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FINANCIAL TIMES: Japón, dispuesto a jugar su futuro


 
 

 
Por Jonathan Soble
 
 
 
A Tokio se le ha concedido su segunda olimpiada y el primer ministro Shinzo Abe sabe con certeza la historia que deben contar los juegos: la misma que aquella primera vez, en 1964, cuando las banderas de cinco anillos parecían gritar el lema favorito del primer ministro: "Japón está de vuelta."
 
 
Abe y su gobierno están enmarcando Tokio 2020 como el heredero simbólico del debut olímpico de la capital japonesa medio siglo atrás. Coincidentemente, fue el abuelo de Abe, Nobusuke Kishi, quien dirigió el país cuando éste ganó la candidatura de Tokio para 1964.
 
 
 
En aquel tiempo, Japón utilizó los juegos para mostrar su renacimiento económico y diplomático después de una devastadora guerra mundial. Esta vez, Abe espera coronar la salida de un largo periodo de estancamiento y malestar económico, que comenzó a principios de 1990 y que todavía parece aferrarse.
 
 
"Quiero que las Olimpiadas sean el detonante para borrar 15 años de deflación y recesión económica," dijo después de que el Comité Olímpico Internacional (COI) eligiera a Tokio sobre Madrid y Estambul durante el fin de semana.
 
 
En realidad, los planes olímpicos de Tokio representan dos visiones complementarias para Japón. La ciudad convenció al COI porque, a pesar de las preocupaciones sobre el estado de los esfuerzos de limpieza desde el desastre de la central nuclear de Fukushima Daiichi, Japón parecía una apuesta más segura que una España económicamente devastada o una Turquía políticamente inestable.
 
 
Sin embargo, su propuesta inicial tuvo menos que ver con la seguridad que con dejar una modesta huella. Aunque se han previsto algunos grandiosos nuevos proyectos, incluyendo el estadio futurista de rigor –a ser diseñado por Zaha Hadid y a erigirse en el mismo sitio donde se encuentra el estadio de 1964– Tokio 2020 tiene la intención de ser un asunto relativamente modesto. El evento utilizará muchos de los salones de convenciones y los estadios existentes en la ciudad. La mayoría de los eventos se realizarán dentro de un radio de 8 kilómetros de la Villa Olímpica, la cual está a sólo 2 kilómetros del distrito comercial de Ginza en el centro de la ciudad.
 
 
La propuesta abordó las preocupaciones relacionadas con la monstruosa escala y los costos de montar unos Juegos Olímpicos modernos. Pero también encaja con la mentalidad japonesa del "post-crecimiento," cada vez más prevalente antes de la elección de Abe en diciembre. Los japoneses que se suscriben a esa filosofía, muchos de ellos jóvenes, no comparten la obsesión de la generación de 1964 por construir y comprar cosas, o con el trabajo demoledor que a menudo eso implica. Si a uno le place su estética, el post-crecimiento japonés parece humano, incluso iluminado espiritualmente. Si no, es una receta para el declive de la nación.
 
 
El objetivo de Abe es matar el Japón del post-crecimiento. No sólo logrando la expansión constante de la economía nuevamente, sino eliminando las actitudes relacionadas con la misma. De ahí su esfuerzo por imponer una narrativa diferente en los juegos, un leitmotiv nuevo y a la vez tradicional de orgullo y prosperidad nacional.
 
 
Por supuesto, para que los Juegos Olímpicos se conviertan en el símbolo de un renacimiento japonés, Japón tiene que renacer. Los objetivos de la "Abeconomía" tales como transformar la leve deflación de los precios al consumidor en una inflación moderada son insignificantes cuando se comparan con la tarea de reconstruir ciudades destruidas, llenas de ciudadanos hambrientos. Sin embargo, en 1959, cuando Tokio fue elegida para organizar los Juegos de 1964, el milagro japonés de la posguerra ya andaba bien encaminado. El crecimiento económico alcanzó 11 por ciento ese año, y ya había alcanzado niveles impresionantes desde la guerra de Corea.
 
 
Cuando el sucesor de Kishi, Hayato Ikeda, se comprometió en 1960 a duplicar los ingresos japoneses en una década, hizo gala de poca visión: en realidad, el PIB real se duplicó en sólo seis años.
 
 
Los esfuerzos de Abe se encuentran en una etapa mucho más temprana y más experimental. El primer ministro ha tenido un comienzo impresionante, presidiendo sobre un auge de la bolsa de valores y dos trimestres de crecimiento muy por encima de la norma. Pero Japón ya no tiene la "ventaja" de tener que ponerse al día con el mundo, y Abe apenas ha comenzado a rediseñar la madura economía de su país con el fin de aumentar su potencial de crecimiento.
 
 
El impacto de los juegos en sí será menor que en 1964, ya que la economía de Japón es más grande y no se necesita tanta construcción. Aquella vez, Japón construyó una nueva autopista y lanzó su revolucionario Shinkansen o "tren bala".
 
 
El total de las inversiones relacionadas con las Olimpiadas superó un billón de yenes, o sea 3.6 por ciento del PIB de 1964, según Nomura.
 
 
Esta vez, el comité organizador ha previsto un "impacto económico" total equivalente a menos de 1 por ciento de la producción de un año. El efecto más grande podría ser la mejora del estado de ánimo nacional y el aumento de la presión para que los responsables políticos cumplan sus promesas, una razón más para que Abe intente escribir con antelación otra historia de renacimiento.
 
 
 
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