After Office

Un acompañamiento musical para sanar

Es un sitio tan grande que las 22 personas que integran el público crean una imagen de desamparo. La seguridad de un techo, agua caliente y comida significa todo para quienes desde el 19-S han hecho de este refugio de Culhuacán su casa.

El sonido del oboe envuelve todo en melancolía. Es un sitio tan grande que las 22 personas que integran el público crean una imagen de desamparo. La seguridad de un techo, agua caliente y comida significa todo para quienes desde el 19-S han hecho de este refugio de Culhuacán su casa.

Allí recibieron ayer la visita de la Brigada UNAM: cinco músicos de la OFUNAM y tres terapeutas que los acompañaron durante tres horas con su música y oídos. Encuentran alivio en medio de la tra gedia y lo agradecen; algunos con lágrimas de tristeza. Desahogo urgente, tan bienvenido.

El Centro Cultural y Recreativo Culhuacanes atiende a 50 personas: una de Iztapalapa, una de Benito Juárez y 48 de Coyoacán. El número de personas que se encuentra en el refugio durante el día varía. Llegan a la hora de comer y encuentran alimento suficiente. Luego descansan y usan los sanitarios; hay dos baños con regadera, siempre limpios.

Lo que más necesitan, dice la coordinadora del lugar, Laura Ordóñez, es, precisamente, acompañamiento.

La música del adagio del Concierto en re menor para oboe, de Marcello, sirve para que, de a poco, encuentren paz, o algo parecido a ella. El terapeuta Horacio Hernández guía la sanación en un foro improvisado en la explanada. Así, al aire libre, se dejan salir el llanto, con los ojos cerrados y las manos en el pecho.

El quinteto interpreta luego dos fragmentos de la Suite número 3 y de los Schübler Chorales, de Bach. Quienes las escuchan cambian su postura, es notorio cómo se les quita, durante unos momentos, un peso de encima. Algunos duermen su primer sueño reparador en más de una semana.

Al final de las tres piezas, el terapeuta les pide que abran los ojos poco a poco. Con familiaridad, hay quien despierta a sus compañeros acariciándoles el hombro. Tienen otro semblante; sonríen y dedican el tiempo que el guía les pide para mirarse entre sí antes de reunirse en tres grupos. Después, con un terapeuta cada uno, narran su experiencia de lo que han escuchado. "¡Gracias!" es la palabra más repetida; más aliviadora.

"Uno de los jóvenes con los que me tocó estar en el grupo me dijo que era la primera vez que podía llorar después del 19 de septiembre", comparte Hernández Valencia.

Una bolsa con instrumentos pasa de mano en mano: hay maracas, claves, panderos. "Quienes no alcancen un instrumento, con palmadas, con los pies, traten de acompañar la música", pide el conductor, antes de que el quinteto interprete La comparsa, que el cubano Ernesto Lecuona compuso con ánimo de carnaval. Aplauden. Aunque no tengan nada afuera, aún se tienen a sí mismos.

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