After Office

Restaurar el espíritu

Nuevamente, como hace más de tres décadas, la solidaridad y la entrega de miles de mexicanos quedaron demostradas en las calles que en sólo unas horas se llenaron de voluntarios.

Hace 15 días hablaba en esta columna de la solidaridad gastronómica a raíz del fuerte sismo que azotó a los estados de Oaxaca, Chiapas y Tabasco el pasado 7 de septiembre. Entonces, un grupo de chefs oaxaqueños se había unido para celebrar cenas a beneficio de las regiones más afectadas en sus comunidades; no podíamos imaginar que tan solo 12 días después de lo ocurrido, un nuevo terremoto azotaría los estados de Puebla, Morelos, Estado de México, Tlaxcala y la Ciudad de México, justo el 19 de septiembre, día en el que se conmemoraban los 32 años del gran sismo de 1985. Las consecuencias son de todos conocidas, y la magnitud de la destrucción ha sido tal, que el país y el mundo han estado pendientes de esta nueva tragedia que se perfila, incluso, como el primer parteaguas generacional en la sociedad mexicana en el siglo XXI.

Nuevamente, como hace más de tres décadas, la solidaridad y la entrega de miles de mexicanos quedaron demostradas en las calles que en sólo unas horas se llenaron de voluntarios, quienes a través de una especie de organización empírica pronto formaron brigadas de auxilio, centros de acopio y órganos informativos.

De inmediato, el medio gastronómico de la Ciudad abrió las puertas de sus cocinas para preparar miles de tortas, sándwiches, almuerzos completos, que servirían esa misma noche para alimentar a los rescatistas, voluntarios y a aquellos que vivieron en carne propia la pérdida de un techo.

Así recuerdo la imagen de doña Elena Ramírez, de 75 años, que llegó al restaurante Mexsi Bocu para ayudarnos en la tarea de preparar 5 mil sándwiches en la primera jornada del rescate. Acudió con Elías, su nieto de 8 años, quien le decía que nunca había visto tanto pan y jamón en una sola mesa. Cientos de vecinos llegaban cada minuto a darnos los insumos. No nos conocíamos, pero todos en silencio y de manera ordenada formamos cadenas de preparación de alimentos hasta la madrugada.

Al final de la noche, doña Elena me recordaba que pronto sería hora de recuperar el alma de la colonia (Roma-Condesa) y que, para lograrlo, los restaurantes serían una pieza fundamental, pues en sus mesas se han tejido las relaciones de esta sociedad cuyas raíces más profundas se vieron afectadas. Debido a que no creo en las casualidades, le dije que por eso se llaman Restaurantes, porque restauran el hambre y el ánimo de los parroquianos.

Gracias a los cientos de ellos que abrieron sus puertas como centros de preparación y acopio de víveres y de todo lo necesario para atender la emergencia, ahora nos toca a nosotros regresar para agradecer y restaurar juntos el espíritu de la Ciudad de México.

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