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El reto de 'ponerse' en las ruedas de otro


 
Alfredo Peñuelas Rivas
 

Mirar para un lado de la calle, mirar para el otro. Ajustar el cuerpo para que las ruedas respondan al primer envión y no quedarse a la mitad del camino, esperar a que el semáforo se ponga en rojo para los autos, en verde para nosotros, rogar para que alguien respete el paso cebra y nos deje pasar, atravesar una calle en la ciudad de México muchas veces puede ser una cuestión de vida o muerte.
 
Lo anterior sería aplicable para cualquier ciclista en una ciudad tan grande y caótica como el Distrito Federal, donde la cultura vial es un adorno que sirve para aderezar discursos políticos o charlas de café.
 
Sin embargo, si la experiencia de atravesar cualquier avenida o calle montando en la valentía propia que implica subirse a una bicicleta es ya una osadía en sí, la diferencia es que ahora no estamos hablando de bicicletas, sino de sillas de ruedas. Para una buena parte de la población mexicana el uso de ruedas no es otra opción de transporte sino que es su único medio de locomoción. ¿Estamos los mexicanos concientes de que nuestra acciones cotidianas por mínimas que sean afectan a los demás? Me parece que esto no es así en el caso de cómo éstas inciden en los usuarios de las sillas de ruedas.
 
Banquetas poco amables
 
El reto era simple: pasar unas horas y recorrer las calles de la ciudad de México en una silla de ruedas, observar la reacción de la gente, de los automovilistas, conocer el estado de las banquetas y las calles y probar qué tan accesibles son las rampas y aditamentos que se han realizado en la urbe para las personas que sufren este tipo de limitaciones. Tengo 42 años, estoy perfectamente sano, corro casi a diario diez kilómetros y no fumo, porque lo que asumía que el complicado reto de manejar una silla de ruedas resultaría un poco más fácil; nada más alejado de la realidad.
 
Elegí hacer el recorrido por un sector de la delegación Cuauhtémoc que incluye la colonia Roma, la Zona Rosa y la colonia Cuauhtémoc, particularmente porque en la Roma, lugar donde habito desde hace varios años, la gente suele demostrar buena parte de su civilidad al adoptar perros callejeros, andar en bicicleta, hacer yoga en los parques y entra en contacto con su ser interior bebiendo té chai en cualquier Starbucks.
 
Uno supondría que ese mismo ánimo de buen ciudadano se vería reflejado al observar cómo un hombre se debate por las nada amigables banquetas de la ciudad de México o que, al menos, una zona que tiene una gran afluencia de gente: oficinistas, turistas, grandes avenidas de paso, armada con varias líneas del Metro y hasta tres líneas de metrobús, sería accesible para las personas con "capacidades diferentes", como eufemísticamente nombró el discurso oficial durante el foxismo a las personas con discapacidad: 5 millones 739,270 mexicanos con limitaciones físicas de algún tipo (lo que representa 5.1% de la población, según datos del INEGI) y de los cuales 58.3% tiene algún tipo de discapacidad motriz.
 
 

 
 
 
Las banquetas son una ruina absoluta. Parches de reparaciones, desniveles, coladeras destapadas, trozos de banqueta reventados por las raíces de los árboles o simple y sencillamente presentan baches idénticos a los que encontramos en las calles. El principal problema es mover el peso propio sumado al peso de la silla, entender la lógica de los movimientos de las ruedas que permiten que uno se percate del más leve desnivel sobre la banqueta.
 
El tramo comprendido entre las calles de Córdoba y Orizaba de la avenida Álvaro Obregón es una suerte de carrera de obstáculos con vados y pendientes, si a esto le sumamos los añadidos como postes para que los autos no se estacionen, jardineras y automovilistas con prisa que entran al estacionamiento de un banco, sin importar si hay peatones, el riesgo es aún mayor. No sé si sea mi falta de pericia pero me doy cuenta, por lo irregular de las banquetas, que no hay manera de quedarse quieto, tengo que estar deteniendo las ruedas de la silla para no terminar en la calle o contra alguna de las paredes de Casa Lamm.
 
Después de varios intentos, la silla de ruedas y yo nos convertimos en una suma de dos individuos que genera un nuevo ser surgido de la imaginación de Remedios Varo, un Homo Rodans que se debate en la realidad de no contar con los pies y el surrealismo propio de una ciudad no apta para todo público.
 
El mito de las rampas
 
El 18 de diciembre de 2008 Marcelo Ebrard, entonces jefe de gobierno capitalino, anunció que a partir de febrero de 2009 el gobierno del DF pondría en marcha el Programa de Inclusión Plena de las Personas con Discapacidad, que incluiría un plan de obras para hacer accesible la vía pública y las dependencias capitalinas a personas discapacitadas.
 
Este programa llevaría a cabo la construcción de 100,000 rampas en las banquetas de las delegaciones Álvaro Obregón, Cuauhtémoc, Iztapalapa y Gustavo A. Madero, en donde --a decir de Jesús Valencia, en ese entonces director del DIF-DF-- se concentra 70% de la población discapacitada de la ciudad. Las rampas están ahí pero son poco o nada funcionales. Y muchas de ellas son utilizadas por los automovilistas como estacionamientos momentáneos.
 
El primer obstáculo humano/automóvil aparece materializado como camión de mudanzas. En la esquina de Casa Lamm un transporte de ese tipo espera tranquilamente que algo pase, no se exactamente qué, pero de lo que estoy seguro es que no se plantea la posibilidad de que en ese espacio donde se encuentre esa rampa aparezca un individuo en silla de ruedas.
 
 

 
 
"Joven, ¿me daría permiso de pasar?", la pregunta obtiene como respuesta una cara que no cabe de asombro seguida de la más mexicanas de las repuestas: "ahorita". Ese "ahorita" puede ser una diferencia vital para alguien que se encuentre en esa condición, una urgencia que nunca entendemos como propia, como si uno estuviera exento de por vida de la posibilidad de terminar en una silla de ruedas.
 
Los espacios de las rampas para sillas de ruedas están destinados para que alguien con muy poca vergüenza los use de estacionamiento: por la mañana cualquier camión repartidor de algo, por la noche algún chofer o guarura, por la tarde cualquier padre de familia que va por sus hijos.
 
Los automovilistas que circulan por la colonia Roma no parecen estar muy interesados en temas de inclusión ni de educación vial, si los peatones hemos cedido los cruces peatonales y asumimos esta situación como normal los usuarios de las sillas de ruedas ni siquiera existen en el imaginario de cualquier conductor de autos; son bichos raros de un planeta desconocido.
 
El primer obstáculo se esfuma arrastrando su cara de pena pero inmediatamente en cada esquina aparece un nuevo automovilista que considera esas rampas como un estacionamiento momentáneo. Incluso una patrulla de policía que ha sido prácticamente abandonada frente a la rampa que se encuentra en la esquina de Orizaba y Tabasco, así que espero durante diez minutos para ver si algún representante de la ley se digne a mover la unidad, y nada.
 
Lo que si es de sorprender es la actitud de la gente ante tal situación "¿Te podemos ayudar?", preguntan. "Sí, por favor sácame una foto para tener constancia de esto". Por lógica es mayor la solidaridad que se encuentra entre peatones que la que brindan los automovilistas. Daría la impresión de que ambas especies somos víctimas de un depredador mayor que siempre traer prisa y demuestra su superioridad sobre cuatro ruedas.
 
 
 

 
 
Una vez asumido el hecho de que los autos no son nuestros amigos queda la proeza de utilizar las rampas. En realidad pocas son funcionales o "amables". Muchas de ellas inician algunos centímetros más arriba del nivel de la calle lo que hace imposible que uno pueda subir, en otras la inclinación desafía la trigonometría y la ley de gravedad, otras se encuentran hundidas con respecto al nivel de la calle por lo que en su base se llegan a formar charcos de hasta dos metros de diámetro y muchas conducen simplemente hacia una nada o casi nada integrada por pocos metros de banqueta para maniobrar, postes o adoquines.
 
La fotógrafa española Adelaida Castro afirma que "el diseño tiene que adaptarse a las necesidades corporales y perceptivas". Se habla de las personas y los usuarios como si fueran todos semejantes con las mismas capacidades. Es ahí donde nos adentramos en el tema de las mal llamadas "minorías", en este caso al referirnos a personas con capacidades diferentes. "Por dicha razón tendemos a discriminar o dejar de pensar, incluir o de diseñar para aquellos que no son como nosotros", expresó Castro en una ponencia presentada durante el coloquio sobre Diseño-Experiencia-Diseño Usuario, celebrada en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa en noviembre del año pasado.
 
Al parecer los encargados de tomar las decisiones para hacer de la ciudad de México un lugar mucho más integral deberían de asumir la máxima inscrita en la Declaración de Estocolmo de la organización EIDD - Design for All Europe: "El buen diseño capacita, el mal diseño discapacita".
 
Un falso paseo por el parque
 
Los espacios públicos son eso hasta que un hecho nos demuestra lo contrario. Por lo general uno asiste al parque con su perro, sus hijos, sus amigos y pasea, convive, juega a lapelota y se preocupa muy poco de que otros no puedan hacerlo. La semana pasada vi como un señor trataba de pasear a su madre octogenaria por la Plaza Río de Janeiro. La pobre anciana estaba siendo sometida a una tortura en forma de adoquines y las buenas intenciones del hijo quedaron reducidas al continuo zangoloteo de su señora madre. Ese parque que me resulta tan familiar solamente tiene liso lo que sería la parte de la acera, nunca me había percatado de ello hasta ese día. Es un espacio de un metro de ancho que circunda la plaza y deja al viandante a escasos centímetros de los automóviles que rodean el lugar. Si a eso le sumamos los postes y demás artilugios de mobiliario urbano el espacio para una silla de ruedas queda reducido a una mínima expresión. Opté por el camino de los adoquines, una absoluta tortura. "¿Estás bien?", comentó mi amiga Mariana al verme sobre la silla de ruedas pero, al igual que ella, la gente lucía sorprendida de que alguien hubiese optado por enfrentar las calles y el tráfico capitalino completamente solo y armado de sus propias ruedas.
 
La primera dificultad fue subir al parque, la base de la rampa se encuentra a un pequeño desnivel formando un escalón con respecto a la calle, apenas unos centímetros bastan para que la tarea resulte imposible. Alguien me ayudó a subir. Con dificultad le dije cómo lo hiciera, al parecer tampoco la gente está demasiado familiarizada de cómo ayudarle a quien se traslada en una silla de ruedas. Después de la rampa me topo con una serie de cuadros de concreto divididos por huecos de cinco centímetros de ancho, un metro adelante a mi izquierda una rampa imposible que desembocaba en un océano de adoquines. Como pude llegué hasta el espacio de la fuente del David en un trayecto que fue un cascabeleo de huesos y fierros.
 
 

 
 
Descansé un momento para continuar el recorrido. Al otro lado de la plaza, en la rampa que baja por Orizaba en dirección a la calle de Puebla, unos trabajadores de la CFE habían instalado una escalera justo encima de la rampa y en medio de mi trayecto. "Dese la vuelta por este lado, joven, sí cabe", dijo uno de los trabajadores sin mover la escalera un centímetro y yo hice caso mientras los eléctricos seguían en lo suyo y yo rogaba porque no me cayera en la cabeza alguna pinza o herramienta parecida.
 
Algunos datos de contexto

 

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 1,000 millones de personas viven con algún tipo de discapacidad. Esta cifra representa alrededor de 15% de la población mundial.
 
El organismo señala además que entre 110 y 190 millones de personas tienen grandes dificultades para vivir normalmente. "La proporción de personas con discapacidad está aumentando, lo que se atribuye al envejecimiento de la población y al aumento de las enfermedades crónicas a escala mundial", dice el organismo internacional.
 
Agrega que los países de ingresos bajos tienen una mayor prevalencia de discapacidades que los países de ingresos altos. La discapacidad es más común entre las mujeres, las personas mayores y los niños y adultos que son pobres.
 
La OMS subraya que la mitad de las personas con discapacidades no pueden pagar la atención de salud, frente a un tercio de las personas sin discapacidades.
 
"Las personas con discapacidades son más de dos veces más propensas a considerar insatisfactorios los servicios de salud que se les dispensan. Son cuatro veces más propensas a informar de que se las trata mal y casi tres veces más propensas a que se les niegue la atención de salud", destaca.
 
Indica también que los datos mundiales indican que las tasas de empleo son más bajas para los hombres con discapacidad (53%) y las mujeres con discapacidad (20%) que para los hombres sin discapacidad (65%) y las mujeres sin discapacidad (30%)
 
Otro punto relevante es que debido a los costos suplementarios que generan --entre otras cosas, la atención médica, los dispositivos de ayuda o la asistencia personal--, las personas con discapacidades suelen ser más pobres que las no discapacitadas con ingresos similares.
 
Como otra problemática adicional, en muchos países, los servicios de rehabilitación son insuficientes. Datos procedentes de cuatro países del África meridional indican que sólo entre 26% y 55% de las personas que requerían servicios de rehabilitación médica los recibían, y sólo entre 17% y 37% de los que necesitaban dispositivos de ayuda (por ejemplo, sillas de ruedas, prótesis, audífonos) podían acceder a ellos.
 
"Incluso en los países de ingresos altos, entre 20% y 40% de las personas con discapacidades no ven por lo general satisfechas sus necesidades de asistencia en relación con las actividades que realizan cotidianamente, concluye la OMS.
 
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