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China, dispuesta a convencer a escépticos


 

 

Por Gideon Rachman
 
 
Comentaristas extranjeros y blogueros locales predicen con regularidad que China se encamina a una crisis económica y política. Pero los líderes del país se encuentran en un estado de ánimo notablemente seguro. Ellos creen que China seguirá creciendo a más de 7 por ciento al año por lo menos otra década. Eso significaría que la economía del país –ya la segunda del mundo– duplicaría su tamaño. Y, dependiendo de lo que uno asuma sobre el crecimiento y las tasas de cambio estadounidenses, probablemente significaría que China se convertirá en la economía mayor del mundo en 2020.
 
 
Nadie encarna la seguridad del liderazgo mejor que la figura fuerte e imponente de Xi Jinping, el presidente de China. La semana pasada, formé parte de un grupo de visitantes extranjeros –reunidos por el Consejo Siglo 21, un centro de estudios independientes– que se reunió con el líder chino en Beijing. La manera de ser del Sr. Xi es más cálida y menos formal que la de Hu Jintao, su ligeramente robótico predecesor. Aún así, la puesta en escena de la reunión tenía vagos ecos de la historia china, en la cual bárbaros extranjeros rendían tributo al líder del Reino Medio.
 
 
El presidente estaba sentado en un sillón en una cavernosa sala de reuniones en el Gran Salón del Pueblo, con un enorme mural de la Gran Muralla China detrás de él. Dispuestos en un semicírculo en frente suyo se hallaba un grupo de ex presidentes y primeros ministros de otras naciones, incluyendo a Gordon Brown de Gran Bretaña y Mario Monti de Italia. En el semicírculo de atrás había algunos líderes empresariales, y un puñado de "pensadores." El presidente Xi comenzó sus comentarios pronunciándose "profundamente conmovido por la sinceridad que ustedes han demostrado." Entonces procedió a dar una presentación optimista de su visión para el "gran rejuvenecimiento de la nación china."
 
 
En comentarios que fueron ampliamente recogidos por los medios chinos, Xi descartó la idea que China arriesga caer en una "trampa de ingresos medios" que retrasará su desarrollo y dijo que estaba seguro que el rápido crecimiento continuaría, sin necesidad de más medidas de estímulo.
 
 
Exactamente cómo China va a sostener su crecimiento y fortalecer su posición global es, sin embargo, tema de intensa discusión entre el liderazgo del país.
 
 
Descodificar estos debates no es siempre fácil, dado que la burocracia china sigue profundamente apegada a las consignas. Si los miembros del Consejo del Siglo 21 hubieran sido obligados a beber un trago cada vez que oían la frase "sueño chino", "desarrollo pacífico" y "mundo armonioso", la mayoría hubieran caído debajo de la mesa de conferencia bastante pronto.
 
 
No obstante, varios temas estaban claros. La plenaria del partido Comunista que se convoca en Beijing a finales de esta semana, según se comenta, será una coyuntura decisiva para la reforma económica. Algunos funcionarios llegan a compararla con la histórica plenaria de 1978, en la cual Deng Xiaoping lanzó todo el proceso de "reforma y apertura" que ha trasformado China.
 
 
Los detalles de estos cambios surgirán sólo meses después de la plenaria. Los verdaderos optimistas piensan que el equipo Xi-Li pudiera comenzar a privatizar algunos de los gigantes estatales, como la National Grid de China. Otros simplemente esperan que el poder de las empresas estatales sea frenado, cediéndole más lugar a la empresa privada. Pero casi todo el mundo admite que las empresas estatales tienen enormes poderes de cabildeo y son muy difíciles de controlar.
 
 
También se prometen cambios en la relación entre el gobierno central y las administraciones locales, aunque suenan contradictorios. Por un lado, existe una promesa de frenar el descontrolado endeudamiento de los gobiernos locales. Por otro lado, existen promesas que a los gobiernos provinciales se les dará más espacio para experimentar.
 
 
Aunque se oye hablar ocasionalmente de reforma política, la frase parece significar una lucha contra la corrupción y una promesa de lograr la rendición de cuentas por parte del gobierno. No se sugiere un movimiento hacia una democracia estilo occidental. Al contrario, Xi está claramente dispuesto a mantener el papel central del partido Comunista en el gobierno de China.
 
 
Dejé Beijing con algunas dudas sobre el programa de Xi. Es difícil ver como la lucha contra la corrupción puede tener éxito sin una prensa libre, partidos políticos rivales o instituciones verdaderamente independientes que sirvan de freno a los funcionarios del partido.
 
 
Finalmente, las preocupaciones ambientales están creciendo. Pero no está nada claro si un sistema que es capaz de producir gran crecimiento es también capaz de suministrar aire y agua limpios. Sin embargo, el historial de los últimos 30 años debía estimular la humildad de algunos escépticos extranjeros como yo. Las predicciones de que la economía china está a punto de estrellarse –o que el sistema político pronto va a colapsarse– han sido un elemento constante en el análisis extranjero de China por 20 años o más. Hasta ahora el liderazgo político del país ha demostrado que los escépticos están equivocados. Dado ese historial, hay que ser muy valiente para apostar contra el éxito del programa de reforma de Xi.
 
 
 
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