 o 16 años, han leído, sin leerlo, a Kafka. El autor de La Condena lo dijo claramente: "En la lucha entre tú y el mundo, siempre ponte del lado del mundo". Lo han hecho: se han dejado al mundo. Dice Walter Benjamín que Kafka quería contarse entre los hombres comunes: "El límite de la comprensión se le planteaba a cada paso que intentaba dar y amaba presentárselo también a otros". Sucede que entre los muchachos mexicanos esa palabra ha dejado de ser sustantivo para convertirse en adjetivo y luego en lugar común: lo que se les presenta como absurdo, como lo inverosímil que alegaba Lukács, ya no en Kafka sino en lo kafkiano; mundo extraño al que entraron sin molestarse en sacar la llave del bolsillo.
 
W. H. Auden aseguró que Kafka se identificó con su tiempo tal y como Dante, Shakespeare y Goethe con los suyos; su angustia coincidió con la del hombre de sus días. Al autor de aforismos, Kafka, no le angustiaría, sin embargo, saber que los mexicanos no lograron el nivel básico de comprensión de lecturas, en la que quizá ya no aparece. Respondería: "El espíritu queda libre desde el mismo momento en que deja de ser apoyo".
 
Kafka no tiene empacho en asegurar que el completo apartamiento de la realidad es muerte espiritual. ¿Acaso, viendo los números de aprovechamiento de matemáticas del PISA, no se da a notar una muerte espiritual en un país que, kafkianamente, tiene uno de los más altos niveles de consumo de tabletas? Otro aforismo: "La verdad es indivisible, no puede reconocerse a sí misma; quien quiera reconocerla, debe ser mentira".
 

Existen tiempos de grandes escritores; también tiempos sin lectores. Borges dice que Kafka es una idiosincrasia: un creador de precursores. Cuando llegue el 2078, cuando sea posible que México conviva con la OCDE, Kafka será el precursor de un estilo narrativo que nunca existió. O lo reinventará justo 200 años después de haber nacido en un lugar que quizá ya no se llame Praga. Alguna vez en el futuro alguien leerá: "se asombraron de la ligereza con la que tomó el camino a la eternidad; realmente descendió por él descansando".
 
 
 
 

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