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Socavón de Oro

La Selección Mexicana de futbol juega y está jugando con el máximo sentimiento deportivo de la nación. El bache en el que cayó en su aventura en la Copa Oro 2017 no puede ni debe quedar impune, como suele pasar en otros escenarios nacionales.

El bache en el que cayó la Selección Mexicana de futbol en su aventura en la Copa Oro 2017 no puede ni debe quedar impune, como suele pasar en otros escenarios nacionales. El equipo de Juan Carlos Osorio no juega con preferencias políticas, con las fallas de la administración pública o con los repetidos deslices en la procuración de justicia sobre corrupción y desvío de recursos. Lamentablemente hechos jurídicos repetidos hasta el cansancio en este país en el que, casualmente, nunca pasa nada aunque todo suceda.

El cuadro nacional juega y está jugando con el máximo sentimiento deportivo de la nación (y este texto no pecará de falso nacionalismo, porque todo nacionalismo es falso). Porque así convino a la clase política y al poder económico durante décadas, el futbol se convirtió en la única plataforma verdaderamente nacional del deporte, tirando por la borda las tradiciones del beisbol, el americano y los campeonatos nacionales de primera fuerza de todas las disciplinas olímpicas.

Lo saben el cuerpo técnico, los jugadores, los federativos y hasta la prensa, terca en dar desmerecida complacencia a un 11 que regala más frustraciones que goces a una tribuna harta de malos ratos.

Resulta ahora que Osorio y sus jugadores, fracasados en Copa América y Copa Oro, se ofenden por las merecidas reacciones despectivas del respetable. Va siendo hora de que dejen los pantalones cortos de la infantil postura y asuman su responsabilidad. Esa pequeñez ha repetido patrones: el técnico se recibe con aplausos y se despide por la puerta de atrás en medio del escarnio, de ajos y cebollas.

Mediocre postura del banquillo colombiano. Zafia actitud la de los futbolistas. Y grosera la respuesta de los federativos a la crisis que ni ven ni escuchan. El míster padece de ceguera empedernida: puede y debe ganar los partidos eliminatorios y los amistosos. No le está permitido, porque ya basta de la zanahoria cuadrienal de la esperanza, sucumbir en debates de matar o morir. Y si eso sucede: la reacción del aficionado será (y debe ser) severa. La Copa Oro debe ganarse por sobre todas las cosas; acaso no les gusta (pequeños, otra vez) llamarse los "Gigantes de la Concacaf".

Ninguno en el representativo parece entender el caos emocional que vive México. El futbol es un hecho social y también sicológico. El falso juego democrático electoral, el aumento en la percepción de inseguridad y la grosera impunidad de funcionarios de altos rangos han producido una severa depresión en las sociedades mexicanas. Un éxito (tan roedores son que sueñan con un quinto partido mundialista) en la cancha serviría para alentar la euforia, la solidaridad y el anhelo de superar el mal trago de la vida política en vísperas de un 2018 axial en el que la verde se juega el Mundial ruso y los partidos la presidencia en las urnas.

No parece un año afortunado. El técnico parece no darse cuenta del daño del socavón ante Jamaica: lastiman sus ganas de salir ileso ante su profunda y testaruda incompetencia dentro y fuera del césped.

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