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'Rómpete una pata' y otros rituales del escenario

Los rituales y supersticiones para protegerse de los duendes también son parte de la magia del teatro. El escenario es una arena temida y respetada a la que actores, tramoyistas y directores arriban siempre con algún ritual de buena suerte o protección.

Espacio ceremonial al fin, el escenario es una arena temida y respetada a la que actores, tramoyistas y directores arriban siempre con algún ritual de buena suerte o protección -tarea, esta última, que en México se le encomienda a la Virgen de Guadalupe, siempre entronada entre bambalinas.

En el teatro jamás se debe vestir de amarillo, ni regalar claveles, ni mucho menos invocar a la suerte: es mejor desear a los actores y bailarines que se rompan una pierna. Y es que es más fácil tocar madera que buscar el remedio a lo que amenaza a un montaje, dice el director Luis de Tavira. La superstición es parte de la magia del teatro.

"No todo está en nuestras manos, por eso nos sentimos afectados por quién sabe qué duendes extraños, que sin duda existen, los teatros están poblados de ellos. Da pudor decir estas cosas, pero es así, los que hacemos teatro lo sabemos y es una cosa que pertenece a su intimidad, no es ajena ni contradictoria a su racionalidad", explica el director escénico.

"El teatro es un hecho que está en la cuerda floja permanente del azar y del acaso, porque nunca sabemos que pasará, ni hay fórmulas mágicas para el éxito. Entonces aparecen las supersticiones, que son respuestas muy fáciles a problemas muy complejos", añade.

Pero todo mal fario tiene un origen: el amarillo se prohíbe porque cuando Molière estrenó El enfermo imaginario vestía de ese color y, en plena función, se sintió mal y murió horas después.

Obsequiar claveles se considera una afrenta, pues en el siglo XIX los empresarios enviaban estas flores a los actores para indicarles que su contrato había terminado. Si recibían rosas, tenían trabajo por otra temporada.

Una de las expresiones más amables para los miembros de cualquier compañía teatral es "mierda". La costumbre -difundida por todo el mundo- de decir esta palabra antes de una función tuvo su origen durante el teatro isabelino: en aquel tiempo se deseaba a la producción que hubiese mucho estiércol de caballo en las calles, porque implicaría la presencia de una nutrida concurrencia.

Otra versión explica, según Luis de Tavira, que decir mèrde, en francés, se debe a un hito en el teatro del siglo XIX. "Viene del estreno de una obra, que fue un parteaguas muy escandaloso en el teatro francés: Ubú rey, de Alfred Jarry. En la representación, la primera palabra que pronuncia el personaje es 'mierda'. En aquel estreno, el teatro se vino abajo en aplausos. Esa palabra conjuró un éxito en todos sentidos".

El director Mauricio García Lozano acepta la existencia de los duendes de los entretelones y asegura que ha sido víctima de sus travesuras: una luz se funde, el vestuario desaparece o suceden hechos inexplicables en escena.

Él no es supersticioso, asegura, sólo guarda ciertas formas, como no silbar, porque "al duende no le gusta". La explicación racional tiene que ver con que originalmente, los técnicos se comunicaban con silbidos y si alguien externo silbaba, éstos podían confundirse.

"Si se me cae el libreto, no lo levanto directamente, hay que dar tres vueltas", advierte el director. Entre la gente del medio también se cree que si se duerme con el texto bajo la almohada -sobre todo si son historias trágicas-, esto traerá desventura a los actores.

CUIDADO CON SHAKESPEARE
Una de las maldiciones más temidas en el universo de la superchería teatral es la de Macbeth: "Nunca hay que decir ese nombre adentro de un teatro", advierte García Lozano.

De acuerdo con Luis de Tavira, "la obra escocesa", como se le llama para evitar nombrarla, es terrible por el ambiguo conjuro de las brujas que aparecen en esa historia, en virtud del cual ellas anticipan a Macbeth su fatídico destino.

"Esta superstición tiene que ver con una leyenda de una compañía inglesa del siglo XVII que no lograba montar la obra porque le ocurrían varios accidentes. Por eso se dice que es 'el texto maldito'. Esto sucedió justo después de la muerte de Shakespeare y durante un siglo existió esa maldición", asegura el dramaturgo, actor y director Adrián Vázquez.

Esta no es la única obra del inglés que tiene mal fario. Existe otra reserva hacia La tempestad, una de sus piezas más exitosas. Aparentemente, la desgracia persigue a quienes la montan con pérdida de dinero y dificultades para encontrar trabajo.

También hay rituales personales. Vázquez comparte el de cierta directora española cuyo nombre prefirió guardarse. "Ella se arroja sal por arriba de los hombros y escupe cada que sube al escenario. Luego pisa el escupitajo para que los espíritus de ese escenario no la vean mal. Todo eso me parece broma. A mí me gusta más creer en la magia del teatro no como algo de superchería, sino que somos capaces de conectar con otro ser a través de la imaginación".

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