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FINANCIAL TIMES: El Tea Party no es partido de tontos


 
 

 
Por Edward Luce
 
 
Forrest Gump inmortalizó la frase "Stupid is as stupid does" (Los tontos hacen tonterías). Después del último cierre del gobierno federal, la mayoría de los estadounidenses se lo aplicarían fácilmente al movimiento del Tea Party. ¿Puede haber mayor tontería que jugar con un incumplimiento soberano voluntario? Y quién puede asegurar que no lo intentarán de nuevo en los próximos meses?
 

Sin embargo, si la meta es derrotar al Tea Party, categorizarlo como "tonto" no es la manera más inteligente de alcanzarla. Los miembros del Tea Party ofrecen un sinfín de material para los comediantes. Pero insultar su CI (coeficiente intelectual) sólo aumenta las probabilidades de que sus representantes en Washington lo harán de nuevo. Refuerza su visión de una ciudad administrada por esnobs que atendieron escuelas del "Ivy League". Además no concuerda con los hechos. En los últimos dos años, el Tea Party ha convertido el programa de estímulos fiscales en una contracción presupuestaria aguda, una meta clave del movimiento. Sus metas pueden estar erradas, pero su éxito imposibilita que evaluemos al Tea Party como un partido de tontos.
 

Sin embargo, la tentación de ningunear al Tea Party es difícil de resistir. A principios de este año, Bill Clinton dijo que el Tea Party estaba lleno de personas que "dejaban sus cerebros en la puerta." En su primera campaña electoral, Barak Obama habló de los habitantes de pequeñas ciudades con problemas económicos quienes "se aferran a sus armas, su religión o su antipatía hacia las personas que consideran que son diferentes a ellos." Recientemente los miembros del Tea Party han sido descritos como jihadistas, idiotas y "lemmings" (seguidores) suicidas." Si sólo fuera así de fácil.
 

La política también está vinculada con la psicología. Ronald Reagan en parte pudo derrotar al liberalismo del Great Society (Gran Sociedad) en la década de los años ochenta porque sabía como pensaban los Demócratas. Él había sido un demócrata y le gustaba socializar con ellos. Hoy día, la situación en EU es mucho más polarizada. Obama tiene razón en querer aniquilar el poder del Tea Party en Washington. Además de bloquear casi toda su agenda doméstica, se ha mostrado capaz de exhibir una continua temeridad. Sin embargo, Obama no tiene idea de lo que motiva a sus miembros.
 

He conocido a miembros del Tea Party que aseveran que no conocen a nadie que no denigre a Obama. Y conozco a liberales que con orgullo sostienen que no tienen ni un amigo republicano. La mayoría de los partidarios de Obama tienen más en común con los europeos y sus programas de bicicletas compartidas que con los estadounidenses que viven en los pequeños pueblos. Habitan medios que los ratifican y culturas cada vez más separadas. Es un diálogo entre sordos sorprendentemente balanceado. Alrededor de una quinta parte de estadounidenses apoya el Tea Party y aproximadamente una quinta parte se identifica como liberales. Los últimos tienen cierta razón en pensar que la historia está de su lado. El matrimonio "gay" es aceptado cada vez más y EU se está convirtiendo en un país más multirracial cada año.
 

Pero subestiman la habilidad del Tea Party para frenar todo lo demás.
 

De hecho, la historia de EU sugiere que esta función podría seguirse presentando perennemente. La comparación más cercana al Partido Republicano de hoy día son los Demócratas de finales del siglo XIX, el partido del Sur derrotado. A pesar de haber perdido la guerra civil, restauraron una sociedad de "esclavitud" a través de la ley "Jim Crow". Entonces, al igual que ahora, los estadounidenses estaban viviendo en un periodo caracterizado por una nueva tecnología revolucionaria, una desigualdad a gran escala y una inmigración masiva de culturas que no hablaban inglés. La obstinación de los denominados Dixiecrats persistió hasta los años sesenta.
 

Otra comparación aleccionadora es el fracaso de la candidatura de Barry Goldwater contra Lyndon Johnson en 1964, el presidente que finalmente otorgó los derechos civiles al Sur. Goldwater, un ultra conservador, es un precursor del Tea Party. Su derrota convenció a muchos que el New Deal (Nuevo Acuerdo) y la Great Society (Gran Sociedad) eran inmutables. Dentro de cuatro años Richard Nixon había reclamado la Casa Blanca, en parte porque convirtió a los Dixiecrats del Sur en Republicanos. Y 16 años después, el afable Reagan estaba reescribiendo el libro de jugadas. El pasado nos enseña que el futuro es impredecible. La derrota del Tea Party no está predestinada.
 

Ni tampoco es único su sentimiento de agravio en el mundo. En EU, los conceptos de raza y clase son difíciles de separar. Sin embargo es evidente que los miembros del Tea Party, al igual que muchos estadounidenses, se enfrentan a una disminución de ingresos y un creciente temor acerca de su seguridad económica. Inevitablemente, acaban culpando a los demás. Esto no significa que sus temores son imaginarios. La mayoría de los miembros del Tea Party le dicen a los encuestadores que creen que sus hijos estarán en una peor posición que ellos. La mayoría de los estadounidenses piensan lo mismo.
 

El Tea Party es el portavoz de millones de ciudadanos blancos no urbanos, mayormente de mediana edad o mayores, los cuales creen que Obama está redistribuyendo su patrimonio a estadounidenses más jóvenes que no se lo merecen. La enajenación que sienten ha instado esta política egoísta y destructiva en Washington. Pero no es tonto.
 
 
 
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