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Star Wars: la originalidad está sobrevalorada

La saga vuelve a sus orígenes y agrada a los millones de fans; la crítica le reprocha esa repetición. "Star Wars: The Force Awakens" es una buena imitación de la primera película de George Lucas.

Star Wars: The Force Awakens es una buena imitación de la primera película de George Lucas. Dirigido por J. J. Abrams, el Episodio VII comparte trama, personajes, tono y hasta secuencias de acción con A New Hope. Sobra enumerar las similitudes: cualquiera que haya visto ambas cintas será capaz de hallarlas. En cuerpo y alma, el séptimo episodio es muy parecido al cuarto, e incluso al quinto de la serie.

Amén de su abundancia, no comprendo la molestia que estas semejanzas han provocado en cierto sector de la crítica. Me resulta esquizoide que no tengamos empacho en aceptar la misma película de James Bond 24 veces, pero nos parezca lamentable que Star Wars, con siete entregas y contando, decida apegarse al estilo que mejor le ha funcionado. Por motivos que desconozco, se juzga a la saga creada por George Lucas como si nos debiera elegancia y hondura (¿queremos justificar su longevidad o la fascinación que causa?). Olvidamos que prácticamente todas las series de cine hollywoodense compuestas por al menos una trilogía repiten argumento. Cuando menos dos entregas de Back to the Future, Jurassic Park, The Lord of the Rings/The Hobbit, Die Hard e Indiana Jones reciclan premisa, desarrollo, metas y conflictos. Es la naturaleza de la secuelitis.

Olvidamos, también, que Star Wars ya probó variar, con resultados espantosos. A nadie le gustó el cambio de textura y ritmo entre la terna inicial y las precuelas: de cine de acción puro y duro al enredo burocrático; de western espacial a culebrón de monjes vs. diputados. The Force Awakens, escrita por Lawrence Kasdan, el guionista detrás de The Empire Strikes Back y Return of the Jedi, hace clic cuando se asume como un objeto nostálgico, o bien, como una versión reempaquetada de un objeto nostálgico. Abrams vuelve a la textura de las primeras películas, creando un universo sucio y desgastado, casi táctil. Parece extraño que la nueva cinta sea un alegato en contra de la tecnología digital y a favor de las marionetas y los escenarios reales, pero así es. The Force Awakens se desenvuelve en ambientes que lucen por su autenticidad: bosques tropicales, desiertos salpicados de chatarra y naves a las que les urge una manita de gato. Adiós a los mundos de pixel y las criaturas digitales de las precuelas. Mayormente, Abrams nos brinda una atmósfera que refresca lo que hizo A New Hope.

¿Qué hay de la historia? Rescata personajes de la trilogía original y los une a un grupo de jóvenes actores: Rey (Daisy Ridley), el equivalente a Luke, una chica huérfana a quien la fuerza la acompaña; Kylo Ren (Adam Driver), sicofante de Darth Vader, con enorme zippo rojo en mano; General Hux (Domhnall Gleeson), imitador bisoño de Grand Moff Tarkin, y Finn, interpretado por John Boyega con sobredosis de entusiasmo, un stormtrooper que se une al bando de los buenos. También regresa Harrison Ford, en una actuación que debe funcionar como listerine para quitarnos el mal sabor de boca que dejó Indiana Jones 4. El objetivo, por supuesto, es detener a un nuevo imperio intergaláctico, en sí una copia calca (en esteroides) del viejo imperio intergaláctico. Hay robots que ocultan información crucial en su sistema, persecuciones a bordo del Halcón Milenario y batallas con sable (dicho sea de paso: menos emocionantes que en las precuelas). En suma, nada nuevo bajo el sol.

The Force Awakens no es perfecta. Es, más bien, un greatest hits de la saga, con las omisiones y los defectos que cualquier recopilación conlleva. Eché de menos el aura amenazante que rodeaba al lado oscuro tanto en las originales como en las precuelas y algo de la limpieza narrativa de esa primera trilogía, pero poco más. El séptimo episodio me devolvió el universo que tanto añoré en The Phantom Menace. Me doy por bien servido.

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