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Cuidar a los padres que envejecen es posible aún a distancia


 
New York Times News Service
 
Durante los 1990, la carrera de Patrick Quirke iba viento en popa. Cada pocos años, lo promovían en la compañía de transportes donde trabajaba y se mudaba a otra ciudad. Dijo que tenía razones para creer que llegarían a promoverlo a las oficinas centrales en poco tiempo más. Entonces, empezó a declinar la salud de sus padres.
 
Primero, los mudó de California, donde se habían retirado para ayudar a su hermana que se había lesionado en un accidente, a Indiana, donde vivía él. Les iba bien en un lugar que les encontró, donde vivían en forma independiente, pero empeoró la demencia de su madre y el padre empezó a declinar físicamente.
 
Para entonces, lo habían promovido a un cargo en Washington, y los mudó a un establecimiento cerca de su casa. En 2001, empeoró más el Alzheimer de la madre y la tuvieron que llevar a una unidad de atención especial, mientras el padre se quedaba solo. Los costos aumentaron –de 3 mil 500 a 8 mil dólares mensuales– al igual que las exigencias de tiempo.
 
"Cuando mi papá se caía o mi mamá se caía, tenía que salirme del trabajo", dijo Quirke, de 58 años. "Recuerdo haber estado en una reunión bastante importante en Las Vegas. Tenía dos horas ahí, cuando recibí una llamada y tuve que tomar un avión de regreso. No había opciones. Tenía que cuidarlos".
 
Washington fue su última promoción con esa compañía. "Después de 25 años de estar en la cima, todo terminó para mí", comentó. "No voy a decir que fue por mis padres. Pero ya no tenía la concentración en la compañía que había tenido al principio".
 
Dejó el empleo en 2004 y trató de iniciar su propio negocio. Desde 2006, ha trabajado en el Departamento del Trabajo de Estados Unidos y dice que le gusta pasar su tiempo ayudando a las personas.
 
Atender a los padres que envejecen a distancia es un reto enorme para los hijos adultos. Y son comunes las historias como la de Quirke. Además de las tensiones físicas y emocionales, también están los efectos financieros, así como los gastos extras, como la pérdida de movilidad laboral de Quirke.
 
Katy Butler es la autora de "Knocking on Heaven's Door: The Path to a Better Way of Death" (Tocando a la puerta del cielo. El camino a una mejor forma de morir), que es el relato de los ocho años que atendió a sus padres, viajando regularmente de su casa en Mill Valley, California, para estar con ellos en Connecticut, cerca de la Universidad de Wesleyan, donde su padre enseñó historia.
 
Si bien iba entre dos y cuatro veces al año (durante varios años, ellos colaboraron en el pago de los costos del viaje), dijo que también trabajaba en su casa para ayudarlos escribiendo sobre ciencia como escritora independiente.
 
A esa distancia, batalló para encontrar cuidadores para su padre después de sufrir una apoplejía grave y luego, demencia, y posteriormente para su madre, quien al principio se resistía a recibir ayuda. Butler dijo que en lugar de tratar de hacerlo todo ella misma, había conseguido que otros familiares hicieran más cosas.
 
Otra cosa que lamentar: "Terminé administrando su dinero", contó Butler. "Eso fue totalmente tonto. Si tuviera que volver a hacerlo, contrataría a alguien competente para administrar su dinero, alguien con quien yo me sintiera cómoda y viceversa; y estuviera cerca de mí, no de mis padres".
 
Sobre todo, le habría gustado tener una mejor perspectiva de lo que estaba pasando. "No vas a ser el perfecto cuidador", notó Butler. "No todos van a estar contentos. No todas tus decisiones van a ser buenas. Todo lo que vas a hacer es tratar de hacer suficiente bien y no quedar totalmente agotado".
 
"Hay reglas sobre lo que podemos decirles a los hijos y lo que no podemos decirles", indicó Robert Fross, socio en Fross & Fross Wealth Management en Villages, una comunidad de retiro en el centro de Florida.
 
Fross dice que trata de alentar a los hijos adultos para que se reúnan con él cuando visitan a sus padres, en particular si viven lejos. Recordó una ocasión en la que se preocupó por una mujer que hacía retiros grandes y frecuentes de su cuenta, sin decirle para qué necesitaba el dinero.
 
"Llegué al punto en el que contacté a su hijo", contó Fross. "Se trepó en un avión y averiguó que le había regalado más de 100 mil dólares a una estafa nigeriana".
 
Se trataba de una situación en la que no estaba autorizado para hablar sobre las cuentas de la mujer con su hijo, así es que tuvo que convencerlo de venir a ayudarla, sin decirle cuánto dinero había sacado.
 
¿La lección? "Si no tienes un diálogo abierto con tus padres, no habrá ninguna señal de alarma", dijo Fross. "Si sí tienes un diálogo abierto, los hijos necesitan observar las valoraciones básicas de la cuenta".
 
No obstante, se trata de un área en la que es fácil dar consejos sobre lo que debería hacer la gente, pero más difícil que los que los dan los sigan cuando enferman sus padres.
 
Lou-Ellen Barkan, presidenta y directora ejecutiva del Capitulo Nueva York de la Asociación Alzheimer desde 2004, dijo que atendió a su padre, cuya salud declinaba, de 1987 hasta su muerte en 2001 – y agotó los ahorros de sus padres durante ese periodo – y luego a su madre, quien sufrió apoplejía y demencia cuando murió en 2011.
 
De ser posible, Barkan dijo, hay que mover a los padres enfermos más cerca de los hijos que los cuidan. No sólo se ahorra en costos de viajes – contó que voló de Nueva York a West Palm Beach, en California, cada dos meses durante más de 20 años -, sino que los padres ancianos también cuentan con alguien que puede estar ahí para hablar con los médicos o hablar por ellos en los centros geriátricos.
 
Fue algo que Barkan pudo poner en práctica sólo en los últimos 18 meses de la vida de su madre.
 
No obstante, notó, eso los ayudó, a ella y a su esposo, a hacer sus propios planes para un momento en el que puedan padecer alguna enfermedad prolongada.
 
Ya arreglaron las directrices anticipadas y los representantes en materia de salud, así como un documento en el que expresan sus deseos sobre problemas más mundanos, como el tipo de música que se toque en su habitación si ya no pueden hablar. Asimismo, ya hicieron algo que muchos de su edad desearían que sus padres hubieran hecho: absolver a los hijos de la culpa.
 
"Nunca hemos dicho la única cosa que nunca debes decirles a tus hijos, que es: 'No me lleves a un centro geriátrico'", comentó Barkan. "Hemos tenido personas cuyos padres dijeron eso, y es un sentimiento tan terrible cuando tienes que hacerlo aunque le prometiste a tu madre que no lo harías".
 
Esa culpa puede perseguir a los hijos mucho después de la muerte de los padres. Quirke, cuya carrera se estancó cuando atendía a sus padres, dijo que se preguntaba de qué otra forma podría haberlos ayudado.
 
"En su mayor parte, me siento bastante bien con lo que hice", señaló. "El resultado es que obviamente llegas a cierta edad y pasas a mejor vida. Emocionalmente, no obstante, a veces me siento confundido y me pregunto si pude haber hecho un poco más por ellos".

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