After Office

Teatro mexicano tiene una capilla

"Le veo cara de teatro", dijo Salvador Novo al llegar a la capilla de la vieja hacienda de Coyoacán, que acababa de adquirir. Se propuso construirlo y lo logró cuatro años después. El arquitecto Alejandro Prieto, quien diseñó el Teatro de los Insurgentes, fue el encargado del proyecto, que incluía tres departamentos cuya renta serviría para sostener el foro, y aunque logró mantenerse de su taquilla, los últimos 17 años ha sobrevivido con el apoyo del programa México en Escena.

El 22 de enero de 1953, el poeta inauguró el foro con el montaje de El presidente hereda, de Cesare Giulio Viola, traducida por él mismo. Meses después, el 10 de junio, abrió el restaurante El Refectorio, donde él mismo cocinaba platos como la sopa María Candelaria (de flor de calabaza, pimiento morrón, chile poblano y elote), o fetuccini con huitlacoche, entre otras recetas de su creación.

"Era todo un evento social asistir a la obra de algún dramaturgo europeo de moda y, después de la función, pasar a cenar los platillos que Salvador Novo preparaba especialmente de su recetario", comparte el director Boris Schoemann, quien desde 1999 está al frente de La Capilla, un teatro con escenario italiano y aforo para 100
espectadores.

Este espacio nació con vocación de apoyar la dramaturgia contemporánea. Allí se presentó por primera vez en México Esperando a Godot, de Samuel Beckett, en 1955, sólo dos años después de su estreno en París. Aquel estreno contó con las actuaciones de Antonio Passy, Carlos Ancira, Mario Orea y Raúl Dantés. Fue una apuesta arriesgada.

"El montaje no pasó del mes. El mismo Novo registró que durante las funciones después del primer acto, muchos espectadores se escabullían. El crítico Armando de Maria y Campos habló de su valentía al montar esta 'pieza rara' y felicitó la labor de los cuatro actores: 'Cualquiera que sea la suerte comercial que corra la pieza de Beckett, el triunfo de interpretación y sentimiento de los cuatro será memorable'", apunta Alejandra Serrano en su libro La Capilla. Sesenta Años, publicado por Los Textos de La Capilla Segunda Época, en 2013.

De 1953 a 1956 se montaron, entre otras, Lázaro, de André Obey; Helena o la alegría de vivir, de André Roussin; Paseo con el diablo, de Guido Cantini; Mamá nos obedece, de Víctor Ruiz Iriarte, y Mi marido y tú, de Roger Ferdinand.

Era todo un evento social asistir a la obra de algún dramaturgo europeo
de moda y, después de la función, pasar a cenar los platillos que Salvador Novo preparaba especialmente de su recetario


TERRITORIO VITAL
"Salvador Novo encontró este lugar donde no sólo construyó un teatro, también transcurrió parte de su vida", advierte Boris Schoemann.

"Llegar a Coyoacán en ese tiempo era toda una peripecia, las calles alrededor ni siquiera estaban pavimentadas, pero la presencia de Novo convocaba a la gente. Para construir el teatro, les pidió a 100 amigos un donativo de mil pesos a cada uno, aunque no todos se lo dieron y él puso de su dinero. Iba a rentar los departamentos para subsidiar el teatro, pero sólo su chef, Salvador Ayala, vivió en uno de ellos. Novo tenía su oficina en la parte alta y por instrucciones de sus herederos, se conserva tal como él la dejó", comparte el director.

En ese despacho está un sillón rojo que el escritor mandó construir ahí dentro porque no cabía por la puerta, y un librero con varios tomos de teatro, en el que también están las dos manos de resina en las que colocaba sus anillos (usaba uno en cada dedo), entre otros objetos personales.

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El teatro cerró entre 1957 y 1959, y reabrió con montajes de obras dirigidas por su fundador, como Diálogos entre Adán y Eva; Sor Juana y Pita, o La güera y la estrella. La década de los 60 fue de menor actividad para Novo por motivos de salud, y después de su muerte, en 1974, sus herederos, los hermanos Salvador, Mercedes y Francisco López Antuñano, sobrinos del poeta, conservaron el restaurante, aunque la programación del foro fue irregular.

Después de una remodelación, uno de los departamentos se convirtió en otro espacio para la escena. El 3 de noviembre de 1990, se inauguró El Hábito, cabaret dirigido por Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe. Con el nuevo nombre de El Vicio, el sitio está a cargo del colectivo Las Reinas Chulas, desde 2005. El restaurante cerró en 2012.

En 1999, Schoemann montó en La Capilla Los endebles o la repetición de un drama romántico, de Michel Marc Bouchard, para el examen de titulación de sus alumnos del Centro Universitario de Teatro, CUT. "Justo antes de estrenar, estalló la huelga en la UNAM y el entonces director del CUT, José Ramón Enríquez me dijo que buscara un teatro.

Yo había visto que La Capilla se utilizaba muy poco, Jesusa se ocupaba de El Hábito y no podía tener doble programación, nos lo rentó por tres meses que se convirtieron en seis y después en nueve y al final, cuando le devolví la llave, me dijo: 'quédate con ella', y desde entonces me volví director de un teatro independiente sin haberlo buscado", recuerda.

Los Contemporáneos, el grupo al que perteneció Novo, era realmente revolucionario, y ese espíritu aún vive
en La Capilla


"La Capilla se ha mantenido gracias a que los herederos de Salvador Novo han querido preservar el espacio. Habrán tenido muchas propuestas para convertir esto en un edificio de departamentos de lujo. El teatro no es un negocio, sería mucho más redituable hacer un estacionamiento, una bodega; si no lo han hecho es por mantener un espacio que fundó su tío y que representa uno de los espacios independientes más importantes de la Ciudad de México".

Hace dos años, Schoemann abrió la Sala Novo en lo que fue El Refectorio, un foro para 45 personas que junto con La Capilla recibe cerca de 100 compañías al año, que ofrecen alrededor de 600 funciones.

Salvador Novo buscó toda su vida crear una obra maestra. Simbólicamente, ésta podría ser el Teatro La Capilla, considera Schoemann.

"Crear un espacio y mantenerlo a pesar de la adversidad ha beneficiado a un sin número de teatristas. Ha sido de gran beneficio para la dramaturgia contemporánea; Los Contemporáneos, el grupo al que perteneció Novo, era realmente revolucionario, y ese espíritu aún vive en La Capilla".

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