Por Samuel Brittain
Imaginemos una tiendita en el vecindario a la cual no le va bien. En el mejor de los casos no puede siquiera proveerle a su propietario los ingresos mínimos para sustentarse. En el peor de los casos, no puede cubrir sus costos y se mantiene a flote por medio de préstamos y donaciones de amigos y simpatizantes.
Uno de ellos incluso comenta que haría lo necesario para mantener la tienda a flote, y añade: "Créanme, será suficiente".
Todas las analogías son imperfectas, pero ésta da muy cerca del blanco en cuanto a los miembros no competitivos de la eurozona. Desde el lanzamiento del euro en 1999, los costos laborales unitarios en Alemania han aumentado menos del 13%, de forma acumulada.
Durante ese mismo periodo, los costos de mano de obra en Grecia, España y Portugal se han incrementado entre 20 y 30%, y en Italia todavía más. Por ende, no es de extrañarse que Alemania tenga un superávit en su cuenta corriente del 6% del PIB, mientras que Grecia, Italia, Portugal y España tienen un mínimo saldo positivo.
Las estimaciones deben tomarse con una dosis de escepticismo, pero en líneas generales el mensaje es muy claro. No hay unión bancaria o armonización fiscal que sirva mientras se mantengan semejantes desequilibrios.
La teoría económica detrás de la creación del euro se basaba en que la moneda única, y la supuesta imposibilidad de su devaluación por parte de sus miembros, podría actuar como una fuerza armonizadora.
Pero no ha sido así y las relaciones actuales se han vuelto insostenibles. Herbert Stein, un economista activo en Washington a finales del siglo pasado, dijo que si una política o una situación es insostenible, ésta no puede mantenerse. Sin embargo, no indicó cuánto tiempo tardarían estas situaciones en desmoronarse.
Mientras tanto, a los eurócratas les conviene hacer que los problemas parezcan lo más complicados posible de modo que sólo un pequeño número de los llamados expertos financieros pueda incluso hablar del tema; y así hemos visto la emisión de un paquete financiero tras otro y de una garantía tras otra con el fin de mantener la estructura a flote.
Pero los préstamos y las garantías no hacen sostenible lo insostenible. Hay sólo un número limitado de rumbos a seguir. En primer lugar, la 'austeridad' en los países periféricos podría tener éxito. Por esto, me refiero a que el apretón en la demanda interna que se les impone puede resultar en una disminución de los costos y los precios en relación con sus vecinos en la eurozona, lo que conllevaría a una mayor competitividad, una eventual recuperación de los niveles de vida y una fuerte caída del desempleo.
Una variante sería una mejora de la competitividad no basada en los precios: más viajes interesantes en el mar Egeo u hoteles más atractivos en Algarve. La pregunta clave es cuántos años o décadas tomaría la corrección.
En segundo lugar, los países periféricos podrían continuar estancados. El desempleo es ahora del 22% en Grecia, 24% en España, 18% en Portugal, 15% en Irlanda y 10% en Italia. (Por otra parte, la tasa en los EU y el Reino Unido es de 8%). Me temo que una variante sería una situación aún peor, y la fuerte posibilidad de la emigración en masa. La tercera opción es poco probable, pero debe incluirse, no obstante.
Alemania y otros miembros del norte de la eurozona podrían aplicar políticas más 'expansivas' (léase inflacionarias), reduciendo así la agonía de sus vecinos en el sur. O podrían continuar subsidiando los países periféricos de forma indefinida. La cuarta opción es que uno o más de los países periféricos abandonen la eurozona.
Eso causaría el pandemonio, no sólo entre los salientes, sino también en los países restantes, donde los bancos tienen sustanciales y potencialmente depreciables activos en euros. Pero con el tiempo los ex miembros del euro se las arreglarían y emergerían con un rendimiento más tolerable, como ocurrió con Argentina cuando rompió su vínculo supuestamente irrompible con el dólar de EU.
Algunos economistas quisieran enfocarlo a la inversa y preferirían que Alemania y sus vecinos tomasen la iniciativa y apreciaran sus economías para salir del euro, pero esto no sucederá, independientemente de los resultados de las próximas elecciones en Alemania. Por supuesto, uno puede imaginar cualquier número de permutaciones y compromisos con estas cuatro conjeturas, pero las posibilidades son limitadas.
Si tuviera que apostar, apostaría en la cuarta opción. Pero no apostaría nada con respecto a cuándo ocurrirá. El Sacro Imperio Romano –el cual no era ni santo, ni romano, ni un imperio– fue fundado por Carlomagno en el año 800 y duró hasta que fue disuelto por Napoleón en 1806. La Confederación Alemana fue inaugurada después de las guerras napoleónicas y no tenía poderes reales sobre los estados miembros.
Fue reforzada gracias a una unión aduanera (Zollverein) en 1834 y toda esa desvencijada estructura duró hasta su disolución en el Reich alemán por Bismarck en 1871.
El ritmo de la historia puede haberse acelerado, pero no sabemos a qué nivel, así como tampoco podemos adivinar cuándo se desintegrará el euro. Por lo tanto, hay un límite en cuanto a las previsiones que podemos ofrecer.
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