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Nuevo reconocimiento al poeta Francisco Hernández


 
Juan José Flores Nava
 
Cuando nos sentamos a platicar con el poeta Francisco Hernández, nos confió que en los últimos nueve meses apenas ha escrito un par de textos. Se preguntaba: "¿Podré volver a escribir?" Su angustia era ya algo rasposa. Pero los días recientes le han quitado aspereza a su ansiedad, sobre todo por un detalle: es el ganador del Premio de Poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe, que entregan el Seminario de Cultura Mexicana y el Festival Internacional de Poesía Trois-Rivières.
 
Y es cierto, se siente dichoso, aunque no se le note por fuera, como lo declaró a la prensa la semana pasada al saber que había obtenido el galardón -dotado con 50 mil pesos, que le serán entregados en noviembre próximo durante el XV Encuentro de Poetas del Mundo Latino. Porque además hay otros motivos de alegría: de 2012 a lo que va de 2013 ha publicado los poemarios Una forma escondida tras la puerta (Universidad Autónoma de Querétaro / Ediciones Monte Carmelo) y Mal de Graves (Almadía); reeditado Moneda de tres caras (Universidad Autónoma de Nuevo León) y Diarios sin fecha de Charles B. Waite (Almadía); y circula ya el volumen Obra suspendida: antología personal 1997-2012 (Posdata Editores). Todo esto, por no mencionar que el año pasado el gobierno mexicano lo reconoció con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de "Lingüística y literatura".
 
-Maestro, ¿es fácil escribir poesía? Ahora se ve poesía por todos lados: en las paredes, en los suplementos culturales, en ediciones de autor...
 
-Creo que no. Es muy fácil aproximarse a la poesía, dejarse engañar por uno mismo y creer que lo que se está escribiendo es poesía nada más por utilizar determinadas palabras o temas, pero escribir poesía, ese hacer con las palabras algo extraordinario, como decía Robert Graves, provocar en otro un estremecimiento empleando unas cuantas líneas, no es sencillo.
 
-¿Qué diferencia halló al emplear menos el verso libre y usar cada vez más, para expresarse, la poesía contada, rimada?
 
-Cuando empecé, escribía, como muchos jóvenes, en versos libres, sin fijarme en la métrica, sin prestar atención a las formas de la poesía clásica. Al principio no me importaban este tipo de cosas porque tenía una vida desenfrenada, además de una buena dosis de soberbia. Pero en cuanto dejé de lado todo eso y empecé a leer de otra manera, también empecé a escribir de otra manera. Así que ya más tranquilo, volví a los clásicos, a leer sobre todo a poetas españoles, y a intentar escribir octosílabos, sonetos. Me agarré mucho de la copla octosilábica para hacer coplas veracruzanas y versos en alejandrino. Eso me dio la posibilidad de vivir de otra manera.
 
-¿Cómo supo que se aproximaba a eso que quería expresar y que, además, con ello podía conmover a otras personas?
 
-Es algo que no se puede precisar exactamente. Mucho menos se puede saber de manera continua. Aparece y desaparece y uno nunca está seguro de esto. Quizás hay autores que pueden pensar que ya se logró todo cuando se acaba de publicar un libro o de ganar un premio, pero no: enseguida viene la incertidumbre. ¿Podré seguir escribiendo? Ahora mismo estoy metido en un bache. La duda está siempre: ¿podré volver a escribir?
 
-Cómo se enfrenta a esa duda.
 
-Pensando. Volviendo al texto inconcluso. Si, por ejemplo, estoy escribiendo sobre una poeta polaca, pues volviendo a leer su obra, su biografía (si la hay), viendo su foto. No se te quita de la cabeza. La traes ahí, hasta que por fin se aparece el verso y lo escribes en donde sea, en donde estés, si no traes pluma o papel le pides a alguien que te los preste. Así se hace.
 
-Muchos de sus libros han sido, precisamente, poemarios alrededor o sobre un personaje como Emily Dickinson, Robert Graves, Charles B. Waite...
 
-No sé. Eso es algo que surgió en mi libro Moneda de tres caras, donde abordo a Robert Schumann, Friedrich Hölderlin y Georg Trakl. Luego se me han seguido apareciendo personajes y ahí están los que mencionas. Espero que ya no se me sigan apareciendo. Pararle y buscar escribir de otra manera.
 
-¿Qué encuentra en esas vidas que aborda desde la poesía?
 
-Similitudes conmigo en cuanto a la depresión: todos han sido personajes depresivos, desesperados, con cierta mala suerte en el amor, con pensamientos suicidas o que llegan a suicidarse. Ahora vivo muy tranquilo, pero tuve años muy difíciles, de alcoholismo, de drogadicción, de pensamientos suicidas y, hasta la fecha, soy un depresivo profesional. Me conecto con ellos, sé de qué se trata lo que vivían. Entonces cuando escribo de ellos, escribo también de mí.
 
-Uno de los temas que ha seguido constantemente es el de la ceguera. Y la hay de varios tipos: la ceguera que produce el deslumbramiento, la ceguera en la que nos mete la ignorancia y, desde luego, la ceguera física.
 
-Es un miedo. En efecto, hay diferentes tipos de ceguera y todas son terribles, pero quizá la más terrible y temida es precisamente la de la imposibilidad física de mirar y contemplar el mundo. Es algo aterrador al menos para mí.
 
-¿Por qué será que tenemos tanto miedo a perder la vista?
 
-Porque es una forma de estar muerto, es como estar dentro de un ataúd. Es una forma de desconexión de la vida, de la luz.
 
-Para ganarse la vida, durante muchos años usted trabajó como publicista. ¿Hay algún parecido entre el oficio de poeta y el de publicista?
 
-Tanto la publicidad como la poesía necesitan la precisión de las palabras, la búsqueda del lenguaje, el encontrar la palabra exacta, la palabra justa. Esto con la intención, siempre, de provocar algo. Una, el intentar convencerte para comprar; la otra, la poesía, el intentar convencerte de vivir, de disfrutar, de descubrir, de meterte en misterios insospechados.
 
-Si uno revisa la enciclopedia hallará un montón de personajes que se llaman Francisco Hernández: conquistadores famosos, presidentes y hasta un líder sindical mexicano. Usted publicó ¿Quién me quita lo cantado?, coplas veracruzanas, con el pseudónimo de Mardonio Sinta. ¿Con quién se identifica más: con el veracruzano Hernández, nacido en San Andrés Tuxtla en 1946, o con el jarocho Sinta?
 
-Con Francisco Hernández, a pesar de que dicen que quien existe verdaderamente es Mardonio Sinta y que Francisco Hernández nunca existió. Sí, yo quisiera ser un jarocho como Mardonio y andar con mi arpa por Tlacotalpan y el Puerto de Veracruz tocando coplas e improvisando. Eso es un jarocho. Y yo no soy jarocho, soy veracruzano, como bien lo dices. El jarocho tiene que ver con Tlacotalpan, con el Papaloapan, con el Puerto, con el fandango. Y yo no soy así. Quizá me creé un álter ego con Mardonio Sinta porque me hubiera gustado ser como él. Aunque, según se sabe, Mardonio Sinta andaba solo y su arpa, no andaba echando tanto relajo. Al final murió de alcoholismo. Así que no era tan alegre como parece. Pero en sus coplas sin duda sí hay esos guiños, esos divertimentos del jarocho.
 
 

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