La historia, rota. La cultura, aniquilada. Y el pasado, de pronto, había quedado muy lejos, como escrito en una lengua ya inservible. Al cabo de la Gran Guerra, había que levantar un mundo desde las cenizas y Pierre Boulez había nacido con el temperamento para empatar con la tragedia del siglo. Era la piel de Shiva (y no pocos dirían que de Judas también). La destrucción fue el centro de su creación. ¿Qué otra forma de crear podía ser genuina en un artista que había asistido al Apocalipsis?
Este francés de Montbrison empuñó la pluma sobre el pentagrama y la batuta con la misma fiereza con que su palabra escabechaba casi toda la vanguardia musical de su tiempo -y con cuyos autores, en algunos casos, habría comenzado una amistad, generalmente interrumpida-. Fue implacable con su maestro, Olivier Messiaen –quien lo introdujo a la armonía atonal y el serialismo en el Conservatorio de París-, con Arnold Schönberg, Igor Stravinsky y John Cage. Incluso consigo mismo.
Matemático –al menos de incipiente formación- le apasionaba también lo abstracto porque, decía, es lo que permite entender la realidad. Fue un entusiasta de la experimentación sonora electrónica, por computadora y medios no tradicionales.
El carácter transgresor signó su trato y su obra –para muchos difícil, como él-, a la que aniquilaba de manera constante, como si fuera una disciplina: destruir para crear. Enterró impío sus aportaciones al serialismo integral, del que fue uno de los principales exponentes, y compuso obras de carácter abierto, como la última de sus tres sonatas para piano, que no ha sido publicada en su totalidad, al estar sujeta a una continua revisión desde su estreno en 1957.
Pero también construyó catedrales que siguen en pie, como el emblemático ensamble Intercontemporain, que fundó en 1976, y el Ircam, instituto que es referencia mundial en el estudio y la investigación de la música contemporánea, en París.
No llegó a cumplir 103 años, como dijo alguna vez que querría hacerlo si conservaba todas sus facultades. Falleció el martes a los 90 en su casa de Baden Baden, Alemania, retirado en 2013 de los podios, que decía, extrañaba poco, porque, a pesar de haber pisado los más elevados, siempre fue más compositor.
Con Pierre Boulez, enfermo desde hacía varios años, se va el último exponente de aquel grupo de Darmstadt, aquella ciudad alemana que acrisoló el ansia renovadora de un puñado de jóvenes como Karlheinz Stockhausen, Luigi Nono, John Cage... Muere con él aquella vanguardia musical de la posguerra. Y el siglo XX parece quedar, de pronto, mucho más lejos.
Aquí una muestra de la obra de Boulez
Escúchalo dirigiendo la música de Frank Zappa
Aquí en su última actuación como director