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Venezuela, a la sombra del caudillismo

El país sudamericano está más cerca del dios maligno que describió Rómulo Gallegos en 'Canaima' -el título que el escritor venezolano le dio a su obra insigne-, que de los principios de Simón Bolivar.

En 2009, más de 300 mil estudiantes venezolanos recibieron unas computadoras portátiles que el entonces presidente Hugo Chávez llamó, cariñosamente, canaimitas. "Una canaimita para el pequeño revolucionario", solía decir el comandante. Todo era parte de Canaima Educativo, un programa con el cual el gobierno chavista pretendía convertir a Venezuela en un país de primer mundo.

Pero la realidad es que Canaima tiene un significado más oscuro. Canaima fue el título que Rómulo Gallegos le dio a su obra insigne, "la gran novela venezolana del siglo XX", como la llamaría Carlos Fuentes años después. Una narración que plantea la existencia de un dios maligno –también llamado Canaima– que habita en las selvas amazónicas desde tiempos recónditos y que "invita a la brava empresa de la fortuna rápida", "desencadena en el corazón del hombre la tempestad de las bajas pasiones y el crimen" y "fomenta la ley sin freno en el reino de la violencia".

Con una inflación de más del 500 por ciento, escasez de productos básicos, una débil división de poderes y protestas que han dejado cientos de heridos y al menos 35 muertos hasta ayer -la jornada de mayor violencia durante las manifestaciones en contra de la política del presidente Nicolás Maduro-, Venezuela se encuentra más cerca de Canaima que del sueño bolivariano prometido.

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Aunque se publicó hace 82 años, en 1935, Canaima conserva su vigencia porque expone dos de los grandes males que, según expertos consultados por El Financiero, han afectado a esta nación a lo largo de su historia: el caudillismo y el cacicazgo.

"Venezuela y el caudillismo tienen una relación profunda. El caudillo es la imagen agigantada del soldado-ciudadano que se levanta contra la imperante corrupción de la sociedad, en defensa de su pueblo. Quizás por eso la figura de uno nuevo (Hugo Chávez o Nicolás Maduro) ha sido capaz de cautivar a multitudes", considera el historiador de la Universidad de Columbia, Claudio Lomnitz-Adler.

Decía Juan Rulfo que la literatura es una mentira de la cual siempre emerge una recreación de la realidad. Si Canaima tiene a su caudillo en el personaje de José Francisco Ardavín (un cacique que controla el negocio del caucho y pasa por encima de la justicia), Venezuela también tiene a Nicolás Maduro, quien le ha restado facultades al poder legislativo e incluso ha hecho bromas sobre la escasez de alimentos: "la dieta de Maduro te pone duro".

Una encuesta elaborada por More Consulting señala que seis de cada 10 padres venezolanos han dejado de comer para alimentar a sus hijos. Algo sumamente grave en un país donde la desigualdad social es una realidad histórica, asegura el internacionalista Thomas Legler, académico de la Universidad Iberoamericana.

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"La discriminación racial y la desigualdad social son dos prácticas muy arraigadas en la vida venezolana", señala el también exobservador electoral de la Organización para los Estados Americanos (OEA). "La pobreza y la injusta distribución de la riqueza petrolera han generado una tierra fértil para el desarrollo del populismo, uno de los grandes males de este país".

Como en Canaima, en Venezuela la maldad adquiere muchos matices y encarna en varios personajes. El politólogo y académico de la UNAM, Nayar López Castellanos, afirma que tanto la oposición como el gobierno han incurrido en prácticas populistas que alimentan la polarización social y la violencia en las calles. "No podemos cargar la balanza de un solo lado. Desde hace varios años hay un sector de la oposición que ha manifestado posturas violentas. El mismo (ex candidato presidencial Henrique) Capriles pidió el derrocamiento de Chávez y fue perdonado".

El problema del populismo, dice Legler, es que siempre viene acompañado de fuertes procesos de desinstitucionalización. Y cuando las instituciones desaparecen o se debilitan, la sociedad cae en una ley de la jungla de la que es muy complicado liberarse. "La política debiera ser el espacio del diálogo, pero por desgracia la democracia venezolana ha sido alimentada por la confrontación y la violencia".

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LA BRECHA INTERMINABLE
En el fondo de esta turbulencia, coinciden los expertos, subsiste un problema que detectó Simón Bolívar hace casi 200 años: el resentimiento social.

"Hugo Chávez fracturó a nuestro pueblo domingo a domingo con sus programas, difundiendo la idea de que si no estabas con él, eras su enemigo. Las clases medias éramos consideradas oligarcas, escuálidas", comparte la arquitecta venezolana Andrea Griborio, quien radica en México, donde dirige el Festival Mextrópoli. Sus padres, médicos en hospitales públicos de Maracaibo, ganan 22 dólares al mes.

"Es ridículo", lamenta Griborio, quien abandonó Venezuela en 2008 para estudiar una maestría en España. "Poco a poco vi cómo los nuevos ricos se apoderaron de los recursos nacionales y comenzaron las colas para comprar productos básicos. Era tiempo de irme".

En Venezuela sucede algo que Lomnitz-Adler define como "la metafísica de la política"; es decir, cuando la democracia se convierte en una cuestión de fe y los políticos en mesías. Según él, la política de Chávez utilizó la polarización como estrategia cotidiana, intensificando el clasismo entre los sectores medios y altos.

"No olvidemos que hubo mucha gente que sufrió fuertes experiencias de pobreza y exclusión y que salió beneficiada de los programas de Chávez. Por eso, el 30 por ciento de la población confía aún en las políticas chavistas", comenta Legler. Él observa dos grandes riesgos en Venezuela a nivel cultural: la fuga de cerebros y la incursión de la milicia en la gestión de la política y la economía. "El riesgo es muy claro: una cruenta guerra civil".

En 1999, Chávez cambió el nombre de su país a República Bolivariana de Venezuela, en honor a Simón Bolívar, quien un jueves santo de 1812, entre las ruinas de su natal Caracas tras un trágico terremoto, exclamó: "si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca".

La labor de los ciudadanos hoy es más titánica que hace dos siglos: reconstruir a su país de entre las ruinas morales que dejó el paso de Canaima, ese dios ficticio y maligno que ha encontrado su novela perfecta en la Venezuela contemporánea.

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