After Office

Un 'Clásico de Otoño' de 25 entradas

Hillary Clinton y Donald Trump han acaparado la atención mundial como el Super Bowl o la Serie Mundial, agendas internas que la industria deportiva estadounidense ha vendido al mundo hipermoderno como asuntos universales.

Los parciales de las encuestas de intención de voto han sido los marcadores, inquietos y hasta alarmantes, de este duelo de bateo entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump por la presidencia de Estados Unidos. Las campañas se han montado en el espectáculo deportivo como nunca antes. Los contrincantes han acaparado la atención mundial como el Super Bowl o la Serie Mundial, agendas internas que la industria deportiva estadounidense ha vendido al mundo hipermoderno como asuntos universales.

Al estilo del guión del drama beisbolero, Clinton y Trump paracen ajustarse a lo que Jean-Marie Brohm, en Sociología Política del Deporte (FCE), llama la serialidad deportiva, la expresión más perfecta de la cretinización masiva que se apodera de los espectadores. No ha sido una discusión de ideas políticas tradicionales, como quedó en claro durante los tres debates a la nación. Los partidos y los jefes de campaña de ambos candidatos se internaron en la gracia de la vitalidad de la masa ante un falso duelo de boxeo de imagen y buen comportamiento. Entre la esquina azul y la roja, con los porcentajes de preferencias cambiando ostensiblemente, la trama sugirió una falsa pelea de campeonato. Han sido las elecciones de los fans, no de los votantes, no de los clientes políticos y, con mucho, ya no las de las viejas "bases" o "cuadros" estructurales.

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Dice Brohm: "El espectáculo deportivo se ha convertido, en todas las sociedades avanzadas del planeta, en el modelo tipo que atrae y aglutina a las multitudes, concentrándolas alrededor de una escena popular, en la que la población está invitada a participar, en tanto que masa, para la celebración de proezas". Los discursos antagonistas (y no tanto) de los candidatos apelan al relato de la proeza: una, Clinton, avala su hazaña en la historia: ser la primera presidente de la Unión Americana, que hace un siglo no aceptaba el voto femenino en las elecciones. Otro, Trump, en el magnate que con sus propias ideas y recursos puede, desde el show y el negocio de bienes raíces, vencer a la política, sin saber quién es Locke, Hobbes o Carl Smith.

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Hay algo más en cuanto a Brohm: "El espectáculo deportivo -dice- es una puesta en escena en la que el público se comunica directa o imaginariamente con esos actores más o menos míticos que son los atletas". Clinton y Trump han jugado a la fabricación de tribunas únicas con sus nuevos códigos de interacción, en las que caben escritores, actores, cantantes y miembros de la comunidad intelectual dentro y fuera de Estados Unidos, y en esas tribunas viven en la alteridad, como la llamaba Jean-Paul Sartre.

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