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Una aventura gastronómica por las favelas de Río


AP
 
RIO DE JANEIRO .- Adriana Peixoto se parece a una cliente típica de uno de los bares modernos de Río Janeiro, con sus lentes oscuros y tatuajes, pero Peixoto, una productora de audiovisuales de 35 años de edad, se encuentra en un establecimiento al que hace pocos años ni se acercaría: está tomando cerveza y comiendo paella en un bar en una favela, las barriadas pobres de Río, plagadas de drogas, violencia y abusos.
 
La mayoría de los crímenes de Río siguen ocurriendo en las favelas, pero gracias a un ambicioso plan de seguridad, reina ahora cierto grado de seguridad, tanto así que en muchos de esos barrios están abriendo restaurantes y quioscos que ofrecen comidas exquisitas.
 
Se trata de un plan de seguridad con duración de cinco años, destinado a impulsar la organización del Mundial de fútbol del año entrante y de las Olimpiadas del 2016. La policía, otrora imposibilitada de entrar a esos lugares, tiene ahora cuarteles en una treintena de las 1,071 favelas que existen.
 
Las nuevas favelas son la moda ahora tanto para los residentes locales como los extranjeros, que pasan más tiempo allí que en los lugares turísticos tradicionales como en la estatua del Cristo Redentor.
 
Una guía en portugués titulada "Guía gastronómica para las favelas de Río de Janeiro" desmiente el estereotipo de la comida local como poco más que frituras, exhibiendo una lista de locales que ofrecen tortillas, pollo a la plancha, sushi y cazuelas de mariscos.
 
"La comida es una herramienta excelente para romper barreras", declaró el editor de la guía, Sergio Bloch. "Para la gente que sigue preocupada por los peligros que hay en estos lugares, que eran imposibles de visitar hace poco, la comida es una maravillosa razón para visitar".
 
Bloch y tres asistentes visitaron 97 locales en 11 favelas. Al igual que hacen las famosas guías como Zagat y Michelin, los restaurantes son calificados según la calidad de la comida, el ambiente, el servicio y el costo.
 
Pero el equipo de Bloch tuvo que enfrentar situaciones que no le ocurrirían a ningún autor de Zagat o Michelin.
 
"Fuimos a lugares donde la comida era excelente, pero el olor a basura era insoportable", expresó Bloch mientras degustaba de arroz y frijoles en el Restaurante 48, en la favela Tabajaras, dentro del barrio Copacabana. "A veces olía muy mal por el desagüe, que en algunas favelas son como cloacas".
 
Aunque muchas favelas carecen de condiciones sanitarias básicas, en cierto modo lo compensan por sus asombrosas vistas al mar y los barrios exclusivos ubicados justo abajo.
 
Veintidós establecimientos llegaron ser mencionados en la guía, ofreciendo todo tipo de bebidas y comidas. Hay restaurantes de mesa que ofrecen carne a la parrilla y feijoadas (guisos de carne y frijoles), junto con establecimientos de pizza y sushi.
 
La guía incluye también quioscos menores, barras de jugos, carritos de salchichas y una vendedora ambulante de empanadas que canta y baila y como no tiene dirección fija es mencionada con su teléfono celular y como "circula por toda la comunidad".
 
El Bar Lacubaco en la favela Vidigal podría fácilmente competir con cualquier de los restaurantes convencionales de Río, gracias a su magistral vista panorámica del océano y sus precios accesibles. En esta ciudad donde un martini puede costar 35 dólares y una cena para dos puede costar 200, Lacubaco ofrece platos principales de entre 5 y 7 dólares.
 
Fabio Freire, el propietario del local, dice que la ubicación de Vidigal le permite mantener bajos los precios gracias que está al lado de dos de las zonas más exclusivas de la ciudad.
 
"Compro mi carne de los mismos mercados que los restaurantes del 'asfalto''', dice Freire, de 38 años, usando el término coloquial para las zonas que no son favelas. "Pero yo no pago electricidad, no pago gas y no pago impuestos de propiedad, así que mis costos son menores y esos ahorros se los paso al consumidor". Los habitantes de las favelas usualmente se conectan ilegalmente a un poste eléctrico para obtener energía eléctrica.
 
Lacubaco está ubicado en la calle principal que llega hasta la cima de Vidigal, pero algunos de los otros locales mencionados en la guía son más difíciles de llegar. Hay sectores enteros de las favelas que sólo se pueden accesar mediante empinadas escalinatas, y los dueños de los restaurantes se quejan de que uno de sus principales problemas es mantenerse abastecidos de ingredientes.
 
Para llegar al D&C Lanches en la favela Complexo do Alemao, hay que tomar un tren hasta un funicular que vuela por encima de un mar de casas pobres y que de por sí se ha convertido en una atracción turística. El diario O Globo reportó recientemente que el funicular Alemao tiene más usuarios los fines de semana que el que se usa para ir al Monte Pan de Azúcar o a la estatua de Cristo Redentor.
 
D&C Lanches es una barra de jugos, algo modesta, que no tiene más que dos sillas de plástico con mesitas en la acera. Dimas de Lemos y su esposa, sus tres hijos y variedad de primos y sobrinos sirven acai, un batido de fruta que es típico en Brasil como bebida de desayuno.
 
Desde la operación militar en que expulsó a los criminales de Complexo do Alemao en el 2010, la clientela de Lemos ha cambiado drásticamente.
 
"Antes sólo venía gente de la comunidad", dice Lemos, de 37 años. "Ahora, calculo, son 60% de la comunidad y 40% de afuera incluyendo turistas extranjeros".
 
Estadounidenses, alemanes, japoneses y británicos conforman parte del contingente de turistas que han ido a D&C en busca de ver una favela, como la que se hizo famosa en la película "City of God" (2002). El visitante más distinguido que ha tenido De Lemos hasta ahora ha sido el príncipe Henrique de Gran Bretaña, que vino el año pasado como parte de su gira por Sudamérica.
 
"Los extranjeros tienden a ser más abiertos, más curiosos, con menos prejuicios que los cariocas", dijo Bloch. "Quizás es porque los extranjeros no han estado tan expuestos a las malas noticias sobre la violencia en las favelas, van allá con el corazón abierto".
 
Añadió que a veces recibe llamadas de cariocas ansiosos por probar la cazuela de mariscos conocida como vatapa, en la barra de comida Barraca das Baianas en la favela Rocinha, pero "ellos quieren que yo les garantice que no les pasará nada".
 
"Por supuesto que yo no lo creo, pero ¿quién puede dar ese tipo de garantía en cualquier lugar del mundo?"
 
La seguridad sigue siendo una preocupación en algunas favelas. Hace unos días en la favela Complexo do Alemao, varias escuelas suspendieron clases por presión de una banda criminal que estaba molesta porque uno de sus miembros fue muerto.
 
Pero la seguridad no parecía preocuparle a Adriana Peixoto, quien junto con cuatro amigas descansaban bajo el sol tomando cerveza en Bar do David, un bar en la favela Chapeu Mangueira, cerca del barrio costero Leme. Enfrente pasaban jóvenes en motocicleta mientras perros callejeros husmeaban el suelo en busca de migajas.
 
"Es la primera vez que vengo, y es fabuloso", comentó Peixoto detrás de sus enormes gafas oscuras. "Es como que las favelas, que antes eran como otro planeta aunque estaban geográficamente tan cerca, son al fin parte del Río".

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