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Saldívar se reencuentra; Talavante se sublima

Durante la tercer corrida en la México, unas 18 mil personas se deleitaron con las pinceladas de Arturo Macías, Alejandro Talavante y Arturo Saldívar, quienes se jugaron la vida con siete animales de Marrón.

La historia de la corrida se reescribió a partir de que saltó a la arena el sexto de la tarde, un toro de la ganadería de Marrón que permitió a Arturo Saldívar retomar la senda del triunfo en un año complicado anímicamente para el torero de Aguascalientes.

Y partir de ese ejemplar, que vino a rescatar la honra de la divisa guanajuatense tras la falta de casta y fuerza de la mayoría de sus hermanos, la tarde vivió pasajes de emoción que se prolongaron hasta el último de la jornada, un segundo toro de regalo obsequiado por Alejandro Talavante, corrido en octavo lugar, con el que el extremeño formó un auténtico alboroto.

Así que uno de Marrón y otro de Campo Real, fueron los toros que permitieron devolver el entusiasmo a una corrida marcada por la entrega de una terna que completó Arturo Macías y que, como el resto de sus alternantes, se afanó en dar espectáculo en todo momento en una encomiable actitud.

Porque sólo con el toro que abrió plaza pudo lucir Macías, en una faena sobria, estructurada, dotada de seguridad y temple, en la que aprovechó la nobleza de un ejemplar al que no mató con eficacia y, para colmo de males, el puntillero levantó, provocando de esta manera que el ambiente se enfriara y con ello se esfumara la posibilidad de cortar una valiosa oreja.

Tampoco con el cuarto, protestado por su falta de trapío, ni con el séptimo, primero de regalo de la larga función, consiguió Arturo el triunfo. Aunque sí que bosquejó madurez y oficio, además de variedad, en una tarde en la que se tuvo que conformar con haber salido con la cara en alta mientras sus compañeros abandonaban el coso a hombros.

Y es que para cocinar un caldo de liebre –como reza el simpático refrán culinario– es preciso tener la liebre, que sí "saltó" al abrirse la puerta de toriles para dar suelta al sexto, un toro negro, muy dócil en su comportamiento, que aportó calidad a una faena muy sentida de Arturo Saldívar.

El torero de Tauromagia Mexicana volvió a sonreír conforme transcurría el trasteo, en medio de la algarabía de un público deseoso de aplaudir y corear olés largos como los que escuchó Saldívar, que construyó un trasteo de esos a las que tenía acostumbrado al público.

El carisma brotó con sencillez a la par de esos muletazos en los que hubo ritmo y suavidad, colocación y temple, para engarzar series de buen acabado y mejor remate, ya con sabrosos pases de pecho, ya toreros cambios de mano. Y qué decir de aquellas dosantinas finales, de largo trazo, con los que culminó su interesante labor.

Una estocada defectuosa no fue impedimento para que le pidieran una segunda oreja, y aunque hubo algunas protestas en el momento de recibir el doble trofeo, Saldívar recorrió el redondel feliz, contento de este regreso al camino del triunfo que se le había negado con el tercero de la tarde, un toro que huyó continuamente de su porfiona muleta.

En el inter de este triunfo y el de Talvante, con el último toro de la corrida, Arturo Macías enfrentó con el mismo arrojo al séptimo, de regalo, un toro fuerte, que recargó en varas, pero que luego acudió a la muleta echando las manos por delante y con mucha dificultas para desplazarse.

Y poco más tarde salió de toriles el magnífico "Queretano", un toro de Campo Real, estrecho de sienes, de pitones negros, desafiantes, armonioso de hechuras, y con una conducta propia del toro bueno mexicano, con esa tendencia tan acusada de ir a más en la muleta mediante una embestida importante.

Pues con este toro, Talavante se sublimó de principio a fin en una faena de alto bordo, como decía el gran Clarito, cronista español del siglo pasado. Y era tal su confianza en "Queretano", que Alejandro comenzó a torear de rodillas con una lentitud pasmosa, la misma que luego consiguió imprimir a una faena originalísima, en la que los naturales, roto de cintura, henchido el corazón de sentimiento, desgranó de uno en una casi a cámara lenta.

Y mientras la inspiración de Alejandro se desbordaba a la par del temple y la clase del toro, la gente, enloquecida, bramaba en el tendido con aquella obra en la que la pureza y el desmayo fueron sus mejores atributos.

A la hora de entrar a matar señaló un feo pinchazo, seguido de una estocada entera, un tanto trasera, que provocó una larga agonía, la misma en que la gente, puesta en pie, vitoreó la condición de nobleza y calidad de un toro para el recuerdo.

Dos orejas cayeron en manos de Talavante, que dejó muy pronto con su gente, consciente de esas protestas de quienes consideraban que el premio era excesivo. Y mejor se quedó con el sabor de haber cuajado una faena de esas con las que se llena el alma de los toreros buenos, y también se renueva, en tardes aciagas como las de hoy, la ilusión de los aficionados que disfrutaron a tope de esa emoción colectiva que provoca el arte del toreo.

FICHA

CIUDAD DE MÉXICO.- Plaza México. Tercera corrida de la Temporada Grande. Unas 18 mil personas en tarde fresca. Siete toros de Marrón (el 7o. como regalo), disparejos en presentación y hechuras, de los que destacó solamente el 6o. por su nobleza. 1 toro de Campo Real (8o., regalo), bien presentado y de preciosas hechuras, además de bravo y noble, que fue premiado con arrastre lento. Pesos: 500, 480, 514, 505, 537, 517, 535 y 500 kilos. Arturo Macías (sangre de toro y oro): Ovación tras aviso, silencio y silencio en el de regalo. Alejandro Talavante (tabaco y oro): Silencio tras aviso, silencio y dos orejas con algunas protestas, tras aviso, en el de regalo. Arturo Saldívar (verde esmeralda y oro): Silencio y dos orejas con algunas protestas. Incidencias: Destacó en banderillas Alejandro Prado, que saludó.

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