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Adiós a la reforma migratoria en EU


 
 
Pablo Majluf*
 
Considerando el desastre en el que se metió el presidente Obama con su errada reforma al sistema de salud, olvidémonos casi con toda seguridad de una reforma migratoria en lo que resta de su administración.
 
Y es que, como le pasó a Reagan con el Iran-gate, a Clinton con Lewinsky y a Bush con Katrina en sus segundos términos, Obama acaba de caer en un precipicio de impopularidad del que, como sus antecesores, probablemente no salga.

Obama intentó reformar el, cabe decirlo, disfuncional sistema de salud estadounidense. No sólo es el país que más gasta en salud como proporción del PIB (18 por ciento), sino que el 15 por ciento de su población, 40 millones de personas, no tiene cobertura médica. Eso es impensable en un país de primer mundo.
 
Contrario a lo que sucede en otros países, como los europeos, donde la cobertura está asociada al empleo a través del sistema de gobierno, en Estados Unidos cada ciudadano es responsable de contratar su propio seguro privado. Y aunque a la gran mayoría lo cubre su empleador, 40 millones están desprotegidos. Y es ahí donde, como buen socialista, Obama pensaba que estaba el problema: había que distribuir mejor la cobertura. Había que socializar la salud hasta donde lo permitiera la realidad americana, que no es mucho.
 
Así, el gobierno obligaba a los empleadores de estos 40 millones a contratar un seguro con requisitos mínimos establecidos por el gobierno o recibir una multa. Pero Obama no calculó que la gente sin cobertura es inicialmente más riesgosa, lo cual significaría un alza, también general, en las primas de seguros, haciendo que el seguro obligatorio fuera más caro que el opcional. Fue un error de cálculo del que ya habían advertido los republicanos. Y cuando sucedió lo que vaticinaban, se desató el desastre.
 
Para rematar, la página web que el gobierno lanzó para registrar a los ciudadanos no funciona: calcula mal las primas, rebota mensajes de error, no hace perfiles precisos de los asegurados, etcétera, provocando un descontento generalizado.
 
El resultado: un presidente prácticamente acabado. Según la reconocida encuesta Gallup, Obama empezó su término con un 68 por ciento de aprobación y 12 por ciento de desaprobación. Ahora, en medio de la tormenta, sólo 42 por ciento lo aprueba y un increíble 52 por ciento lo desaprueba. Cuando Clinton y Bush bajaron a esos niveles, jamás pudieron regresar.
 
Lo peor es que el presidente Obama ha perdido el apoyo de una buena cantidad de legisladores de su propio partido que ya piensan en la próxima elección. Hasta el expresidente Bill Clinton, partidario inicial de la reforma, señaló públicamente los mencionados errores y se distanció de Obama para apoyar a su esposa Hillary en los siguientes comicios presidenciales.
 
Obama está solo. El único atenuante es que los republicanos están peor. Pero si logran traducir este fracaso en apoyo popular, el siguiente mandato podría regresar a sus manos.
 
Mientras tanto, el presidente de la Cámara de Diputados, el republicano John Boehner, ya declaró que los diputados republicanos ni siquiera negociarán la reforma migratoria que el Senado aprobó en junio de este año. Sin apoyo legislativo del partido opositor, ya no se diga de su propio partido, se ve casi imposible que Obama logre algún avance en política interior, especialmente en un tema tan delicado como el migratorio.

*El autor (@pablo_majluf) es periodista y maestro en comunicación por la Universidad de Sydney. Escribe sobre comunicación y cultura política. Es coordinador de información digital en el CEEY.
 
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