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Vicente Leñero, el católico introspectivo

Estela Franco arroja una luz a la religiosidad de su esposo, fuerte crítico de la Iglesia, en el libro 'Los Católicos. Vicente Leñero en torno a la fe'.

Era uno de los niños más brillantes y disciplinados del Colegio Cristóbal Colón. Bajo la enseñanza de los lasallistas, la religión le significaba a Vicente Leñero Otero (1933-2014) más que una palabra: era un modo de vida. Cuando llegaba a casa leía Dos años de vacaciones, de Julio Verne. El niño católico, entonces, se volvía travieso. Y aunque una carrera literaria lo esperaba por delante, no tenía idea de lo complicado que le sería desenvolverse en el mundo con su inusual coctel de letras y religiosidad.

"Nunca separó mucho su labor literaria de su fe. Aprendió a vivir con ese estigma. Cuando comenzó su carrera un escritor católico era mal visto", asegura en entrevista Estela, su hija. Y es que antes que dramaturgo, novelista, cuentista, periodista o guionista de cine, el ganador del Premio Xavier Villaurrutia era un profundo creyente. Muy a su manera...

Estela lo recuerda poco espiritual, incrédulo de la mística y desconfiado ante la institución católica. Iba a misa sin un orden específico. No le tomaba importancia a la Virgen de Guadalupe o a los santos. Su acercamiento al cristianismo, dice, fue más reflexivo y filosófico, a través de lecturas de teólogos como François Mauriac, Willigis Jäger o Jon Sobrino.

Cuando a principios de los 70 se fue a Barra de Navidad en una especie de retiro para escribir, en lugar de trabajar, se puso a leer a Karl Rahner, el alumno de Heidegger que intentó explicar la gracia de Dios en palabras de Kant, según escribe su esposa, la sicoanalista Estela Franco, en el libro Los Católicos. Vicente Leñero en torno a la fe (Proceso), que acaba de publicarse en México.

Con ella estuvo casado durante 55 años. La conoció en la Acción Católica de la Casa de la Juventud, en los años 50. Vicente era un joven estudiante de Ingeniería de la UNAM. Cuando ella se le acercó para venderle a 25 pesos el boleto de una rifa benéfica, el respingado aspirante a escritor le contestó, sin despegar mucho la vista de su partida de dominó: "yo con eso me tomo dos cafés". El acontecimiento los unió para siempre.

El romance entre ambos –recuerda la sicoanalista en el libro– fue poco convencional para las parejas de la época. Iban al cine Manacar a ver películas de Sara Montiel, a misa o a desayunar. En alguna ocasión, de la emoción, a ella se le olvidó en el cine el libro de San Agustín que tanto quería.

"La liturgia de mi papá se desarrolló a partir de la convivencia con mi madre", comparte Estela Leñero. "Mi madre tenía una relación más vertical y costumbrista con Dios. Mi padre, en cambio, era más discreto". Pero sobre todo crítico. Quedó plasmado en El Evangelio de Lucas Gavilán (1979): "lo único que puedo decirle y hasta jurarle es que hay ateos más cristianos que los cristianos, y cristianos más ateos que los ateos".

Durante su vejez, cuando pasaba largas temporadas con su mujer en Cuernavaca, Leñero adquirió la costumbre de ir a misa todos los domingos, recuerda la directora teatral.

FE INTROSPECTIVA
La actitud del autor hacia la cristiandad era la misma que tenía hacia la vida: introvertida. Actitud probablemente heredada de su madre, una mujer sumamente "religiosa y clerical", según cuenta el mismo Leñero en una entrevista con la Revista de la Universidad en 2006.

"Mi madre –dijo esa vez– se sentía tan insignificante que dejó nuestra educación en manos de mi hermana mayor y de la nana Victoria. En mi juventud me escondía de ella para leer los libros que la Iglesia católica tenía en su índice de autores censurados y que se empeñaba en encerrar con cuatro llaves".

En los 70 el autor de Los Albañiles estaba decepcionado de la actitud de los sacerdotes. Por eso, cuando fundó Proceso con Julio Scherer, Enrique Maza y otros periodistas sentía que estaba cumpliendo su vocación de trabajo social. Fiel a las enseñanzas de Cristo, dice su hija Estela, predicó con el ejemplo y nunca intentó imponerle ninguna religión a sus hijas, a quienes envió a una escuela laica: el Colegio Madrid.

Cuenta Estela que en los 80's Leñero profundizó en la Teología de la Liberación y en todo ese discurso sobre la revolución de Cristo y la justicia social. Asegura que sus padres entablaron amistad con el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, y con el pensador Iván Illich. El Monasterio de Lemercier se convirtió en uno de los refugios de su pensamiento católico. Y detrás de su máquina de escribir amarilla Brother, siempre se sintió en absoluta libertad, desde su adaptación del Evangelio de Lucas a la realidad mexicana (El Evangelio de Lucas Gavilán, 1979) hasta las denuncias de la doble moral de la Iglesia en el guion de la película El crimen del padre Amaro (2002).

"Era un hombre teológicamente muy radical, muy cercano a la teología racionalista de Bultmann y a la tradición luterana, aunque también simpatizó con el compromiso social de la Teología de la Liberación. Utilizaba la mitologización de la Biblia para obtener una sustancia más profunda del ser humano. Sin embargo, de la mano de Edward Schillebeeckx, en sus últimos años tocó terrenos místicos muy peculiares, más parecidos al budismo zen", cuenta uno de sus amigos, el escritor y activista Javier Sicilia, cuyo testimonio también fue recopilado en el libro.

Hasta el día de su muerte mantuvo su convicción. En sus últimos momentos, con la mirada enclavada en el jardín de su casa, Vicente Leñero le dijo a su mujer: "me siento más cerca de Dios".

Se fue en silencio, como era su costumbre.

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