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Nigeria acaba con la inercia de un decoroso equipo mexicano

Otra vez Nigeria se interpone entre la tenacidad y el marcador. Fuera de sí, la Sub-17 mexicana dio a notar su impericia en el autocontrol. Dispuesta al todo por el todo, sin medir la consecuencia de sus actos, se olvidó de la pelota y su circunstancia fue su asesino.

La piedra en el destino. Otra vez Nigeria se interpone entre la tenacidad y el marcador. La Selección mexicana salió voluntariosa a un déjà vu. Hace dos años, después de un gran mérito -vencer 3-0 en semifinales a la argentina- sucumbió ante la movilidad y sobrada capacidad física ante un equipo africano bien afianzado en los torneos de menores y en los olímpicos desde finales de los 90 y comienzos de los dos miles. Fue una dura lección que hoy ofreció una nueva oportunidad para ser superada; el marcador muchas veces es un estado de ánimo o un trauma que debe digerirse en la siguiente salida al césped.

Lo de ayer en Concepción fue una vuelta de tuerca. Magaña abrió el marcador en el minuto 7 entre el tránsito casi voluble del área. Sucedía una terapia en la que el cuadro nacional daba síntomas de alivio. Pero siempre José Alfredo y los descuidos. Altanero, muchas veces despabilado y hasta bello, el conjunto blanco era una promesa en medio de la cancha. El partido se volvió intenso y Nigeria lo llevó a la esquina que mejor juega y más le gusta: la del desgaste; la del peso específico del cuerpo. En el clinch volvieron los fantasmas. Nwakali empató desde un tiro de castigo y, en el inevitable descuido de los finales de tiempos (primero o segundo , no importa), tan tradicionales de los mexicanos, Okonkwo tuvo un arranque de bello futbol y anotó (43') el 2-1 con un espléndido tiro de media distancia.

Pasaron los minutos, como golindrinas australes en busca de cobijo. En el 59', con una pincelada de barroquismo, Cortés anotó uno de los goles más bellos del certamen para avisar el empate con mucho tiempo por delante. Cuando sobran ratos, la presión sicológica (sí, aún) aumenta en los representativos nacionales. Ebere puso al frente a los verdes en el 67' y aumentó el estrés en unos blancos ya desbordados en la taquicardia.

Fuera de sí, la Sub-17 mexicana dio a notar su impericia en el autocontrol. Dispuesta al todo por el todo, sin medir la consecuencia de sus actos, se olvidó de la pelota y su circunstancia fue su asesino. Un penalti claro en los últimos alientos del reloj provocó la cuarta anotación nigeriana. Osimhen confirmó la recurrencia emocional: la desatención cuesta partidos dolorosos. En esta ocasión la indisciplina valió la eliminación de un torneo en el que los jóvenes mexicanos solventaron la clase, pero el destino es una piedra que rueda.

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