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FINANCIAL TIMES: ¿Cómo saludar en la globalización?


 
 
 
 
Por Lucy Kellaway
 
 
 
La semana pasada estaba en Singapur dando una charla, organizada por un banco alemán, a un público compuesto en su mayoría de mujeres asiáticas. Aunque estaba a 7 mil millas de casa, (11 mil 265 kilómetros) y siete horas adelantadas, me sentía curiosamente cómoda. Los grandes bancos son tranquilizadores, como McDonald's: todos son iguales en cualquier parte del mundo.
 
 
Todo el mundo habla inglés, todas las mujeres llevan el mismo vestido de Diane von Fursternberg y las mismas vistosas carteras.
 
 
Pero enmedio de tanta monotonía, hay algo que se niega a ser global: cómo se saluda la gente. Una y otra vez me hallé perdida la semana pasada. ¿Debía besar a la mujer americana en cuya casa acababa de cenar? Me lancé hacia su mejilla, en el momento que ella dio un paso atrás con una sonrisa y un amistoso buenas noches. Aún más engorroso fue decidir cómo saludar a un grupo compuesto por una mujer india, un hombre chino y una mujer australiana.
 
 
Los cuatro saltábamos de un pie al otro con incertidumbre, finalmente decidiendo no dar ningún saludo.
 
 
Este tipo de cosa siempre ha sido un problema pero se está volviendo peor. Antiguamente, la regla era "cuando-en-Roma." Así que cuando uno estaba realmente en Roma besaba en ambas mejillas a cualquiera que uno conocía razonablemente bien. En Holanda, eran tres besos. En Rusia uno podía esperar un aplastante abrazo fuerte. En Japón una inclinación de cabeza y en la India las manos juntas y un "namaste." En EU y Alemania uno esperaba un apretón rompehuesos de manos, y en el Medio Oriente algo así como un pescado muerto.
 
 
El comercio global ha complicado las cosas. Ya no sabemos que cultura triunfa sobre otra. ¿La del país anfitrión? ¿La de la mayoría en el salón? Ya que nadie parece saber, lo que ocurre es un confuso y penoso caos general. Vivimos en un permanente estado del infierno del saludo.
 
 
Para empeorar las cosas, hemos tomado prestados los saludos los unos de los otros, lo cual quiere decir que todos podemos estar en alta mar en nuestro propio país y aún en nuestro propio escritorio. Cuando entré al Financial Times en la década de los ochenta, nadie se besaba.
 
 
Entonces, en algún lamentable punto hace 15 años, los periodistas comenzaron a besarse en ambas mejillas, pero sólo a personas queridas y que uno no había visto por algún tiempo.
 
 
Ahora ha llegado un tipo de saludo aún más molesto: el abrazo. Así es como los jóvenes anglosajones se saludan rutinariamente fuera del trabajo, pero ahora han comenzado a hacerlo en la oficina también. El abrazo representa tocarse demasiado para mi gusto, pero también es diabólicamente difícil hacerlo bien: el abrazo completo, el abrazo de lado, y el abrazo acompañado por palmadas en la espalda.
 
 
En mi otro trabajo de directora no ejecutiva, el infierno del saludo se ha vuelto tan pesado que temo el comienzo de cada reunión. La diversidad puede ser buena para una junta, pero la diversidad del saludo es deplorable. Mis colegas europeos son besadores confiados y entusiastas, como lo es una de las mujeres británicas no ejecutivas, mientras que aparentemente muchos de mis colegas masculinos lo detestan tanto como yo. Lo cual quiere decir que yo termino besando a algunos de los directores pero no a otros, lo cual me parece equivocado.
 
 
Antes pensaba que la mejor manera de sobrevivir el infierno del saludo era decidir si uno era alfa o beta. El primero es siempre rápido en tomar iniciativa, para que la otra persona tenga la oportunidad de seguir. El problema con esta estrategia es que a) deja al alfa expuesto a infracciones de etiqueta y b) no funciona si la persona que uno trata de saludar también es alfa y está tratando de abrazar a uno en el momento que uno le clava la mano derecha en las costillas.
 
 
Ya que el mercado no ha logrado encontrar una solución, la única respuesta es algún tipo de regulación. Se necesita desesperadamente un Protocolo Global de Saludos (PGS), un acuerdo que todas las compañías y todas las naciones serían instados a firmar estableciendo reglas firmes para todos.
 
 
El PGS sería maravillosamente simple y diría algo así: "En un contexto comercial el único saludo permitido es el apretón de manos. El apretón debe ser medio-firme y medio-corto. No se aplica a a) colegas que se ven frecuentemente y b) grupos de más de seis personas, ya que darse la mano tomaría demasiado tiempo."
 
 
Optar no seguir el PGS sería posible por motivos religiosos o de conciencia, aunque el "refusenik" tendría que llevar una pequeña insignia con una imagen de manos cruzadas para evitar cualquier confusión.
 
 
No solamente acabaría con las situaciones vergonzosas, el cerebro estaría libre para hacer lo que sabe hacer mejor: concentrarse en esas primeras impresiones que importan tanto en los negocios, sin tener que preocuparse por manos, brazos, cabezas, labios y mejillas.
 
 
 
 
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