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FINANCIAL TIMES: Distintos tipos de nacionalismo petrolero



 
Por David Gardner
 
 
Cuando Lázaro Cárdenas, el presidente más reverenciado de México, dio el paso, revolucionario en aquel tiempo, de nacionalizar la industria petrolera de su país en 1938, no solamente los mexicanos y latinoamericanos sino todas las naciones pobres se alegraron.
 
 
Finalmente un país pobre saqueado desde hace mucho por depredadoras potencias extranjeras había ejercido su derecho de propiedad de la riqueza de su subsuelo, despidiendo a los países ricos que creían que era su derecho tener acceso de muy bajo costo a estos recursos.
 
 

'El petróleo es nuestro' era el dicho del momento por consenso popular, del periodo épico de esta Jacobina jornada revolucionaria mexicana, en la que el país se convirtió en un estado cien por ciento soberano con un sentido de estabilidad como nación. Ahora 75 años después, Enrique Peña Nieto, el presidente actual, ha anunciado planes para abrir la industria del gas y del petróleo en México a los capitales extranjeros y privados. Es una apuesta audaz, enmarcada cuidadosamente y cargada con la ideología de nacionalización de recursos.
 
 
Peña Nieto analizó cada línea del hasta ahora sacrosanto artículo 27 de la constitución que consagra la propiedad nacional y pública de los hidrocarburos, insistiendo que esta reforma sigue al pie de la letra la forma y el fondo de la intención de Cárdenas. Como un teólogo explicando cuántos ángeles pueden bailar en la cabeza de un alfiler, dijo que Cárdenas "afirmó que el artículo 27 no implicaba que la nación abandonaría la posibilidad de permitir la colaboración de la iniciativa privada".
 
 
Este laborioso énfasis no sólo consistía en la observación por parte del presidente de los cánones de la retórica corporativista del Partido Revolucionario Institucional, restaurado al poder por él después de haber dirigido a México durante la mayoría del siglo pasado. A pesar de que a través de América Latina y de mucho del mundo emergente las compañías nacionales de petróleo han buscado tecnología y capital extranjeros para ayudar a explotar reservas de difícil acceso, cualquier cambio a la propiedad nacional de estos recursos puede ser difícil.
 
 
Es cierto que a veces es difícil diferenciar la ideología de los recursos nacionales de la demagogia, o el interés nacional de los intereses creados. El nacionalismo de los recursos en Rusia puede reflejar el deseo de un grupo en el poder para proyectar fuerza y eliminar rivales así como maximizar rentabilidad. En Venezuela, el difunto Hugo Chávez tomó recursos estratégicos para propagar su revolución bolivariana. Bolivia y Ecuador siguieron sus pasos. Pero aun en ese caso, el fin parecía menos una adquisición y más una apuesta para obtener mayores ganancias.
 
 
El año pasado Argentina, por supuesto, expropió YPF de Repsol, la compañía petrolera española. Pero nadie pondría su brújula al amparo del peronismo, con su manera ligera de acercarse no sólo a la apropiación de los recursos "soberanos" sino a todas las "minas de oro" desde pensiones privadas hasta las reservas de los bancos centrales. Buenos Aires, siempre en necesidad de dinero para financiar sus políticas populistas, está tratando de convencer a Repsol que regrese a sus reservas de gas de esquistos de Patagonia –en un trato negociado por Pemex, la compañía petrolera estatal de México.
 
 
México también necesita dinero y tecnología para explotar su riqueza petrolera, especialmente en el mar. Se ha desplazado al lado pragmático de los recursos nacionalistas, junto a Brasil, pero con una condición: México pretende ofrecer tratos para compartir utilidades más que compartir producción –lo que normalmente significa que las compañías inversionistas no pueden registrar la propiedad de las reservas. La sombra de Cárdenas es grande pero México no está sólo en esta insistencia de que 'el petróleo es nuestro'.
 
 

Lo extraordinario de la hazaña de Cárdenas en 1938 se volvería aparente más tarde en Irán, donde Mohammad Mossadegh, un nacionalista, fue derrocado del poder en un golpe anglo-americano en 1953 por tratar de nacionalizar la industria petrolera de Irán –a expensas de la compañía de petróleo anglo-iraní y su concesionaria (el origen de BP). La subsecuente lucha por el poder de la industria petrolera de Irán está muy presente en el conflicto actual entre Irán y gran parte del mundo sobre sus ambiciones nucleares: los mullás han manipulado el derecho de enriquecer uranio como una moderna versión del derecho soberano a la riqueza petrolera.
 
 
Sin embargo, si uno se dedica a hablar con miembros de la industria petrolera en Irán, surgen dos cosas: el petróleo es de ellos; pero les gustaría poder tener tratos con compañías extranjeras de primer nivel. Arabia Saudita lo logró parcialmente. La compañía Saudi Aramco fue comprada gradualmente en los 1970, creando una compañía nacional con colaboración extranjera en vez de confrontación –a un costo de cambiar facciones dentro de la familia real a una compañía de petróleo más clientelar, Petromin, un señuelo a su lado.
 
 
El nacionalismo de los recursos, en resumen, puede tratarse de la creación de naciones y de la construcción de instituciones o del robo y dilapidación de los recursos. El resultado es principalmente dependiente de cuan bien se reglamente una compañía petrolera más que de la propiedad de los recursos. Pero es difícil ver a la obsesión por la propiedad del petróleo en el subsuelo como un anacronismo cuando se trata de una compañía nacional, pero no cuando proviene de una internacional. Para las compañías petroleras preocupadas de que el modelo de compartir utilidades de México no les permite tener 'reservas contables', seguramente podrán encontrar banqueros que, por una cierta tarifa, conviertan los flujos de utilidades compartidas en balances financieros tan sólidos como cualquier roca petrolífera.
 
 
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