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FINANCIAL TIMES: Disfrutan oficinistas edad de oro


 
 

 
 
 
Por Lucy Kellaway
 

¿Qué es peor: la vida en la oficina ahora o hace 50 años? Al hacerme esta pregunta un investigador de TV la semana pasada, no necesité pensar más de dos segundos antes de responder. Obviamente es peor hoy en día. No tenemos seguridad laboral. Trabajamos jornadas increíblemente largas. La competencia ha erradicado el espíritu de unión: cada quien va por sí mismo. Solamente nos desconectamos al irnos a dormir y aún así, seguimos revisando correos electrónicos con una mano mientras nos cepillamos los dientes con la otra. El resultado es estrés, cansancio y enajenación.
 
Al reflexionar más tarde sobre mi respuesta, me di cuenta que no supe de qué estaba hablando. Quejarme de que todo está peor es un sinsentido populista. La vida de trabajo en 2014 no es peor que en 1964: para algunos privilegiados profesionales, es mejor que nunca. Si no nos sentimos contentos en el trabajo, deberíamos estarlo, debido a al menos nueve cambios.
 

Para empezar, en 1964 yo no hubiera tenido un trabajo profesional debido a que soy mujer. La vida de trabajo para la mitad de la población educada ha mejorado inconmensurablemente. Para la otra mitad también ha mejorado conforme la mayoría de los hombres (exceptuando algunos intolerantes) encuentran que tener mujeres alrededor de ellos hace que las cosas sean, si no más civilizadas, al menos más variadas.
 

Segundo, los trabajos de oficina se han vuelto menos aburridos. Todas las tareas rutinarias son hechas ahora por semiconductores; los negocios cambian tan rápido que sólo los bobos pueden aburrirse. En el Reino Unido, los trabajos en la relativamente interesante industria creativa están creciendo más rápido que los aburridos trabajos en el área de finanzas. ¿Quién podría estar aburrido si tenemos el Internet en nuestro bolsillo para mantenernos entretenidos en el caso eventual de un momento sin interés?
 
Tercero, la vida de oficina se está volviendo más equitativa, aunque no tan equitativa como nos quisieran hacer pensar. Hay menos respeto excesivo para los supervisores; los subordinados que tienen ideas ya no se ven desalentados a expresarlas.
 
El comportamiento en las oficinas también ha mejorado. No es cierto que más competencia implique más maldad: es más, los lugares más desagradables para trabajar son las mejores universidades, donde los profesores con planta son canallas por no tener suficiente competencia. La ley de promedios dicta que siempre habrá algunos misántropos alrededor del dispensador de agua de la oficina, pero ya no es tan fácil serlo. El comportamiento gratuitamente odioso ha desaparecido, la homofobia, la intimidación, el sexismo y el racismo no sólo se ven mal sino que casi todos ya son ilegales.
 

La quinta mejora es que ya no tenemos (al menos en el Reino Unido) una bola de incompetentes dando órdenes. Cuando me incorporé a la fuerza de trabajo en City de London al principio de la década de ochenta, una minoría de mis compañeros banqueros eran aburridos y alcohólicos. En las dos últimas décadas el Reino Unido ha levantado sus expectativas y la calidad de las gerencias es mucho más alta.
 
Sexto, los adornos de la vida de oficina nunca han sido mejores. Los edificios están llenos de luz. Las sillas son cómodas. La persona al lado tuyo no fuma 40 cigarrillos en cadena. Siempre puedes encontrar capuchinos y sándwiches de lechuga y chorizo a la mano, algo impensable si lo comparamos con una máquina de Nescafé y longaniza y puré de papas en la cafetería.
 

Hasta el viaje al trabajo se ha vuelto mejor. En Londres, el sistema de transporte colectivo funciona mejor que antes, así que en general puedes llegar al trabajo sin quedar atrapado en un túnel. Aún mejor, no tienes que viajar durante las horas pico, ya que puedes ponerte al corriente con tus correos electrónicos en casa llegando con calma más tarde.
 

Esta flexibilidad que la tecnología nos brinda es lo mejor de todo. Sin embargo, el cambio es tan fundamental que es fácil olvidar lo mal que estaríamos sin este cambio.
 

Por otro lado, es cierto que ya no hay seguridad laboral y que no existen más los trabajos de por vida. Aun esto podría ser un mal discutible: ¿Quién quiere un trabajo de por vida, cuando la expectativa de vida ha aumentado tanto?
 
Hay sólo dos aspectos de la oficina moderna que son difíciles de presentar como mejoras. Ya que este término se inventó apenas en la década de los sesenta es difícil comparar. Es posible que antes las personas encontraran sus trabajos frustrantes y fatigantes, pero no hacían tanta alharaca sobre ello.
 

La segunda desgracia de la vida en la oficina moderna es que nunca nos desconectamos e insistimos en enviar correos electrónicos a las 11 de la noche, lo cual es ineficiente, poco sano y en general innecesario. Si eres un cirujano de corazón necesitas estar pendiente en la noche por si alguien sufre un infarto, pero el resto de nosotros no. Y si no somos capaces de apagar nuestros odiados aparatos en casa, entonces se me hace un poco débil culpar a la vida de oficina por ello. La culpa seguramente recae en nosotros.
 
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