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FINANCIAL TIMES: Un líder fuerte en Japón es una ventaja


 
 
 
 
 
Por David Pilling
 
 

Durante años, el acuerdo común ha sido que lo que necesita Japón, más que nada, es un líder fuerte. Ahora, para bien o para mal, está a punto de tenerlo.
 
 
El Partido Liberal Democrático (PLD) de Shinzo Abe se enfrenta al electorado el domingo en las elecciones de la cámara alta. Asumiendo que le irá tan bien como se espera, su gobierno de coalición podrá consolidar su ya considerable poder al ganar una mayoría de dos tercios en ambas cámaras del parlamento. Esto le permitirá a Abe, cuya cifra de apoyo está en los burbujeantes sesenta, promulgar leyes con mucha más facilidad que sus más recientes predecesores.
 

Igualmente importante, una victoria decisiva pondría fin a la aparentemente inacabable procesión de primeros ministros que han ido y venido con más rapidez –aunque con mucho menos impacto– que los tifones pasajeros. Han habido siete líderes en los últimos siete años y 14 en los últimos 20. Si su victoria es grande este fin de semana, Abe probablemente seguirá sin desafío hasta la próxima elección, programada para el 2016.
 
 
Esto lo haría, fácilmente, el primer ministro más fuerte desde Junichiro Koizumi, la figura disidente que electrificó a Japón e intrigó a los inversionistas extranjeros durante su mandato de casi seis años, comenzando en el 2001.
 
 
De hecho, Abe podría llegar a ser una fuerza más potente que Koizumi por dos razones.
 
 
Primero, su partido –aunque no sin sus luchas sectarias e ideológicas– apoya firmemente a su líder después de tres años de oposición. Segundo, para bien o para mal, es un político con más convicciones que Koizumi, cuya teatralidad sobre asuntos como la privatización postal llevó a muchos a creer que era más radical de lo que en realidad era. Abe se inspira en un profundo sentido conservador, que algunos llamarían un nacionalismo irredento.
 
 

Esa es la fuente de la Abeconomía, una desviación en la política monetaria (y probablemente del lado de la oferta) dirigida a restaurar el vigor económico, y con ello la 'grandeza', de Japón.
 
 

Todo esto le presta a Abe algo del celo de un converso. ¿Deberíamos tenerle miedo? ¿Ahora que Japón por fin tiene el líder poderoso que buscaba, podría conducir al país hacia a un precipicio económico o navegar aguas peligrosamente nacionalistas?
 
 
En cuanto a la economía, la respuesta es no.
 
 

Desde luego, la Abeconomía tiene sus riesgos. Ir a marcha forzada hacia la inflación podría tener consecuencias no deseadas, como causar precios desbocados o problemas en bancos cuyos balances están atragantados de bonos. Pero es un riesgo que vale la pena. Japón necesita deshacerse con urgencia de un malestar deflacionario de 15 años que, aunque ha ayudado a mantener los ingresos, le ha restado vitalidad a la economía y socavado las finanzas públicas.
 
 

En el campo económico, no todo lo que Abe hace será correcto, pero tener un eficaz paladín de una política audaz es, en última instancia, algo positivo.
 

En la cuestión de la política social y la postura japonesa hacia sus vecinos, hay más por qué preocuparse. El impulso del actual primer ministro hacia 'normalizar' la nación podrá ser comprensible.
 

Después de todo, Japón se halla virtualmente solo entre países donde cantar el himno nacional, tener soldados, o conmemorar los muertos de guerra es algo controversial en el interior y en el extranjero. La forma en que Abe encara esto, sin embargo, tiene un matiz rencoroso, abrazando un impulso a retocar la historia y restaurar algunos elementos de la ideología imperialista que metió al Japón en líos en primer lugar. Pero aun aquí, hay razones para creer que la sociedad civil es una salvaguarda fiable contra un peligroso tumbo hacia la derecha.
 
Tomemos dos ejemplos.
 
 
El primer ministro no ha ocultado su ambición de re-escribir la constitución impuesta al Japón después de su derrota de 1945. Él quisiera rehabilitar el derecho soberano a poseer fuerzas armadas –prohibido por el pacifista artículo nueve. También quiere hacer retroceder algunos de los elementos "extranjeros" de la constitución, como los que marginan al emperador o colocan la santidad de los derechos humanos por encima de los intereses del estado.
 
 
Aun así, es improbable que vaya lejos.
 
La mayoría de los japoneses permanecen apegados al artículo nueve, aunque sólo sea porque los ha mantenido protegidos por tanto tiempo. También son sospechosos de los ensayos por diluir los elementos progresistas de la constitución. Abe ha tenido que dar marcha atrás de un plan que había presentado para hacer facilitar las revisiones.
 
 
Algo a lo que también aspira el jefe de gobierno es manipular una disculpa hecha a las jóvenes coreanas que fueron coaccionadas a la esclavitud sexual durante la segunda guerra mundial. Su postura es que en la guerra pasan cosas terribles y que Japón no debiera de ser señalado para ser recriminado.
 

Pero esto tampoco tiene probabilidad de éxito.
 
Hasta el PLD, más conservador que la población en general, sabe que tal tipo de movida podría traer enormes problemas diplomáticos, no sólo con los vecinos asiáticos del Japón sino también con su aliado estadounidense.
 
 
A menos que Abe verdaderamente pierda la cabeza, tales aventuras oficiales de revisionismo no ocurrirán.
 
 
Desde el punto de vista diplomático, un primer ministro fuerte tiene una gran ventaja. Querido u odiado, sus homólogos extranjeros saben que él es alguien con quien se puede negociar.
 
 
Único entre los líderes recientes, él tiene una gran posibilidad de permanecer en el poder suficiente tiempo para cumplir los acuerdos. Eso vale su peso en oro.
 
 
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